En la actualidad la Antropología histórica posee un alcance académico y un espacio científico independiente –aunque en estrecho diálogo con la Historia, la Arqueología, la Etnografía, la Sociología, etc.- en calidad de disciplina en proceso de creciente consolidación. Sin embargo el andamiaje teórico-metodológico que sostiene su práctica aún permanece como objeto de debate por carecer de cimientos epistemológicos que la distingan con nitidez de las disciplinas afines. Atentos a la situación descripta, el objetivo de la presente exposición es presentar algunos aportes que contribuyan a ampliar el suelo de discusión suscitado en la materia, exponiendo la posibilidad de realizar una lectura etnográfica de las fuentes históricas. Como vehículo de reflexión utilizaremos los aportes ofrecidos por estudios actuales pertenecientes a la disciplina y en pos de delimitar los límites de la práctica etnográfica sobre las fuentes históricas, organizaremos el contenido de la propuesta con base a la implementación de algunos ejes teórico-conceptuales desarrollados en la Filosofía hermenéutica de Paul Ricoeur.
Nowadays, historical Anthropology has an academic range and an independent scientific area – despite being very well related to History, Archaeology, Ethnography, Sociology, etc.- for being a consolidated discipline. However, the theoretical and methodological structure that supports it´s practice, still lacks the epistemological foundations that set her apart from the related disciplines. The object of this paper is to present a justification of a particular scientific identity for the Historical Anthropology by establishment of an exclusive theoretical and methodological opinion. From this, we expect to present the possibility of making an ethnographic reading of the historical sources. As a means of reflection, we´ll take into account the contributions offered recent studies belonging to this discipline and we will nourish on a segment of Paul Ricoeur´s Hemeneutic philosophy, in order to establish the limits of the ethnographic practice on the historical sources.
Na atualidade, a Antropologia histórica possui um escopo académico e um espaço científico independente –ainda que em estreito diálogo com a História, a Arqueologia, a Etnografía, a Sociologia, etc.- em qualidade de disciplina em processo de crescente consolidação. No entanto o arcabouço teórico-metodológico que sustenta sua prática ainda permanece como objeto de debate por carecer de alicerces epistemológicos que a distingam das disciplinas afines. Atento à situação anterior, o objetivo desta exposição é apresentar algumas contribuições que ajudam a expandir a discussão sobre a questão, expondo a possibilidade de uma leitura etnográfica das fontes históricas.Como veículo de reflexão utilizaremos as contribuições oferecidas por alguns estudos actuais pertencentes à disciplina e nutriremos as reflexões expostas com alguns dos contribuas da Filosofia hermenéutica de Paul Ricoeur em pos de delimitar os limites da prática etnográfica sobre as fontes históricas.
En el marco de las discusiones científicas contemporáneas se impone un tópico de reflexión donde se condensan las posibilidades heurísticas subyacentes al diálogo interdisciplinario. La dinámica de enriquecimiento recíproco abierta en la integración de esquemas teóricos y planteos metodológicos formulados en diferentes campos del conocimiento, constituye el camino por el cual transcurrirá el devenir de las ciencias. A pesar de no tratarse de una novedad, la interdisciplina continúa instituyéndose como un polo de debate epistemológico que interpela todas las tradiciones intelectuales. Sin embargo, la transversalidad del itinerario intelectual recorrido por la moción interdisciplinaria sobre los campos del saber dista de presentarse como una senda llana. Antes bien, el trayecto supone una senda confinada dentro de parámetros controversiales.
Al tomar en consideración el caso de la Antropología Histórica y ubicarlo como foco de nuestros intereses, nos situamos frente a un ejemplo donde la pulsión interdisciplinaria se revela como el entramado fundante de una práctica intelectual sistematizada en escuelas de pensamiento y organizada en espacios académicos con diferente grado de autonomía, según las distintas particularidades institucionales de los ámbitos universitarios e investigativos donde se la practique. Asimismo la articulación programática de dos saberes diferenciados dentro de un mismo núcleo de acción científica promueve la aparición de iniciativas de investigación “mestizas” que se resisten a ser encasilladas bajo rúbricas estáticas. Inscripto en la esfera intelectual e institucional aludida, el debate sobre la identidad disciplinaria de la Antropología Histórica -y la implicancia empírica de las investigaciones gestadas en su égida mantiene su vigencia y renueva su actualidad.
La reciente aparición (2012) del número XX de la revista científica Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires), patentiza las tensiones intelectuales entretejidas en torno a la Antropología Histórica en calidad de espacio interdisciplinario con contenidos temáticos diversificados y contornos científico/identitarios de índole difusos. En la temática específica de la publicación puede apreciarse el despliegue de un arco de opiniones organizado alrededor del debate de marras. El repertorio de miradas allí plasmado representa el estado del arte o expresión cabal de la tesitura por la cual transita la discusión nucleada en torno a diferentes facetas de la Antropología Histórica. El panorama teórico, conceptual, metodológico y temático discutido revela la presencia de un conjunto de posturas disímiles en lo tocante a elementos basales para la propia práctica científica: la discusión sobre la identidad disciplinaria, las posibilidades de una Antropología carente de trabajo de campo etnográfico y la validez de los conceptos instrumentales puestos en juego para intentar la realización de una etnografía del pasado, entre otros tópicos.
En su conjunto el dilema subyacente al repertorio de cuestionamientos y discusiones manifestados en la publicación adquiere el formato de un interrogante que atañe a la propia naturaleza de la práctica antropológicohistórica. ¿La Antropología Histórica es Antropología o Historia? A la luz de los hechos podemos afirmar que no existe una respuesta definitiva. Muy por el contrario las derivaciones reflexivas de la inquietud denotan un panorama de posturas coherentes hacia su interior pero con diferentes grados de solución de continuidad entre los pronunciamientos intelectuales reivindicados en las distintas propuestas. Desde enfoques contrastantes hasta miradas coincidentes, la tónica del debate conduce a tomar en cuenta la existencia de un abanico de aproximaciones críticas hacia el particular. Una mirada integradora de los contrastes y acuerdos registrados en el grupo de trabajos comentado permite componer una muestra representativa del momentum teórico-metodológico atravesado por la temática.
En la coyuntura retratada la aparición editorial del mencionado contrapunto de opiniones oficia como un umbral de pensamiento propicio desde donde plantear ejes de trabajo vinculados a aspectos teóricometodológicos de la Antropología Histórica. Es de especial interés para los objetivos del presente escrito referir el contenido de la iniciativa pergeñada por Pablo Wright (2012: 173-181)2 en calidad de horizonte de pensamiento. La propuesta del autor propende hacia el desarrollo de las posibilidades heurísticas susceptibles de ser perseguidas, al explorar en toda su profundidad epistemológica la idea de producir una vía de investigación específicamente diseñada para la disciplina.
El procedimiento sugerido adquiere entidad al ser moldeado dentro de los parámetros intelectuales provistos por una posible “etnografía del pasado”. A fin de ampliar el alcance de las reflexiones motivadas por el contencioso ocurrido respecto de la identidad científica de la Antropología histórica y con la expectativa de sugerir una serie de lineamientos teóricometodológicos pertinentes a su ejercicio, creemos necesario destacar las múltiples influencias y relaciones tendidas entre la disciplina en sí con los campos intelectuales más afines. Áreas científicas vecinas en cuya refracción contrastante se aprecia el surgimiento del perímetro identitario asignado a la Antropología histórica
Mediante un proceso de formación análogo al descripto por Barth (1976) sobre la conformación de las identidades étnicas, observamos que la Antropología histórica instituye su propio contorno o radio de especificidad merced al nutrido abanico de vasos comunicantes que la vinculan con otras ciencias sociales. Se trata de un límite difuso que por su propia definición fronteriza debe entenderse en términos tenues, porosos y flexibles (Nacuzzi [1998] 2005, 2010; Quijada 2002, 2002b, Boccara 2003) pero no por ello inexistentes. Así, la matriz interdisciplinaria sobre la que se erige la Antropología histórica le reporta un amplio espectro de posibilidades investigativas nacidas en la racionalidad interdisciplinaria que le es inmanente.
Entendemos que la Antropología histórica encamina su desarrollo mediante “una aproximación que combina los métodos y perspectivas de la [Historia] y de la Etnología [lo] que ha permitido, por un lado, restituir a las sociedades amerindias un poco de su espesor sociohistórico y, por otro, ha conducido a la elaboración de nuevos objetos y problemas de estudio” (Boccara 2005: 30). Con la intención de establecer nuevos fundamentos en la práctica Antropológico-histórica utilizaremos algunos recursos provistos por la Filosofía Hermenéutica a fin de abonar la moción de “etnografía del pasado”, por tratarse de una iniciativa teóricometodológica de visos eficaces en lo que atañe a la estructuración argumental de nuestra iniciativa.
Atentos a que el clima de opinión dista de presentarse en términos conclusivos y quizás inducidos por esa misma tónica de incertidumbre, creemos conveniente arriesgar una contribución de cuño hermenéutico a la propuesta puesta en juego. Ello con la intención de incrementar la densidad teórico-conceptual fundante en la iniciativa de generar un abordaje etnográfico de los documentos escritos. De tal forma pretendemos involucrarnos en la actualidad del debate atravesado por la disciplina en atención a cuestiones concretas relacionadas con los intereses y orientaciones vigentes en las investigaciones contemporáneas. Ciframos nuestra expectativa ulterior en que la proposición y confrontación intelectual fomentada opere como ejercicio de pensamiento tendiente hacia la construcción de una Etnografía del pasado.
De acuerdo a lo consignado ut supra sostenemos que en tiempos recientes sucedió una reactivación de la reflexividad disciplinaria derivada de la crítica colonial en cuanto problemática de la Antropología (Boccara 2012). Como correlato de la disertación con la que Lorandi inaugurara el número XX de la revista Memoria Americana Cuadernos de Etnohistoria, se reinstaló en el ámbito académico un debate relacionado con el suelo axiológico desde donde se configura la práctica antropológico-histórica. La autora encaminó su exposición enunciando interrogantes cuya orientación epistemológica funciona como disparador de una serie de cuestionamientos patentizados en preguntas que hacen a la naturaleza identitaria de la práctica antropológico-histórica. En sus palabras: “¿Los que hacen Etnohistoria o Antropología histórica hacen simplemente Historia, sin más? y ¿cuál es la diferencia entre Etnohistoria o Antropología Histórica? Pareciera tratarse de un viejo debate que, sin embargo, cada tanto retoma actualidad” (Lorandi 2012: 19).
Arriesgando una toma de posición presentada en forma de respuesta tan tentativa como provisoria, somos de la opinión que la Antropología histórica (desde ahora Ah) representa una práctica científica signada por la aparición de un espacio temático e investigativo independiente, donde la reflexión antropológica se despliega en una temporalidad ajena al trabajo de campo etnográfico tradicional. Por supuesto, como lo demuestra la alusión a trabajos previos, la consignación de nuestro planteo recupera desarrollos intelectuales anteriores y de ninguna manera pretende presentarse como una novedad. Muy por el contrario, es sólo al abrigo de las premisas establecidas y validadas por el acuerdo académico que nos planteamos como meta el hecho de profundizar las propuestas reflexivas entretejidas al interior de una disciplina donde “las principales categorías de análisis de la Antropología se ponen en juego para lograr una comprensión global de los procesos históricos y culturales” (Wright 2011: 12).
La Ah extiende su competencia sobre la dimensión de la historia y por lo tanto no presencial. La ampliación de la magnitud temporal que les es propia supone un viraje radical en lo concerniente a uno de sus pilares teórico-metodológicos constitutivos de la Antropología en su conjunto: el trabajo de campo etnográfico. Desde su posicionamiento particular la Ah renuncia a la presencia del investigador en el campo a cambio de expandir temporalmente el campo y rango de acción de sus practicantes. A lo largo del proceso se verifica el abandono del ejercicio del trabajo de campo clásico en virtud de que la distancia que media entre el investigador y la temática de investigación resulta insalvable en términos físicos, por tratarse de una discontinuidad temporal antes que espacial. Es sólo al precio de perder el marcador diacrítico definitorio por antonomasia a la Antropología -la Etnografía- que la Ah consigue proyectarse hacia el pasado en procura de la construcción de saberes novedosos. Empero una mirada más detenida indica que el propósito de reclamar intereses de visos históricos –y por lo tanto imposibles de ser abordados desde la práctica etnográfica según los cánones convencionales- no conlleva el abandono de su faceta específicamente antropológica.
La búsqueda de una proyección hacia el pasado habilita la resignificación conceptual y el alcance concreto de lo que se entiende como trabajo etnográfico. Ello en base a la visibilización de los fundamentos hermenéuticos contenidos en el llamado “enfoque etnográfico” (Guber 2011). Wright menciona el plano de convergencia donde se manejan la Antropología Social y la Ah desde un ángulo que subraya los contrapuntos metodológicos tendidos entre ambas disciplinas. En alusión a las posibilidades analíticas vislumbradas en el proceso de investigación específico de la Ah, el autor señala la gama de coincidencias procedimentales observables entre el trabajo de campo etnográfico y el trabajo con documentos emprendido con espíritu etnográfico: “en el trabajo de archivos, en su lectura, sistematización y análisis [el antropólogo] pone en juego el trabajo doble del etnógrafo: la escucha, pero también la sospecha, para dilucidar cabalmente los contextos sociohistóricos en que se produjeron los textos” (Wright 2011: 12)3. Posterguemos momentáneamente la profundización de este eje de reflexión y detengámonos ahora en la tarea de poner de relieve los elementos intervinientes en la formación del campo disciplinar de la Ah.
El encuentro de interrogantes nacidos de inquietudes propias de la Antropología con procedimientos de índole histórica, denota la existencia de un horizonte de posibilidad para la formación de una aproximación metodológica diseñada por y para la Antropología-histórica, en su propósito de analizar las distintas facetas adoptadas por los acontecimientos y procesos históricos. En un trabajo ya clásico Lorandi y del Río plantearon que “el mundo colonial, con su diversidad étnica, espacial y temporal” (1992: 39) constituyen los ejes de investigación etnohistóricos centrales4. Nos permitimos ampliar a la definición propuesta al agregar un elemento ya consabido y legitimado por los avances posteriores al texto comentado: los hechos y las problemáticas de la etapa independiente y republicana también caen dentro de la égida de la disciplina.
A su vez los trabajos antropológico-históricos incorporaron en sus investigaciones el propósito de visibilizar las tramas de complejidad sociocultural características del amplio espectro de relaciones establecidas entre los actores sociales que entraron en contacto en los contextos mencionados. Para ello se tomó en consideración el hecho que la producción de las fuentes documentales representa expresiones históricamente situadas, cuyo manejo antropológico demanda la puesta en práctica de ejercicios de crítica y contextualización (Lorandi y Wilde 2000). Al respecto Lorandi sintetizó el cariz teleológico de la situación al decir que “la Antropología histórica nos sirve para interrogarnos sobre la estructura cultural, las prácticas y sus significaciones, de cualquier segmento social privilegiando el análisis de los hábitos, las actividades y los imaginarios desde una perspectiva antropológica” (Lorandi 2012: 21).
El cúmulo de observaciones condensa en el surgimiento de un campo de trabajo donde la praxis investigativa “plantea preguntas antropológicas a las fuentes históricas” (Lorandi y Nacuzzi 2007: 281). Escapa a los objetivos de este escrito la tarea de realizar una genealogía teórica exhaustiva del impacto que tuvo la ciencia histórica en las corrientes de pensamiento antropológico, como tampoco entra en la égida de nuestros intereses estudiar el influjo recíproco5. Nos limitaremos a adoptar una postura integradora respecto de los ámbitos disciplinarios comprometidos en nuestro estudio al considerar que “La Antropología trabajando de forma histórica, puede llevar al antropólogo de la objetificación de la vida social al estudio de su constitución y construcción” (Cohn 1988 citado por Fernández de Rota y Monter e Irimia Fernández 2000: 34). Sahlins resumió el perfil de la situación articulando en una síntesis las contribuciones bidireccionales urdidas entre la Antropología y la Historia:
Es evidente que la práctica ha superado las diferencias teóricas que supuestamente dividen la Antropología y la Historia. Los antropólogos se elevan de la estructura abstracta a la explicación del suceso concreto. Los historiadores desvalorizan el suceso único a favor de las estructuras recurrentes básicas. El problema ahora estriba en refutar el concepto de la historia mediante la experiencia antropológica de la cultura (Sahlins 1997: 78)
Encuadrada en un escenario donde se desdibujan los compartimientos estancos otrora divisorios entre las ciencias tradicionales, la Ah emerge como campo científico individual en el encuentro de dos disciplinas íntimamente intervinculadas. Lo cual ocurre en el marco de una moción de fermento y fomento intelectual, traducido en la aparición de una situación mutuamente virtuosa donde medra “una increíble avenida conceptual y empírica para registrar y analizar cómo la historia, como producción simbólica, integra en sí las concepciones sobre el tiempo, la temporalidad, el pasado, presente y futuro, y la memoria, entre otras variables. En el análisis etnográfico, ellas se presentan como formas culturales histórica y políticamente motivadas” (Wright y Ceriani Cernadas 2007: 331). De esta manera “los viejos papeles cobran nuevos significados dentro de un estilo `antropológico´ de releer la historia” (Fernández de Rota y Monter e Irimia Fernández 2000: 43). Siguiendo esos lineamientos comparativos intentaremos esbozar los aspectos iniciales útiles para efectuar una etnografía sobre los textos en calidad de aproximación metodológica distintiva de la Antropología histórica.
Advertimos las posibilidades de interrogación etnográfica de los documentos escritos en las palabras que Wright (2008) le dedicara a la experiencia cuasi-antropológica de algunos exploradores con dilatada trayectoria en el Chaco argentino en el tránsito entre los siglos XIX y XX. El autor destaca la importancia etnográfica asumida por los relatos de viajeros y los documentos en general para las modernas investigaciones antropológicas. Las mismas no pueden obviar la debida contextualización histórica en su desarrollo luego del replanteo teórico expuesto por Evans Prittchard en 1950 durante la conferencia Marett (Evans Prittchard 1950). Retomando la línea reflexiva verificada en el trabajo de Wright observamos que el autor menciona la crónica del viaje exploratorio realizado por John G. Kerr a la región del Chaco. Allí señala que “El retrato etnográfico de los natokoi, especialmente en el capítulo 7, es muy vívido, y contiene datos sobre política, actividades económicas, formas de propiedad, reglas de etiqueta, lengua, matrimonio, educación, juego, pintura corporal, formas nativas de terapia y filosofía” (Wright 2008: 109). Refiriéndose a la crónica de John G. Kerr, un explorador que transitó el actual territorio de la Provincia de Formosa a principios del siglo XX sostiene que:
Este reporte es etnográficamente relevante ya que describe prácticas tobas y pilagás sobre la familia, peleas de mujeres, alianzas políticas, rasgos culturales y “personalidad” de tobas, pilagás, anagachíes (= l´aña Gashik), matacos y setegays (= chulupí o nivaklé). Incluyó también observaciones acerca de plantas, animales y clima. Finalmente, un mapa de su viaje provee un excelente panorama de la geografía, la toponimia indígena y la ubicación de las tolderías (Wright 2008: 109). [El destacado es nuestro]
A la luz de lo establecido en el apartado traído a colación nos hallamos en condiciones de ampliar la afirmación de Wright más allá de sus propias palabras y sostener la relevancia etnográfica de cualquier tipo de documento histórico (escrito, visual, pictórico, etc.) a partir de un fundamento distinto del de su contenido. En asociación con el tópico discutido hacemos nuestra una opinión tempranamente gestada por Malinowski. Con anterioridad a la publicación de Los Argonautas…, el autor sostenía que “[t]oda estadística, todo plano de un poblado o de unas tierras, toda genealogía, toda descripción de una ceremonia, de hecho todo documento etnológico” (Malinowski [1916] 1985: 305) constituye un material idóneo para la reflexión antropológica. Al abrigo de tales consideraciones entendemos que la determinación de la utilidad etnográfica de los registros del pasado reside en la perspectiva adoptada por el investigador al aproximarse hacia la evidencia. Antes que deberse a algún rasgo inherente a la evidencia, material o segmento de la realidad examinado, el elemento definitorio de la identidad científica de la iniciativa surge del posicionamiento intelectual adoptado por investigador, así como de la naturaleza de las interrogaciones efectuadas al recorte de información bajo escrutinio.
El postulado sugerido busca sancionar el perfil antropológico de una investigación basada en registros escritos, situando el marcador identitario/disciplinar de la tarea en el carácter de las preguntas formuladas y en la óptica desde donde el investigador toma posición. Puesto que en cualquier caso la evidencia textual estudiada dista de presentarse como un dato objetivo de la realidad, seguros de que se trata de una construcción contingente donde incidió la mirada del productor de la fuente, al tanto de que la óptica del investigador conlleva la incidencia de los esquemas intelectuales y culturales en los que fuera socializado y conscientes de que todo testimonio -empírico o intangibledel pasado es en parte fruto de un imaginario (en ocasiones ordenado según el canon formal de una teoría), ubicamos el rasgo definitorio del alcance e incumbencia de un trabajo científico en los interrogantes que lo impulsan. Los enunciados planteados hasta este punto invitan a llevar a cabo una serie de consideraciones ulteriores donde integrar los argumentos expuestos.
La Ah representa una disciplina científica con características teóricometodológicas complejas al desplegarse “en los confines de la historia y de la etnografía” (Gruzinski 2000: 56). Su localización fronteriza en el campo del saber provoca desplazamientos, solapamientos y nuevas relaciones inter-disciplinarias dentro del panorama científico, por hallarse en una posición intermedia entre dos ámbitos de investigación vinculados pero distinguibles como la Antropología y la Historia. Signada por un estamento científico “mestizo”, la praxis antropológico-histórica abreva principalmente en dichas disciplinas (recurriendo también a la Crítica literaria, la Literatura, la Sociología, la Arqueología histórica, etc.) con el objeto de producir una labor diferente a la de sus ámbitos predecesores. La textualidad de los resultados de la labor efectuada por la Ah establece de hecho que sus pronunciamientos recorren la misma senda que el resto de los segmentos del discurso científico. Porque “para pertenecer a una disciplina, una proposición debe poder inscribirse en cierto tipo de horizonte teórico” (Foucault 1999: 35). Y dado que la existencia de un panorama teórico de referencia condiciona el ingreso de n enunciado dentro del cuerpo de conocimientos aceptados y convalidados por una disciplina, es el propio entramado de supuestos, conceptos, procedimientos y expectativas de la Ah el que delimita su esfera disciplinaria.
La Ah en tanto campo de la Antropología, una posible quinta rama de especialidad factible de ser incluida en la clásica división cuatripartita propuesta por Boas, supone una forma particular de acción científica que carece de trabajo de campo etnográfico en el sentido tradicional y convencionalmente aceptado de la expresión6. En rigor la distancia temporal abierta entre el investigador y su objeto de análisis instituye una imposibilidad fáctica para trasladarse hasta el ámbito de estudio. De cara a este obstáculo el antropólogo interesado en problemáticas pretéritas vuelca sus esfuerzos investigativos sobre los testimonios históricos (documentos escritos, imágenes fotográficas y pictóricas, registro arqueológico, etc.) y en dirección a fuentes de información alternativamente utilizadas por etnógrafos e historiadores como la memoria social (sobre el particular conviene volverse a Delrío 2012: 155-162), grabaciones, etc. Somos de la opinión que a pesar de las similitudes disciplinarias y allende a compartir en parte la metodología y el objeto de estudio con la Historia, es posible delinear un espacio intelectual autónomo para la Ah al delimitar sus perspectivas analíticas y su fundamentos teóricos. Apelando a un segmento de los lineamientos teórico-conceptuales provistos por la hermenéutica esperamos ofrecer algunos aportes pertinentes a la iniciativa de producir un acercamiento a los registros históricos conforme a lo previsto en la mirada etnográfica.
Como ya observáramos Wright sistematizó a nivel conceptual las inquietudes teórico-metodológicas cobijadas en la Ah cuando propuso la conformación de una “etnografía del pasado” (Wright 2012: 171-181). Con motivo de teorizar su aporte el autor recurrió a una maniobra operada a nivel conceptual por la cual el tiempo, la dimensión sobre la que se despliega el ejercicio analítico de la Ah, puede redefinirse en términos de espacialidad. A partir de la puesta en práctica de la idea sugerida resulta posible problematizar aspectos condensados en el orden de lo teóricometodológico. Discutir temáticas derivadas del tratamiento etnográfico de la documentación histórica y encarar cuestiones relativas a la reflexividad del investigador (Guber 2009: 176-188). En palabras de Wright:
“una etnografía del pasado supondría que en lugar del espacio como locus clave transformado en lugar o sitio etnográfico por la práctica de investigación, lo sería el tiempo, transformado en historia lato sensu por la práctica de investigación y por la agencia de los actores sociales del pasado. Entonces, este campo del tiempo sería el lugar etnográfico de una antropología que produciría una intersubjetividad entre el investigador y sus interlocutores remotos, a través de objetos culturales que son las diferentes clases de evidencias documentales disponibles” (Wright 2012: 175).
Siguiendo la senda marcada por el autor colegimos que por acción de la práctica antropológica el rango de lo temporal puede resignificarse con arreglo a instancias de espacialidad. La modificación operada a nivel conceptual concurre a disolver la imposibilidad cernida sobre el requisito de presencialidad etnográfica ante el empeño antropológico de abordar una problemática histórica. Advertimos la importancia de la maniobra intelectual en su capacidad de sortear la aparente contradicción cobijada en una propuesta etnográfica sin trabajo de campo en tiempo real. La etnografía del pasado modifica el imperativo etnográfico de “estar ahí” (Geertz 2003) centrado en la actualidad como rasgo característico, habilitando una moción definida por el “mirar allá” propio de cualquier inquietud vinculada con acontecimientos pretéritos.
Los sucesos acontecidos en el pasado plantean una composición de lugar analítica que por definición prescriben la observación directa de la problemática polarizadora del interés de la pesquisa. Al motivar una transformación conceptual de la naturaleza indicada, la ausencia del investigador en el campo deviene en presencia mediatizada por o a través de los documentos. ¿Cómo resultaría posible concretar la iniciativa consignada? ¿De qué manera puede llevarse a la práctica una aspiración del talante comentado? La respuesta aparece en base a una certeza de cuño interpretativo. Nos referimos al carácter significativo de la praxis humana. Atentos a que “toda acción social es una acción simbólica” (Ricoeur citado en Wright 2012: 176) nos encontramos en condiciones de arrojar luz sobre el proceso cognoscitivo subyacente en la propuesta de la Etnografía del pasado.
Tomando como punto de inicio el principio significativo de la acción humana advertimos que la misma representa una entidad susceptible de ser abordada en apelación a los mecanismos previstos en los análisis semánticos y semióticos útiles en igual medida para el ámbito textual y para la dimensión socio-cultural. De tal forma y a partir de la existencia de una vía de acceso hermenéutica válida para los hechos presentes y pasados, la etnografía del pasado promueve la indagación de las acciones individuales y sociales, las representaciones colectivas y en las configuraciones subjetivas. ¿Cómo? Entendiendo a la experiencia humana en su calidad de acontecimiento simbólico apto para ser interrogado a través de los documentos históricos. ¿De qué forma? Por medio de categorías de análisis cuyo diseño y pertinencia les permite generar anclajes en el seno de la producción de sentidos. Lo cual nos devuelve a la relación entre el texto y su lectura. Un vínculo que en aras de resultar operativo a fines antropológico-históricos requiere de su encaminamiento en términos analíticos.
El cúmulo de factores incidentales intervinientes en la conformación de los cuerpos de información documental estudiados por el investigador determina el carácter contingente de las conclusiones a las cuales se arriba. En este plano de incertidumbre navega el científico decidido a encarar problemáticas situadas en tiempos pretéritos. De lo cual se desprende la premisa que cualquier síntesis explicativa acuñada por el analista sólo puede tomarse en consideración en términos provisorios -jamás definitivos- en virtud de que “un papel proveniente de un archivo nunca ha sido leído por última vez [y] tampoco podemos afirmar que el relato de un viaje ya no tiene nada más que decirnos” (Nacuzzi 2002: 246). Entonces la temática que nuclea el interés del investigador lo conduce a través de repositorios documentales donde obran fuentes inéditas y escritos ya publicados, en combinación con el estudio de la literatura científica que oficia como antecedentes al eje de trabajo. El agregado de textos interpelado por la mirada del analista gana entidad en la forma de un conglomerado de documentos inquiridos en apelación a la Etnografía del pasado.
Para ello la persona que emprenda la tarea debe “bucear en las prácticas e imaginarios sociales no como signos, supuestamente literales y/o transparentes, sino como símbolos; es decir, como fenómenos plurisémicos que nunca lo dicen todo directamente, o que agotan su sentido en la literalidad de sus manifestaciones” (Wright 2012: 176). Así la instrumentación efectiva de la Etnografía del pasado diseña lugares etnohistoriográficos (en caso de ser conveniente la acuñación del neologismo) en función de la intervención del investigador en el campo de estudio, sea este el terreno o un agregado documental. Al igual que los lugares etnográficos se conforman por acción de la práctica etnográfica, afirmación nacida en la crítica poscolonial originada en contra de la aldea como unidad de análisis a priori por tratarse de una idealización teórica antes que una realidad empírica, sugerimos que los lugares etnohistoriográficos, en su doble calidad que unidad de análisis y enfoque intelectual característico de la Antropología histórica, emergen de forma análoga a aquellos loci producidos por los procesos de investigación motorizados por la Antropología social. Es la acción del investigador la moción que erige el perímetro del evento interrogado. Es el enfoque del analista la fuerza que demarca la superficie bajo escrutinio. En fin, es la definición de la temática y la problemática la que construye el objeto de estudio y su vía de aproximación.
“La etnografía del pasado, a través de la construcción teórica y metodológica, construye un lugar etnográfico histórico que presentifica esos lugares de campo, proponiendo modos y lógicas de relaciones sociales en donde se prueban hipótesis y modelos de análisis. Influida por la práctica disciplinar de la historia construye y clasifica estos lugares etnográficos, asociando tópicos particulares con un signo de temporalidad, necesarios para legitimar el trabajo y garantizar la comunicabilidad de los resultados” (Wright 2012: 177)
Por mor de la espacialización del tiempo, en el caso de la Ah ocurre una transformación que atañe y redefine los regímenes de historicidad que interesan y a la vez tutelan la mirada del antropólogo histórico (el propio analista se halla inmerso en una historicidad particular). Va de suyo que la temporalidad representa una conceptualización socio-cultural antes que un elemento dado de la realidad. Por ende quien proyecta sus inquietudes hacia el pasado mediante las sendas propiciadas por la Etnografía del pasado sienta las bases para la aparición del lugar etnohistoriográfico, y es en su seno donde se verifica el movimiento de “presentificación” operado en la espacialización del tiempo. En suma, el planteo puede reducirse a una serie de elementos en constante proceso de (re)organización al interior del campo antropológico-histórico: trabajo etnográfico no presencial, espacialización del tiempo, reflexividad del investigador, complejidad del universo de información interrogado, fragmentación de los datos producidos y provisoriedad de las conclusiones.
Todo ello a sabiendas de los riesgos metodológicos cobijados en una propuesta que aparenta desnaturalizar el cariz empirista del trabajo de campo, puesto que por intermedio de la información disponible en las fuentes inquiridas la iniciativa etnohistoriográfica desplaza la legitimidad del análisis desde la observación directa de la realidad vigente al momento del estudio, hasta el esfuerzo de interpretación de una realidad disuelta en el devenir. En caso de ser enriquecido con contribuciones ulteriores, el aporte de la “Etnografía del pasado” pergeñado por Wright induce a la detección de un horizonte de posibilidades heurísticas apto de ser explorado a través de la realización de investigaciones encaminadas por caminos teórico-metodológicos originales. De aquí en más nuestro propósito será brindar un mayor espesor conceptual al encuadre intelectual presentado, a partir de la incorporación de elementos hermenéuticos que habiliten el descubrimiento del componente interpretativo requerido para viabilizar en términos sistemáticos el perfil procedimental de la Etnografía del pasado.
Dando por sentado que las fuentes constituyen una síntesis de expresiones donde se concentran la visión de los autores (en la forma de ópticas condicionadas por las relaciones de poder, las tradiciones intelectuales y los imaginarios socio-culturales imperantes en la coyuntura de producción textual en calidad de sustrato socio-histórico), con las intenciones, silencios y propósitos subjetivos del productor de la fuente, entendemos que el producto textual o representación narrativa de los sucesos referenciados en la enunciación supone la resultante de tensiones estructurales y pulsiones individuales antes que testimonios empíricos objetivos de las dinámicas del pasado (Nacuzzi 2002, 2007, Roulet 2003, 2006, Ortelli 2005). La toma de conciencia sobre la existencia de una polifonía intra-textual en la construcción de los documentos estudiados, motiva la problematización metodológica de la evidencia de acuerdo a los preceptos historiográficos vigentes en la actualidad.
En los escritos se superponen voces y se reflejan expresiones –tácitas o explicitas- producidas por actores sociales diferenciados por las asimetrías presentes en los ámbitos de producción de las fuentes. Lorandi y del Río establecieron tempranamente que los textos “reflejan y contraponen identidades endovalorizadas” en función de que “el propio esfuerzo de escribir una crónica tiende a reforzar la valoración del propio grupo, minimizando, o incluso desvalorizando al ajeno” (Lorandi y del Río 1992: 36). Las fuentes escritas toman cuerpo en elementos con identidad propia -aunque con límites contextuales difusos- cuyos trazos resultan perceptibles al interior de un proceso continuo de intertextualidad basado en la semiosis ilimitada (Pierce 1987). La existencia de un marco de diálogo inter-documental ininterrumpido donde se imbrican los escritos, por necesidad dirige nuestra mirada hacia la visibilización de un escenario dinámico de intercambios de significados dentro y entre los textos. Así, “las opiniones ideológicas, como lo hemos visto, están también dialogizadas internamente y en un diálogo externo se combinan siempre con las réplicas, internas del otro, incluso allí donde adoptan una forma terminada, extremadamente monológica de la expresión (Bajtín 2005: 195).
Respecto del tema que nos ocupa observamos que la perspectiva analítica de la Ah expone un espacio disciplinar caracterizado por un proceso de otorgamientos y revocaciones teórico-metodológicas principalmente –aunque no de manera exclusiva- entre la Antropología y la Historia. En su constitución disciplinaria la Ah renuncia a su faceta etnográfica para expandir la dimensión temporal de su capacidad analítica. Como contrapunto, al extender hacia el pasado su campo de investigación la práctica de la Ah recorre una senda histórica en clave antropológica antes que historiográfica. Al mismo tiempo el sentido de lo histórico se ve afectado por la intrusión de lo antropológico como factor dominante en la praxis de la Ah. En consecuencia nos enfrentamos a una Antropología que a precio de su historización se ve impedida de ejercer una clásica labor etnográfica, alejándose así de la Antropología tradicional. Sin embargo, como intentamos demostrar a lo largo del trabajo, resulta posible proponer la realización de una praxis etnográfica sobre el material de archivo y editado en base a los fundamentos hermenéuticos establecidos por Ricoeur para el estudio de los textos.
Con objeto de elucidar los elementos conceptuales contributivos al esfuerzo de configurar una aproximación etnográfica hacia los documentos escritos, recurriremos a la aplicación de algunos postulados de la filosofía hermenéutica. Nuestra intención es identificar los cimientos epistemológicos que justifiquen la posibilidad de “emprender una etnografía histórica tanto de los indígenas como de los invasores” (Boccara 2005: 46). Puntualmente, nos volveremos hacia la obra de Ricoeur La metáfora viva (2001) y Del texto a la Acción (2006) con el propósito de estructurar una trama argumental que sustente nuestro postulado. Esperamos que “Las distintas aproximaciones hermenéuticas nos mostrarán las internas paradojas lógicas de todo intento de recuperación del pasado histórico” (Fernández de Rota y Monter e Irimia Fernández 2000: 43). En concreto nos valdremos de los desarrollos de Ricoeur sobre la Hermenéutica del texto y de la Acción para encauzar nuestro cometido. En primer lugar el autor se enfrenta a la dicotomía de “explicar” y “comprender” en tanto formas tradicionalmente opuestas y excluyentes de apropiación de los textos. Para construir su análisis Ricoeur despliega una batería de argumentos que tomados como una totalidad permiten superar el contraste de apariencia irreductible.
La vía de aproximación explicativa entiende al texto como una máquina de funcionamiento interno donde los interrogantes planteos por el investigador nacen de inquietudes meramente semióticas. Por medio de la aplicación del análisis estructural el acercamiento analítico hacia el relato quedaría sintetizado en la exposición de los sistemas de codificación ensamblados en la producción del texto. Las limitaciones cobijadas en la instrumentación antropológica de la moción comentada en calidad de dispositivo de interrogación textual resultan tan evidentes como problemáticas. “[M]ediante esta serie de operaciones, el relato considerado ha sido de algún modo virtualizado […], despojado de su actualidad como acontecimiento discursivo y reducido al estado de variable de un sistema” (Ricoeur 2006: 153 y 154). La consecuencia de circunscribir el análisis al nivel formal es que la explicación rasa pasa por alto la condición fenoménica del objeto capaz de portar sentido. Huelga decir que estudiar un texto sin interesarse en su contenido significativo representa un cercenamiento arbitrario de los alcances de la investigación conducente al empobrecimiento de las lecturas que de allí puedan ser extraídas.
Frente a la explicación se erige la comprensión en calidad de senda de conocimiento orientada en procura de tornar factible la plena inmersión del lector en los nichos de sentido albergados por la textualidad. La modalidad comprensiva postula la necesidad y posibilidad de establecer un nexo empático transpersonal e intuitivo capaz de garantizar la canalización y entendimiento absoluto de las intenciones del autor por parte del lector. A través del texto y de forma casi misteriosa (sensu Otto 2005), emisor y receptor coincidirían a nivel intelectual en el acceso al componente semántico esencial alojado en el escrito. Con arreglo a una mirada de tintes internalistas ubicada por encima de los contextos y las psicologías, el texto tendría la capacidad de revelar su contenido trascendente y emancipado de distorsiones epocales y personales, a aquella persona que lograra entrar en contacto con los canales empáticos propios del caso. Empero el carácter pseudo-numinoso de una conexión como la descripta inhibe la formulación de cualquier vía de aproximación por caminos que apunten a presentar visos procedimentales.
Por definición no hay ni puede haber metodología pertinente a una experiencia de investigación transpersonal de naturaleza empática.
Más todavía, la sola idea de estandarizar el método con intención de ser replicado en análisis ulteriores se ve cancelada con anterioridad a su formulación. Ante un panorama como el consignado Ricoeur sostiene que las variantes tradicionales en el estilo de acercamiento a los textos representan extremos radicalizados donde, respectivamente, se observa: a- una pérdida de orientación consecuente del abandono de todo interés en el haber significativo situado en el entramado enunciativo de un texto (un nivel semántico ignorado por la tónica de aproximación estructuralista) o b- una ilusión romántica de afinidad intersubjetiva imposible de ser racionalizada (y mucho menos operacionalizada en términos metodológicos). Con la intención de configurar una opción superadora a la dicotomía erróneamente planteada en términos excluyentes y motivado por una renovación en la noción misma de “texto”, el autor propone que la explicación y la comprensión constituyen dos momentos vinculados dentro de una única dialéctica interpretativa7.
En el marco de la Hermenéutica la comprensión requiere de la explicación puesto que en un texto la instancia dialógica ha desaparecido. Situación que torna mandatoria la existencia de un código donde se fije el contenido a ser comunicado. A su vez la explicación carece de sentido sin el concurso de la comprensión en función de que los códigos sólo adquieren finalidad en su condición de sistemas de producción y comunicación de mensajes. Entonces la dinámica interpretativa propuesta por Ricoeur nace en la mutua necesidad compartida por los distintos momentos de apropiación del texto. La comprensión demanda de la explicación un andamiaje estructural a través del cual el texto es codificado y preservado en tanto mediación exigida por el discurso en su fijación escrita, mientras que la explicación necesita de la comprensión dado que la transmisión del mensaje para la apropiación del significado del texto por parte de los lectores es el motivo mismo que justifica la existencia del código y sus reglas.
Entre la explicación y la comprensión “(…) se despliega el mundo del texto, el significado de la obra” (Ricoeur 2006: 155) en calidad de middle ground (sensu White 1991) donde propiciar la praxis analítica y donde la posibilidad hermenéutica adquiere entidad. A la luz de la dialéctica establecida entre los elementos confrontados, producto de la contradicción instituida entre la explicación y comprensión surge la interpretación como síntesis superadora. La misma germina en el pivoteo alternativo entre la formalidad de las normas comunicativas y la compulsión humana de participar en el universo de significados. La dinámica interactiva entre los polos de explicación y comprensión brinda la ocasión de concebir al texto como una instancia privilegiada desde la cual acercarnos antropológicamente a la acción humana distante en términos temporales.
El hecho mismo de la interpretación infiere una actualización del mensaje por medio de la participación activa del receptor, en función de que la lectura del analista le agrega un sentido suplementario a una narrativa cimentada sobre una matriz a la vez semiótica y semántica. Por consiguiente se refuerza la pertinencia de diseñar un esquema de validación preliminar que le otorgue valor etnográfico al estudio de los documentos, por medio de las posibilidades interpretativas subyacentes en el quehacer hermenéutico. Baste por el momento el hecho de establecer que la capacidad del texto de fijar el mensaje codificado en signos estables y aprehensibles se articula con nuestra predisposición a incursionar en la expresión de alteridades apartada en el plano temporal. Ocupémonos ahora del papel que posee la interpretación de la acción dentro de nuestro planteo.
La hermenéutica de la “Acción” representa el segundo elemento de desarrollo implementado en la fundamentación de la Etnografía del pasado en tanto mirada etnográfica sobre los documentos históricos.Una aproximación hacia la Teoría de la acción postula el tenor de los vínculos existentes entre los motivos y las causas movilizadoras de la praxis humana. Para abordar la problemática debemos preguntarnos si tales expresiones constituyen una sinonimia o si por el contrario señalan dos tipos de ejecuciones distinguibles en lo que hace a su sentido. Ricoeur al plantearse el interrogante observa que la diferenciación entre motivo y causa nos ubica frente a un continuum, en cuyos extremos se localizarían la causalidad sin motivación por un lado y la motivación sin causalidad por el otro. Respectivamente la causa carente de motivo señala las instancias donde la conducta humana tiene lugar bajo la coacción. La causalidad inmotivada alude a un escenario de violencia o compulsión ejercida sobre el sujeto donde cualquier instancia de intencionalidad queda anulada en virtud de la incapacidad del actor de ejercer su arbitrio con libertad. Trátase de un abanico de acontecimientos que contempla desde el uso de la fuerza por parte de entes distintos a la persona hasta la existencia de pulsiones internas producidas por desórdenes generados en el ámbito psicológico. La causa sin motivo proporciona un claro ejemplo de la acción vaciada de contenido volitivo.
En el extremo opuesto del acto sin fundamento alguno de libre albedrío advertimos la presencia de las motivaciones absolutamente racionales donde el deseo subjetivo se diluye en el contexto de la maximización del beneficio. Allí la distinción entre motivo y racionalidad instrumental resulta artificiosa toda vez que las acciones se ordenan de acuerdo a la optimización de ganancias como en el caso de las decisiones tomadas por los jugadores de ajedrez, las planificaciones económicas o los esquemas estratégicos. Poco importa el propósito individual en un escenario donde lo que se dirime es la búsqueda de beneficios dictaminados en términos formalistas (Godelier 1974, Polanyi 1976, 1997), la supervivencia o donde se resuelven pujas en el marco de una competencia. En un contexto de índole contenciosa el deseo singular queda subordinado a la necesidad en función de que la praxis racionalista (donde rige la dinámica de adecuación de medios a fines) abandona todo arraigo ajeno al principio utilitarista.
En atención a los rasgos detentados por los ejes identificados como referencias axiales dispuestas en los vértices de un continuum, consideramos (apoderándonos de los argumentos de Ricoeur) que la ontología del quehacer humano real –salvo excepciones tan puntuales como infrecuentes- se ubica en algún punto a mitad de camino entre estos dos polos mutuamente irreconciliables. Al igual que la interpretación de los textos surge u oscila en la articulación de los órdenes explicativos y comprensivos, el rango de la interpretación reservada a la acción cultural pendula entre motivos con mayor o menor grado de racionalidad, de acuerdo a la composición de lugar específica donde se efectúe la praxis puntual. Y aunque a nivel teórico estructuramos una modelación organizada entre núcleos diametralmente enfrentados en los hechos observamos que “esta oposición es puramente abstracta. La realidad presenta más bien la combinación de los dos casos extremos en el medio propiamente humano de la motivación, donde el motivo es a la vez moción del querer y justificación (…) El hombre es, precisamente, quien pertenece a la vez al régimen de la causalidad y al de la motivación, es decir, de la explicación y de la comprensión” (Ricoeur 2006: 159. El destacado es nuestro). El surgimiento de una Teoría de la acción como dialéctica entre los mismos elementos que componen la hermenéutica del texto nos autorizaría a proponer paralelismos en relación con los fines del artículo.
Los puntos en común entre sendos esquemas se encuentran mediatizados por la propia naturaleza del texto en calidad de “paradigma para la acción humana [mientras que] la acción es un buen referente para toda una categoría de textos” (Ricoeur 2006: 162). Respecto del primer tópico cabe indicar que la praxis de los seres humanos puede ser definida en varios aspectos como un símil-texto (idea afín a la postulación de la cultura entendida como texto en el sentido de lo enunciado por Geertz [1997]), ya que su manifestación ostensible resulta parangonable con el proceso de afianzamiento del fenómeno grafo en un código predeterminado de escritura. Así independizándose de las constricciones impuestas por visiones teóricas sesgadas, “la acción adquiere una autonomía semejante a la autonomía semántica de un texto; deja un trazo, una marca; se inscribe en el curso de las cosas y se vuelve archivo y documento” (Ricoeur 2006: 162. El destacado es nuestro).
La recíproca también cobra validez: el texto, en virtud del parecido que presenta con la acción, se re-configura en una acción apta para ser estudiada por el enfoque ofrecido por la Etnografía del pasado. Apreciamos entonces cómo la acción y el fenómeno textual representan mociones orientadas hacia un otro (sensu Weber 2012) anticipable en la existencia de un lector potencial o de un agente social que le otorga sentido a la praxis. En consecuencia “no es pues sorprendente que la teoría de la acción dé lugar a la misma dialéctica de la comprensión y de la explicación que la teoría del texto. El derecho a proceder a tal transferencia parecerá más fuerte aún si se considera que ciertos textos –sino todos- tienen como referente a la acción misma” (Ricoeur 2006: 162). La afinidad (¿identidad?) constatada entre los procesos constitutivos de la hermenéutica de los textos y de la acción pone de manifiesto una dinámica común en lo concerniente a la diagramación de una aproximación analítica de visos coincidentes.
Texto y acción fijan sus propios confines en articulación con otras acciones y textos. A su vez, las fronteras ontológicas extendidas entre uno y otro fenómeno, sean ellos textos o acciones, detentan una permeabilidad absoluta hacia las lecturas y reacciones posteriores que, por su parte, se diagramarán en sendos textos y acciones. Por ello a los fines investigativos antropológico-históricos los textos en su carácter de objetos culturales, al igual que las acciones en su condición de hechos culturales, pueden ser interpelados por la dinámica interpretativa provista y posibilitada por la presencia de un otro inmediato o distante a nivel espacial o temporal. Es en la dimensión de la intersubjetividad donde el constante proceso hermenéutico cargará a los documentos y a las acciones de un significado contingente en función de su contextualización históricamente situada. Elementos de análisis en materia de encuadre socio-cultural que entran en tensión con la cuota de subjetividad impuesta por los actores accidentales involucrados en la acción interpretativa.
Habiendo establecido el paralelismo extendido entre ambas sendas interpretativas advertimos la presencia de condiciones teórico-conceptuales suficientes para plantear una permutación de los métodos de análisis respecto de los objetos de estudio. A saber, al amparo de los postulados sustentadores de la Hermenéutica es dado encarar metodológicamente un texto como si fuera una acción y a una acción como si fuera un texto. Acontecimiento propiciatorio para la configuración epistemológica de una mirada etnográfica de los documentos históricos como componente disciplinario específico de la Etnografía del pasado. En última instancia el reconocimiento de las similitudes existentes entre el proceso interpretativo reservado al texto y aquel prescripto para la acción permite concebir una potencial utilización alternativa de las concernientes prácticas hermenéuticas por tratarse de aproximaciones analíticas con evidentes grados de semejanza.
Por otra parte la potencialidad del intercambio metodológico abre la puerta a considerar una segunda permutación de naturaleza conceptual que involucra a los objetos de estudio: la del texto como acción y la acción como texto. “La transferencia del texto a la acción deja totalmente de aparecer como una analogía riesgosa” (Ricoeur 2006: 162) para convertirse en un supuesto de carácter axiológico. Esta última idea refuerza su pertinencia a partir del carácter intercambiable de sus métodos de análisis. Partiendo desde los postulados expresados se torna factible la propuesta de generar un acercamiento etnográfico sobre el fenómeno escrito en consideración de la intrínseca faceta accional de la documentación histórica. “De esta forma, las acciones recuperan en buena parte su dinamismo y las cosas pierden el peso de su aparente esteticismo, se hacen temporales y se desobjetifican” (Fernández de Rota y Monter y Fernández e Irimia Fernández 2000: 29). En resumen, la tarea de configurar una perspectiva etnográfica de los documentos históricos (escritos, visuales, etc.) posee un doble basamento.
Por un lado, según lo antes expuesto, la propuesta procede de la posibilidad ontológica de asimilar el concepto de acción con el de texto y del texto con la acción. Situación extensiva a la metodología hermenéutica puesta en práctica como dispositivo de indagación pertinente a sendos objetos de estudio. Denominaremos “alternancia ontológica” a este aspecto de nuestro desarrollo con objeto de enunciar en términos categoriales la validez detectada en la permutación bi-direccional del método hermenéutico reservado a los textos y la acción, así como en la sustitución del objeto de estudio textual por lo performativo (y viceversa) al interior de una investigación antropológico-histórica, sin que la operación en cuestión ocasione distorsiones analíticas perjudiciales a los fines perseguidos en la pesquisa. Por otro lado, admitiendo que “la historia no es más que una extensión de la comprensión del otro” (Ricoeur 2006: 163) observamos la presencia de una “coincidencia teleológica” entre la investigación histórica y la labor antropológica en su meta común de generar conocimiento sobre la experiencia humana.
Esta doble convergencia ontológica y teleológica representa los cimientos de la estructura argumental de nuestro intento de otorgar contenido conceptual la propuesta de la Etnografía del pasado. Como corolario podemos señalar que en igual sintonía con la idea de Wright, Fernández de Rota y Monter postuló que “el texto histórico es una `objetificación mental´ que ha adquirido su propia autonomía con su propia historia. El significado del texto es visto como un monumento activo en la tradición histórica” (2007: 04). Acción, texto y Hermenéutica parecen articularse en un ensamblado operativo útil en nuestro propósito de afirmar que la Etnografía no se restringe a la presencia efectiva del investigador en el campo. El “estar ahí” puede adoptar formatos variados. Inclusive puede contemplar un posicionamiento analítico sobre la realidad textual.
El trazado de los contornos del espacio reservado a la labor científica de la Ah constituye el reconocimiento de un universo disciplinario en continuo desarrollo, en virtud de que los modernos planteamientos teóricometodológicos disuelven progresivamente los límites otrora fijados entre disciplinas. En el lugar dejado por los esquemas intelectuales de raigambre decimonónicos en creciente desintegración, irrumpe un escenario rico en posibilidades investigativas y nutrido de las oportunidades cobijadas en el diálogo interdisciplinario. En dicho marco de situación la Ah emerge como un terreno fértil para la producción de saberes novedosos nacidos del encuentro entre teorías, métodos, conceptos y objetos de estudios heterogéneos. Somos de la opinión que la tarea de intersectar la Ah con la Filosofía Hermenéutica torna viable la apreciación de aspectos poco explorados de la praxis científica de nuestra disciplina de interés.
Valiéndonos del esquema boasiano aspiramos a inscribir a la Ah dentro del clásico imaginario cuadripartito propio de la Antropología hasta transformarlo en un campo conformado por cinco componentes. Desde el momento en el cual la Antropología Social se vale de la Etnografía para abordar sus problemáticas de interés, la Antropología Lingüística apela a la Etnografía del habla con objeto de indagar en las temáticas que la ocupan, la Arqueología realiza excavaciones con la intención de obtener evidencia material del pasado humano y la Antropología física -en constante diálogo con la Biología y la Medicina- despliega un amplio abanico de técnicas a fin de explorar el costado biológico de la humanidad; de forma concomitante la reflexión etnográfica aplicada al estudio de los documentos históricos posibilita un acercamiento específico hacia una realidad distinta a la estudiada tradicionalmente por la Antropología.
La necesidad de dotar de fundamentos epistemológicos respaldatorios a la idea de una aproximación etnográfica hacia los documentos históricos nos instó a esbozar algunas reflexiones relacionadas con la actualización del andamiaje teórico-metodológico de la Ah. La Etnografía del pasado en tanto trabajo de campo que toma a los textos como terreno de investigación constituye una práctica científica en sí misma en virtud de dos ideas derivadas de la Filosofía Hermenéutica de Ricoeur. La primera de ellas supone la posibilidad recíproca de asimilar tanto los conceptos definitorios como la metodología de análisis reservados al texto y la acción. La equivalencia verificada entre los procedimientos y objetos de estudio asociados con el campo de lo documental y el ámbito de la praxis señalan la presencia de una afinidad que optamos por categorizar con la noción de “alternancia ontológica”.
Reivindicamos el principio de coincidencia a raíz de las similitudes detectadas en la dimensión conceptual y analítica pergeñada para sus respectivos estudios. De forma complementaria observamos una “coincidencia teleológica” entre la Historia y la Ah puesto que ambas disciplinas dirigen sus esfuerzos investigativos hacia el conocimiento del pasado como plano donde indagar sobre la experiencia humana. En suma, trátase de dos prácticas científicas unidas por su interés pero en parte separadas por su epistemología y estructura teórico-metodológica. De la tensión desplegada entre una Antropología cuyos intereses la proyectan hacia el pasado y de una Historia entreverada por teoría y conceptos antropológicos, nace una serie de paralelismos interdisciplinarios donde se sustancia la aparición de una disciplina “mestiza”, la Ah, capaz de efectuar interpretaciones de carácter etnográficas sobre la base del contenido de los documentos escritos.
El carácter permutable de los conceptos axiales y procedimientos de aproximación que definen el objeto de estudio etnográfico (la descripción de la acción humana) e histórico (el estudio de los documentos históricos en su conjunto y escritos en particular) da lugar a la consolidación de una vía etnográfica orientada al análisis de los documentos históricos. Como epílogo cabe recuperar en clave sintética el núcleo de los argumentos expuestos en el artículo: el complejo panorama de encuentros y distanciamientos entre la Ah, la Etnografía y la Historia redunda en la posibilidad de ponderar un conocimiento etnográfico del pasado histórico. Esperamos que la somera contribución propuesta aquí concurra a vigorizar el desarrollo de la Etnografía del pasado en tanto dispositivo de investigación cuya riqueza se anticipa en lo problemático de su denominación.
1. (UBA-CONICET). Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Etnohistoria. juliospota@gmail.com.
2. Si bien el autor recién desarrolla su aporte en profundidad a lo largo del artículo citado, su interés al respecto se remonta a trabajos anteriores. En una breve introducción redactada a propósito de la aparición del libro de Carina Lucaioli Abipones en las fronteras del Chaco. Una etnografía histórica sobre el siglo XVIII (2011) Wright sugería que la investigación había sido encaminada con apego a una metodología “que podría denominarse trabajo de campo en el tiempo; es decir, la inmersión etnográfica en el mundo colonial a partir del contacto vivido con fuentes de la época, en diversos repositorios de la Argentina y del extranjero. Este viaje etnográfico tiene como guías cartográficas los esquemas conceptuales que provienen de la antropología social, más específicamente la antropología histórica y también la política. Se trata de una verdadera antropología política etnohistórica” (Wright 2011: 11-12). Según surge de la cita, un breve ejercicio de genealogía conceptual indica que el grupo de ideas expuesto en el escrito de 2012 ya se encontraba gestándose en estado embrionario entre las inquietudes intelectuales del autor. Empero, su exposición sistemática se difirió hasta la aparición del volumen aniversario de la revista Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria.
3. Para el análisis del material también plantearemos un acercamiento basado en los aportes de la microhistoria (Revel 1995) como recursos metodológicos en la interpretación de los documentos: la multiplicidad de contextos desde niveles locales a los más globales operantes en el proceso de conocimiento y registro de particularidades respecto del otro, así como en las prácticas de relación que también mantienen una dinámica y lógica autónoma. Los mencionados recaudos procedimentales representan instrumentos eficaces al momento de intentar desentrañar las intencionalidades ideológicas tácitas o explícitas de los autores de los documentos, con objeto de lograr la interpretación del documento en el marco de los diferentes contextos de producción. La detección de las condiciones en las cuales fue configurado el escrito contribuye a despejar sus propias distorsiones. A partir de una sintetización de lo expuesto por Bensa (1996) podemos distinguir diferentes contextos:
A- Contexto de enunciación: Instancia analítica donde se evalúa la coherencia y/o las perturbaciones que el autor de una fuente (singular o grupal, oficial o personal, público o privado, militar o civil, etc.) puede haber introducido a partir de los condicionamientos propios de su perspectiva particular.
B- Contexto cultural: Localización estructural del autor dentro de un campo determinado y las relaciones específicas establecidas con el resto de los actores allí operantes. Se buscará establecer la relación entre la identidad del escritor, la de sus posibles lectores y la de los destinatarios del documento en general a partir de la forma y el contenido de la fuente. Esto permitirá reconstruir el entramado de las relaciones sociales propias del escenario descrito en la testimonio.
C- Contexto temporal: Representa el control diacrónico de las variaciones observables en una temática específica. Remite a las transformaciones transitorias y definitivas presentes en un mismo tópico de interés considerado a lo largo un período extenso.
D- Contexto de los campos del discurso: Identificación de los motivos individuales y colectivos del autor y de los agentes retratados en las fuentes. La determinación de la divergencia, convergencia o paralelismo entre los intereses estatales, las agendas grupales y los propósitos particulares brindan la posibilidad de recabar información tácita en los registros. En base a lo anterior es posible distinguir las acciones esperables a nivel normativo, consuetudinario o circunstancial de aquellas ilegales, contrarias a las costumbres o ajenas a la composición de lugar.
4. No nos detendremos en la discusión sobre Etnohistoria/Antropología histórica sino que asumiremos como premisa que nuestro campo de interés se define según la última categoría consignada, a la cual se subordina la primera noción en calidad de posicionamiento analítico y corriente temática co-constitutiva del ámbito inmediatamente mayor, el de la Antropología histórica. En otras palabras, a nuestro entender la Antropología histórica comprende a la Etnohistoria por poseer un enfoque etnohistoriográfico (durante el artículo se explicará el trasfondo de este término) instrumentado a partir de la realización de etnografías del pasado.
5. Baste mencionar el aporte pionero de Hobsbawn en Rebeldes primitivos ([1959] 2001) -y en la misma línea La invención de las tradiciones (Hobsbawm y Ranger [1983] 2005)para dimensionar la magnitud del impacto producido por la adopción y aplicación del pensamiento antropológico en el campo histórico.
6. Para acceder a una revisión sistemática de las implicancias teóricas, metodológicas y conceptuales de la práctica etnográfica desde una perspectiva latinoamericana contemporánea sugerimos la lectura de la compilación de Visacovsky y Guber (2002) y las obras de Guber ([1991] 2009 y 2011). En el libro más reciente Guber se arriesga a explorar el quehacer etnográfico en base a sus tres aspectos constitutivos: la etnografía como método, como texto y como enfoque. “En tanto enfoque, constituye una concepción y práctica de conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros (entendidos como “actores”, “agentes” o ”sujetos sociales) (…) (…) El producto de este recorrido, la tercera acepción del término “etnografía”, es la descripción textual del comportamiento en una cultura particular, resultante del trabajo de campo (…) Como método abierto de investigación en un terreno donde caben las encuestas, las técnicas no directivas –fundamentalmente, la observación participante y las entrevistas no dirigidas- y la residencia prolongada con los sujetos de estudio, la etnografía es el conjunto de actividades que suele designarse como ´trabajo de campo´ [por último] lo que se juega en el texto es la relación entre teoría y campo, mediada por los datos etnográficos”” (Guber 2011:16,21). La propuesta trinitaria auspiciada por Guber reporta nuevas miradas en dirección a la producción y concreción del trabajo de campo etnográfico. A la luz de las cuales la Ah puede re-evaluar y actualizar las aproximaciones analíticas diseñadas en pos de elicitar la información contenida en los documentos históricos bajo estudio.
7. Geertz conceptualiza una variante de la interpretación útil a los propósitos etnográficos: “la explicación interpretativa” aclarando que se trata de “una forma de explicación, y no sólo glosografía exaltada-“ donde el investigador “encarrila su atención sobre lo que las instituciones, las acciones, las imágenes, las expresiones, los suceso, las costumbres y todos los objetos habituales de interés científico-social, significan para aquellos cuyas instituciones, acciones, costumbres, etcétera, son” (2003: 65). Adaptada a los usos prefigurados en la Etnografía del pasado, la explicación interpretativa podría reforzar la fisonomía etnográfica del método etno-historiográfico a través del cual ponderamos la revisión de los documentos escritos con espíritu antropológico.
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