Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana
Vol. 15, Núm. 1, julio - diciembre 2021. ISSN 2344-9918
Asociación de Arqueólogos Profesionales de la República Argentina
Artículos

“UNA ERA NOS SEPARA”: APORTES Y REFLEXIONES PARA UN ANTROPOCENO ARQUEOLOGIZADO

"AN ERA SEPARATES US": CONTRIBUTIONS AND REFLECTIONS FOR AN ARCHEOLOGIZED ANTHROPOCENE

“UMA ERA NOS SEPARA”: CONTRIBUIÇÕES E REFLEXÕES PARA UM ANTROPOCENO ARQUEOLOGIZADO

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Ezequiel Gilardenghi
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto Regional de Estudios Sociales de Catamarca
Cómo citar este artículo:
Gilardenghi, E. (2021). "Una era nos separa": aportes y reflexiones para un antropoceno arqueologizado. Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana, 15(1), 32-58
RESUMEN:

En este trabajo se abordará el concepto de Antropoceno desde una mirada arqueológica, poniendo especial énfasis en los aportes que dicha disciplina puede brindar al estudio de esta temática. Cuando la arqueología se introduce en el estudio del Antropoceno suele hacerse hincapié en la misma como ciencia del pasado. ¿Qué ocurriría si ampliamos dicha conceptualización? Utilizando el marco de la arqueología contemporánea se proponen diversos modos en que la disciplina arqueológica puede ayudar al estudio del Antropoceno. El trabajo describe, en primer término, el concepto de Antropoceno, posteriormente ahonda en los aportes específicos que la arqueología, desde su diversidad objetual, puede facilitar.

Palabras clave:
Antropoceno; Arqueología; Interrelación
ABSTRACT:

This article is to evaluate the concept of Anthropocene from an archaeological perspective, placing special emphasis on the contributions that this discipline can provide to the study of the issue. When archaeological approaches to study the Anthropocene, archaeology itself often emphasized as a science of the past. What would happen if we broadened this idea? Based on contemporary archeological ideas, various ways in which the discipline can contribute to the study of the Anthropocene will be proposed. This article initially evaluates the meanings of Anthropocene as a concept and deepens then into the specific contributions that archeology can propose, from its objectual diversity.

Keywords:
Anthropocene; Archeology; Interrelation
RESUMO:

Neste trabalho se abordará o conceito de Antropoceno a partir de uma perspetiva arqueológica, dando especial ênfase aos contributos que esta disciplina pode oferecer ao estudo desta temática. Quando a arqueologia se introduz ao estudo do Antropoceno costuma ser vista e realçada como uma ciência do passado. Que aconteceria se ampliarmos tal conceptualização? Utilizando o marco da arqueologia contemporânea, se propõem diversos enfoques metodológicos arqueológicos que auxiliem no estudo do Antropoceno. Assim, inicialmente será descrito o conceito de Antropoceno para, posteriormente, aprofundar sobre os contributos específicos que a arqueologia, a partir da sua diversidade, pode fornecer.

Palavras-chave:
Antropoceno; Arqueologia; Interrelação
Recibido: 5 de noviembre de 2020
Aceptado: 6 de febrero de 2022

INTRODUCCIÓN: ES EL ANTROPOCENO, HUMANOS…

- ¡Ya no estamos en el Holoceno, estamos en el Antropoceno! - Cuando Paul Crutzen, en los albores del siglo XXI, consumó tal afirmación seguramente no esperaba la pregnancia que el concepto Antropoceno posee en la actualidad.

Puede definirse al Antropoceno como una nueva era geológica, posterior al Holoceno, donde la humanidad y sus actividades han ido convirtiéndose en un nuevo agente modificador de la tierra, como si de una nueva fuerza morfológica se tratara (Crutzen y Stoermer, 2000). Las transformaciones ambientales (calentamiento global, efecto invernadero), el crecimiento poblacional y la explotación indiscriminada de los recursos de la tierra (minerales, animales y vegetales) se han conjugado para, por primera vez en la historia, convertir al ser humano en el principal motor del cambio terrestre, desterrando del podio a los procesos geológicos-naturales. La significación que el concepto Antropoceno ha acarreado está a igual magnitud que las consecuencias planetarias del fenómeno en sí (a nivel ecológico y humano). La idea de una época en la tierra (do)minada por los seres humanos ha suscitado tanto apoyo como detractores y ha trascendido las barreras académicas para instalarse como tema en los medios de comunicación y en la opinión pública (Klein, 2014; Trischler, 2017). Asimismo, pocas veces se ha visto trabajar en un mismo tema a tal diversidad de disciplinas (antropólogos, matemáticos, historiadores, químicos, físicos, sociólogos y arqueólogos, por nombrar solo algunos). Tal es así que en las diversas reuniones científicas de cada área siempre existe una referencia, más o menos directa, con el Antropoceno y sus temáticas derivadas.

El arraigo que el término ha generado puede explicarse debido a múltiples causas. En primer lugar, Antropoceno es un concepto teórico, pero a la vez, práctico. Si bien puede discutirse la “construcción” del mismo, su alcance teórico y las implicancias filosóficas y epistemológicas del Antropoceno, es innegable su nexo con la realidad climática, ambiental y social del presente. Al hablar de Antropoceno, de su comprensión práctica, se incluye a toda la sociedad, a la opinión pública que, si bien en su mayoría no posee los conocimientos técnicos de ciertas disciplinas, comprende la idea general de este concepto. La incluye porque, más allá del significado literal del término (anthropos/humano-kainos/reciente) y sus implicancias académicas, este posee una realidad tangible, la cual se percibe en la cotidianeidad. Una persona no necesita ser climatóloga para comprender las fluctuaciones de temperatura en las estaciones del año a lo largo del último decenio, por ejemplo. En palabras de Jason Moore (2017a) “the reality is quite real…in any reasonably evaluation the situation is deteriorating” (p. 1). Sin embargo, el cambio climático y el Antropoceno (como fenómenos globales) suelen presentarse desvinculados de los territorios locales y, por extensión, de las personas que los habitan.

El Antropoceno es útil, en segunda instancia, como punto de partida para muchas preguntas relevantes para toda la humanidad: ¿Cómo nos “enredamos” con otros seres, tanto humanos como no humanos? (Hodder, 2012) ¿Podemos modificar los daños ya causados a nivel ecológico y climático? ¿Está la respuesta en la naturaleza o en la cultura? ¿Existe tal cosa como la naturaleza y la cultura? ¿Somos todos responsables de lo que ocurre en la tierra, tanto a nivel climático como social? Al conjugarse en un solo significante un abanico científico tan amplio, los significados que se desprenden de él, al igual que las preguntas, contemplan no solo lo ecológico sino también lo económico, lo social y fundamentalmente, lo político.

Otro punto atractivo en el estudio del Antropoceno es que nos brinda la posibilidad de abordarlo de manera múltiple. Pocas ideas a lo largo de la historia de la ciencia poseen esta condición de modo tan palpable, lo cual simplifica significativamente el acercamiento al mismo. Con esto no quiero enunciar que el estudio del Antropoceno es fácil per se, sino que es posible acercarse a él desde diversos campos, encontrando una puerta de acceso al mismo que no luzca forzada. El Antropoceno puede trabajarse de forma multidisciplinar, multiespacial y multiescalar. El Anthtropocene Working Group (AWG) es un grupo de investigación dedicado al estudio del Antropoceno como unidad de tiempo geológico, donde confluyen profesionales de distintas áreas del conocimiento que van desde la historia, pasando por el derecho, la arqueología, la filosofía, las ciencias naturales y la geografía (para mayor detalle ver Zalasiewicz et al., 2017; para otros ejemplos ver Fiske et al., 2014; Williams et al., 2015).

Respecto a la multiespacialidad y la diversidad de escalas, si bien el Antropoceno es un proceso que se estudia a nivel global, los análisis que se realizan varían en cuanto a su ubicación y su inclusión, pudiendo ser estos locales, regionales y macroregionales (Arango, 2017; Crate y Nuttall 2016; De Oliveira et al., 2014; Pérez-Méndez, 2016). No obstante, es necesario destacar que, como ya remarqué, si bien los estudios llevados a cabo se dan en diversos rincones del planeta, la producción teórica replica la idea de centro/periferia, donde el Norte “produce” y el Sur “consume”. Si bien existen gran cantidad de revistas especializadas que tratan este tema, la mayoría de ellas son publicadas en idioma inglés y editadas en Estados Unidos o Europa (Current Anthropology, Anthropocene, Anthropocene Review, entre otras). Ambas realidades generan un sesgo en la comprensión de estos procesos que, si bien son globales, poseen particularidades locales sumamente determinantes para el entendimiento a diversas escalas de nuestra realidad social y ambiental actual. Aunque existen excepciones, esta situación se profundiza más aún en los aportes de la arqueología a dicha temática, los cuales suelen producirse en idioma inglés y, muy usualmente, desde autores europeos o estadounidenses. Es por todo esto que urge una visión arqueológica situada desde el sur global, que rescate visiones alternativas engendradas en nuestros contextos cotidianos, bastante alejados de aquellos que priman en los centros de poder del Norte. Es por este motivo que en este trabajo intentaré utilizar las producciones académicas generadas en nuestro territorio (entendiendo este como como el espacio no angloparlante de América), no obstante, existen algunos textos que, escritos en el Norte, son insoslayables para el tratamiento formal de este tema.

Existen, a grandes rasgos, dos líneas de investigación divergentes en el abordaje del Antropoceno como fenómeno: la primera de ellas es de índole geológica, y consiste en la búsqueda estratigráfica y global sincrónica de la estaca dorada, una marca que determine el inicio del proceso. Por otro lado, están aquellos estudios que abordan los aspectos socio-políticos, filosóficos y antropológicos, que es donde este trabajo se ubica. Inevitablemente ambas líneas se articulan, aunque en determinados círculos académicos una tome más fuerza que la otra.  

¿Es el Antropoceno realmente digno de una definición geológica formal? (Certini y Scalenghe, 2015) ¿Qué implicancias tiene tal decisión sobre el concepto en sí? ¿Es tan importante que sea denominado así? La decisión se basará en la investigación realizada por el Grupo de Trabajo del Antropoceno, equipo multidisciplinar creado específicamente para determinar, en una primera fase, si el impacto humano sobre el planeta merece ser llamado una nueva era geológica. La decisión formal y final deberá tomarla la Comisión Internacional de Estratigrafía, dependiente de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Para aprobar el concepto, la señal definitiva o “estaca dorada” deberá percibirse directa o indirectamente en la estratigrafía terrestre, en una extensión lo suficientemente amplia como para denominársela globalmente. Se busca una “marca”, concreta y extensa, pero una marca al fin. Aunque existan grupos de trabajo multidisciplinares y profesionales de otras ciencias que discutan sobre el concepto, quienes deben dar el veredicto son los geólogos. ¿Cómo es posible que un concepto con tantas implicancias dependa solamente de la estaca dorada y de la decisión de una sola disciplina científica? ¿Existe una jerarquía de conocimiento en el estudio del Antropoceno? Si no se acepta al Antropoceno como era geológica esto no significará que sea inmediatamente ignorado en las discusiones académicas, tampoco desaparecerán las marcas que la humanidad ha dejado en la tierra y en sí misma, ni las consecuencias irreversibles en la esfera social y económica. El Antropoceno seguirá siendo el Antropoceno, aunque no sea reconocido formalmente como una era geológica. Esto es así ya que como indiqué líneas atrás, el concepto condensa mucho más que una simple acepción. El Antropoceno es, en sí mismo, la estaca dorada que la geología busca para aceptarlo.

Respecto a los múltiples significados del concepto, Trischler (2017) expresa que es crucial distinguir entre el Antropoceno en un sentido científico, como un concepto geológico, y el Antropoceno como concepto cultural, en un sentido más amplio. El autor explica que “el Antropoceno hace posible un cambio de perspectiva sobre la humanidad y nuestra singularidad entre las otras especies del planeta” (Trischler, 2017, p. 51) y que “hay mucho más que ganar al aventurarse fuera de los límites disciplinares establecidos y la exploración de nuevas formas de colaboración tanto interdisciplinaria como transdisciplinaria” (Trischler, 2017, p. 55). Aunque tal división pretenda ser analítica y operativa, creo fundamental reflexionar respecto a lo que Trischler enuncia respecto al sentido científico y al sentido más amplio del término. Dicha afirmación revela una división conceptual preocupante. El Antropoceno como concepto cultural y el Antropoceno como concepto geológico son la misma cuestión, aunque esto les pese a los defensores de las ciencias “duras”. Dicha ruptura genera una objetualización de los fenómenos estudiados por las diversas disciplinas: la geología, la estratigrafía, la climatología se encargan de cuestiones “concretas” y la sociología, antropología e historia, entre otras, de conceptualizaciones más vagas, menos tangibles. Y, finalmente, volvemos a aquello contra lo que luchamos, los límites disciplinares y el estudio de un concepto relevante a diversos niveles. Ninguna disciplina puede (ni debe) apropiarse de un concepto de tal magnitud; el Antropoceno no es un concepto histórico, ni geológico, ni antropológico. El Antropoceno es todo eso y más. Esto no quiere decir que no pueda ser estudiado con una visión particular de una disciplina específica, pero sí advierte que a un geólogo debería interesarle lo que un sociólogo tiene para decir al respecto, y viceversa.  Esta nueva época nos presenta desafíos disciplinares y transdisciplinares, pero a la vez nos brinda oportunidades de repensar la forma en que se (co)produce el conocimiento. Al mismo tiempo, la idea del Antropoceno visibiliza la necesidad de trascender la división objetual que predomina en la academia.

EL ANTROPOCENO RENOMBRADO: CAPITALOCENO

Algunas de las críticas principales al concepto de Antropoceno parten de una dimensión política y situada, proponiendo un énfasis en la singularidad local (contra la idea globalizante que el concepto acarrea) y en las consecuencias del cambio climático, particularmente en la desigualdad existente entre los seres humanos. Esta también se discute, en términos epistemológicos, a partir del giro ontológico y la importancia de deconstruir la idea de opuestos inmanentes a toda sociedad (como, por ejemplo, hombre/mujer, bueno/malo y, fundamentalmente, naturaleza/cultura) me centraré en las personas y las consecuencias concretas que esta genera (exclusión, pobreza, movimientos migratorios forzados, entre otros).

El Antropoceno o, concretamente, las consecuencias de este en el mundo no pueden comprenderse si se dejan de lado las secuelas relacionadas a las problemáticas sociales contemporáneas conectadas a las dinámicas coloniales de extracción, instauradas desde la conquista y la colonia (Ulloa, 2017). Estas problemáticas responden a una lógica económica particular, históricamente anclada a procesos de desarrollo de ciertos países a costa de otros territorios y enraizada al concepto de segregación. El extractivismo colonial y contemporáneo ha generado jerarquías de territorios (centro y periferia, desarrollados y en vías de desarrollo, productores y consumidores) y de personas (pobres, ricos, excluidos, migrantes, campesinos, entre muchos otros etcéteras), a partir de los despojos ambientales y territoriales que producen. Es en este contexto que el Antropoceno no logra dar cuenta de las particularidades de aquellas regiones “periféricas” como África, algunos lugares de Asia y Latinoamérica. Al ser un concepto global, tanto las respuestas y las preguntas que se conciben son producidas en un marco totalizante y de generalización. Estas características obturan la visualización de las relaciones históricas de poder a las cuales dichas regiones (y sus habitantes) han sido sometidas. Asimismo, las desigualdades y particularidades quedan difuminadas en la búsqueda del bien común, nos preocupamos por mejorar la situación climática mundial (obviamente preocupante) pero clausuramos la visión a otras problemáticas locales. El término Capitaloceno discute lo anterior, partiendo de una base donde el capitalismo global es considerado un factor definitorio en las relaciones entre humanos y el ambiente. Lo económico, lo social, lo territorial y lo natural se articulan como nociones interrelacionadas, en tanto que los ejes históricos y geográficos se presentan transversalmente en los análisis que se llevan adelante. Debido a esto, es sumamente importante la noción de Capitaloceno ya que, como llama la atención James Clifford, necesitamos de narrativas (y teorías) que sean lo suficientemente amplias para reunir las complejidades de la realidad y mantener sus límites abiertos y ávidos de nuevas y viejas conexiones (Clifford, 2013).

Una de las hipótesis más apoyadas respecto al comienzo del Antropoceno es aquella que lo sitúa alrededor del año 1800 de nuestra era en Gran Bretaña (ver Certini y Scalnghe, 2015; Waters et al., 2015 y Williams et al., 2015 para otras concepciones al respecto). Dicha periodización parece caprichosa cuando se reniega de una historia del capitalismo que comienza, como resalta Jason Moore (2017 b), con Cristóbal Colón y su llegada a América. Dicha negación afecta la interpretación de los eventos históricos ya que, desde la visión del Capitaloceno, negar el extractivismo y genocidio en América es desconocer una de las causas de las desigualdades presentes en nuestro continente (y en el mundo) en la actualidad. Desde el punto de vista narrativo y filosófico, el Antropoceno se nos presenta como extremadamente eurocéntrico, homogeneizando a toda la especie humana en un único razonamiento que emerge con claridad: el Antropoceno somos todos y cada uno de nosotros. Jason Moore (2017b) llama la atención al respecto:

¿Could a more neoliberal turn of phrase be found? Inequality, commodification, imperialism, patriarchy, racism and mucho more…all have been cleansed from “humanity”, the Antrhropocene´s point of departure (…) The capitalocene is also a Necrocene, a system that not only accumulates capital, but drives extinction (Moore, 2017b, p. 598).

Para la concepción del Capitaloceno, esta era que transitamos se caracteriza por la acumulación (que es a la vez apropiación y despojo), tanto del capital como de los hombres, pero también de la naturaleza. La organización de los cuerpos, de quienes pertenecen (o no) al sistema ha ido más allá y ha incluido a todo el mundo natural. Así como se ha asignado valor a las cosas, los humanos no hemos quedado exentos de esta lógica y muchos han sido ubicados en el dominio de lo no humano (o, mejor dicho, de lo no suficientemente humano) por los designios del capitalismo. Esta concepción “barata” de los individuos ha tenido su contraparte en la naturaleza (Moore, 2017b): animales, suelos, recursos y seres humanos sucumben ante una realidad que los expone como sujetos-objetos de extracción para descartarlos cuando ya no es redituables explotarlos.

El Capitaloceno como concepto es un argumento para pensar la crisis ecológica desde situaciones diversas. Es una conversación sobre geo-historia antes que sobre historia geológica (Moore, 2018) y pone el énfasis en las particularidades locales, a escala ambiental y política. El cambio climático es parte del Capitaloceno, producido por el extractivismo manifiesto de las grandes multinacionales que junto con las modificaciones ambientales han generado despojos humanos. Esta visión contrasta con la idea sociogénica de la situación climática actual, no todos los seres humanos hemos producido esto, no todos los países tienen la misma responsabilidad. Pensar desde el Capitaloceno se transforma en un disparador para comprender y accionar en las realidades de las naturalezas, las personas y los lugares desde una nueva ontología relacional que comprenda que el capitalismo es también un actante fundamental en nuestros presentes. No obstante, se debe tener particular cuidado al momento de interconectar todas las variables antedichas para no caer en una mirada antropocéntrica, la cual está anclada al concepto del capitalismo. La idea de una ontología relacional remite a pensar en una malla donde ninguno de los actantes presentes sea, a priori, más importante que el resto.

LA ARQUEOLOGÍA Y EL ANTROPOCENO

El Antropoceno ha sido abordado desde diversos puntos de vista, diferentes disciplinas trabajan en conjunto para lograr un mayor entendimiento de este fenómeno. La arqueología no ha quedado excluida y suele remarcarse su importancia en el estudio de esta temática. Tanto los diversos artículos periodísticos como aquellos de índole científica (sobre todo los producidos por el Grupo de Trabajo del Antropoceno) destacan la relevancia de la arqueología en el tratamiento del Antropoceno. Ahora bien, los aportes de esta al estudio del Antropoceno son sintomáticos respecto a qué tipo de arqueología es la que se está utilizando. Si bien este trabajo no trata específicamente este tema, merece algunas reflexiones al respecto.

La arqueología ha contribuido al estudio del Antropoceno a partir de, principalmente, la investigación del cambio climático y sus efectos en los sistemas culturales y la organización social de los mismos (Roncoli et al., 2016). A partir del estudio de sitios antiguos, paisajes y regiones se ha interesado en la interacción de la gente con sus entornos ambientales, sobre todo en el Holoceno, para comprender cómo forjaron sus vidas a través de la adaptación a ambientes cambiantes climáticamente (Barnes et al., 2013). Por más de dos millones de años, los humanos (incluyendo otras especies cercanas al Homo sapiens) han sido modificados por el entorno, desarrollando adaptaciones exitosas (y otras no tanto), aprendiendo del paisaje y de sus variaciones meteorológicas (Roncoli et al.,2016). Teniendo en cuenta las considerables variaciones climáticas del pasado, importantes lecciones pueden ser aprendidas respecto al modo en que las sociedades respondieron a dichos cambios, estos cambios pueden ser visualizados a través del registro arqueológico (Barnes et al., 2013; Fiske et al., 2014). Según diversos autores, una lección importante proveniente del pasado es que la especie humana no ha sido siempre un Homo devastante, los seres humanos no hemos sido siempre máquinas de consumo ni hemos alterado el ambiente solo de manera negativa (Barnes et al., 2013; Roncoli et al., 2016). El estudio del pasado nos muestra que los sistemas humanos son altamente diversos y que no pueden ser explicados a través de unas pocas variables. Es por esto que necesitamos aproximaciones multiescalares y diferentes líneas de evidencia para lograr acercarnos a aquellas experiencias sobre el cambio social, la resiliencia y la adaptación (McAnany y Yofee, 2009) que el pasado nos ha legado para poder combatir un aciago futuro (Fiske et al., 2014; Roncoli et al.,2016). La importancia del trabajo de los arqueólogos, en conjunto con los paleo-climatólogos, es la documentación de la degradación y modificación climática en diferentes partes del mundo, las cuales han forzado el colapso social y la reubicación geográfica de sociedades enteras en el pasado (Barnes et al.,2013). El estudio y conocimiento de estos mecanismos adaptativos nos brindan la posibilidad de reorientar nuestras realidades y experiencias teniendo en cuenta la diversidad de respuestas culturales del pasado, que también se manifiesta en el presente (para profundizar en este tipo de estudios se recomienda leer a Balter, 2006; Orlove, 2005, entre otros). Si bien estas contribuciones de la arqueología son relevantes, se reduce su impacto a cómo los humanos han influenciado y sido influenciados por los entornos naturales (Lane, 2015).

Estos acercamientos desde la arqueología tienen como mirada en común, una determinada concepción epistemológica de dicha disciplina. Esta anatomía disciplinar define que la arqueología es el estudio del pasado y, lógicamente, su aporte se consolida a partir de la investigación de dicho momento temporal. Si bien en ningún momento se explicita esta afirmación, en pocos de estos estudios se conceptualiza a la arqueología como una ciencia que vaya más allá de esta variable. Dicha lógica reduce considerablemente el campo de acción de la disciplina, constituyéndola como un mero ejemplo a seguir (o no) en el presente de situaciones del pasado. Más allá de utilizar los datos del pasado como guías o historias de precaución para la toma de decisiones en el presente, e ignorando los problemas que puede acarrear la traspolación de estas a contextos actuales, ¿Puede la arqueología aportar algo más al estudio del Antropoceno? ¿De qué modo?

Si bien es innegable que la arqueología puede estudiar el pasado (y su conformación como ciencia ha surgido a partir de dicho objeto de estudio) creo en una definición más amplia de la misma, en la cual se incorporen nuevas posibilidades de estudio. Aunque para muchos científicos sociales, incluso colegas arqueólogos, un trabajo que no implique excavaciones o el estudio de objetos antiguos no puede ser llamado arqueológico (Trigger, 1989), abogo por una definición inclusiva donde el foco no sea puesto en la variable temporal. Conceptualizo a la arqueología como la ciencia de la materialidad (Barbich y Gilardenghi, 2020; Olsen, 2003), partiendo de una premisa que determina que las acciones e interacciones entre humanos y objetos se dan a partir de una materialidad y de un espacio material social e históricamente construido: la cultura material es parte inseparable de la conducta humana (Hodder, 2012). Esta visión permite considerar a la disciplina como una herramienta que aborda el estudio del pasado, del presente y del futuro, a partir de sus materialidades diversas y de la comprensión multitemporal del registro arqueológico (Harrison y Breithoff, 2017). Existen diversos modos de referirse a esta visión que no focaliza en la cronología sino, como ya referí, en el estudio de la cultura material. Las implicancias de una “arqueología contemporánea” posee diversas aristas que posibilitan una ciencia más inclusiva y abierta, que no deja de lado el estudio del pasado, sino que lo complementa con el presente (no sólo como momento desde el que investigamos sino como objeto de estudio concreto).

Otra crítica posible a los estudios arqueológicos del Antropoceno es que en ellos suele segregarse al ser humano de la naturaleza, conceptualizándolos como entes completamente separados que solo se relacionan a partir de la modificación de uno por el otro. Paul Lane (2015) enuncia lo siguiente:

A common think in such arguments is the emphasis they place on the need to disentangle natural from human processes (…) the conceptual prioritizing of this need reinforces a tacit epistemological commitment to evaluating ecological relationship explicitly with regard to an a priori baseline (Lane, 2015, p. 5)

La arqueología contemporánea es inherentemente política y puntualiza en el estudio de temáticas socialmente relevantes, discutiendo y desafiando los puntos de vista reinantes desde las esferas de poder (Kiddey y Graves-Brown, 2015). Temas recurrentes en este tipo de arqueología son aquellos relacionados a la desigualdad, las clases, el género y el poder socioeconómico. Asimismo, propone, como otro de sus ejes, estudios situados que tengan en cuenta los contextos históricos, geográficos, académicos y sociales, y sus implicancias en las investigaciones desarrolladas. Esto acompaña al compromiso de visibilizar y relacionar la sociopolítica del pasado y del presente para poder trazar genealogías de las inequidades globales modernas (Harrison y Breithoff, 2017) a partir de abordajes críticos del colonialismo y sus consecuencias. Finalmente, la arqueología contemporánea busca desestabilizar y discutir aspectos de la vida cotidiana contemporánea que de otro modo se pasarían por alto, en pos de que aquello que nos es familiar sea "puesto en duda" y logre interpelarnos. En palabras de Harrison y Breithoff (2017)

(The themes) …many have aimed to engage with key contemporary social, economic, political and ecological issues (…) Work on twentieth and twenty-first century industry, conflict, waste, the Anthropocene, social protest and processes of ruin, ruin “porn” and urban decay/regeneration, deindustrialization, the politics of race and difference, virtual worlds and new media, homelessness and undocumented migration. All reflect a desire to orient the project of an archaeology of the contemporary world towards academic engagements with the present which might have the potential to reshape the future (Harrison y Breithoff, 2017, p.218).

Desde el punto de vista teórico pueden destacarse algunos acercamientos que, enmarcados en la perspectiva de este trabajo, podrían ser útiles para el estudio del Antropoceno a partir de la arqueología.

La arqueología del riesgo (Weissel, 2014) y del desastre (Gould, 2011; Grattan y Torrence, 2003) se nos presenta como una opción viable, partiendo desde una mirada en clave arqueológica, para el estudio de contextos que presentan cierta vulnerabilidad ambiental. Es por esto que dicho marco conceptual puede ser útil para el estudio del Antropoceno, un proceso caracterizado por diferentes variables de degradación ambiental, con una perspectiva desde el sur global. Aunque es una variante de la idea central de este trabajo, quizás sea relevante utilizar el concepto de Capitaloceno para engarzar con las perspectivas propuestas por una arqueología del riesgo. En dicha perspectiva, el riesgo es visto como un producto sociocultural producido por las diversas acciones llevadas a cabo antrópicamente en un determinado lugar. Estas acciones son un producto histórico, sedimentado a partir de diferentes contextos socioeconómicos que han generado inequidades sociales y despojos territoriales que se manifiestan en una geografía de la desigualdad (Harvey, 2014). Ésta se profundiza en los márgenes del sistema capitalista y en la periferia mundial en relación con los países desarrollados, de este modo se replican exclusiones sistemáticas a diferentes niveles operativos.

Los países del “tercer mundo” son quienes más sufren estos procesos de precarización ambiental pero, al mismo tiempo, son ciertas áreas dentro de esos territorios las que se ven más afectadas: regiones “perimetrales” alejadas de los centros de poder (casi siempre metrópolis) como por ejemplo la Puna catamarqueña o jujeña, que están expuestas al extractivismo minero; áreas suburbanas (en general zonas fabriles) con altos niveles de contaminación ambiental, como la cuenca MatanzaRiachuelo en Buenos Aires; pequeños pueblos rurales (como los de la provincia de Entre Ríos), cuyo peso específico dentro del nivel de toma de decisiones nacional es cuasi nulo, que son “bombardeados” con agroquímicos para el cuidado de la agricultura extensiva, etc. Esta producción de amenazas y daños antrópicos afectaron las fortalezas y capacidades de tales espacios para constituirse como lugares habitables y focos de progreso. En contraposición, se convirtieron en desechos simbólicos que repercutieron en la transformación de la sociedad en individuos residuales imposibilitados de valorar positivamente el territorio que habitan. Esta desposesión redunda en una desvalorización patrimonial (Weissel, 2014) a nivel grupal (como individuos pertenecientes a una sociedad) y a nivel material. De este modo, merma la integridad identitaria-patrimonial (Weissel, 2014), quién vive en estos lugares cree que nada en dicho contexto puede ser valorizado ya que todo es parte de una producción de despojos territoriales y humanos. Nada de lo que está allí merece ser mostrado, ninguna historia merece ser contada y ninguna persona merece mejor calidad de vida. Como contraparte, a medida que decrece la viabilidad de un ambiente saludable para habitar, aumenta la persistencia de una arqueósfera (Peloggia et al., 2017) constituida por tecnofósiles que derivan de procesos contemporáneos de producción, sean estos materiales (como desechos de computadoras, celulares, pilas, etc.) o inmateriales (efluvios acuosos utilizados para procesos industriales, gases producto de la manipulación de insumos y de energías no renovables).

Una arqueología del riesgo busca contextualizar y valorizar el patrimonio cultural y natural en áreas de despojo a partir de la comprensión de la cultura material, los procesos históricos, sociales e industriales de larga duración en paisajes antropizados. Esto tiene como objetivo la valorización de la identidad local y de los derechos sociales al promover el manejo corporativo del riesgo, como grupo social, destacar la importancia de la memoria, promover el reconocimiento y la reflexión, así como la preservación, protección y previsión de los daños (Weissel, 2014). La arqueología del riesgo, en tanto ciencia multidisciplinaria que trabaja con gestores ambientales, biólogos y químicos, entre otros, se presenta como una opción factible de utilizar para el estudio del Capitaloceno. Este marco disciplinar diverso, asumido desde su base, permite lograr acercamientos entre el pasado, el presente, el futuro, los paisajes antrópicos y naturales y las dinámicas ambientales dentro de un contexto capitalista extractivista.  Si bien los trabajos realizados a partir de este marco se han dado en ejidos urbanos, creo posible su aplicación en distintos contextos arqueológicos, tanto del pasado como del presente. Cardillo et al. (2000) proponen que se parta del análisis de trazas bióticas y sedimentarias para lograr la comprensión de la compleja interrelación de los materiales arqueológicos y la arqueósfera conformada por tecnofósiles. Asimismo, es necesario identificar los procesos de modificación de la dinámica ambiental desde los comienzos de la habitación humana destacando a las áreas contaminadas como una temática de estudio de los cambios de uso histórico del espacio (Weissel y Cardillo, 1999). La arqueología permite comprender los procesos entre la dinámica ambiental y humana en escalas espaciales y temporales continuas, desde el pasado hasta el presente. En la misma línea, facilita un control fino de la cronología a través del estudio de los procesos de deterioro de las comunidades bióticas y del patrimonio arqueológico subsuperficial y superficial, asociado a los cambios ambientales y el crecimiento de la ocupación humana (en contextos rurales, urbanos o industriales) (Cardillo et al., 2000). La utilización del concepto de paisaje, fundamental dentro de la arqueología, nos otorga la posibilidad de ver representado el producto de una dinámica temporalmente constante y espacialmente continua, reconociendo la existencia de una casuística histórica de eventos y procesos de modificación ambiental, a través del impacto cultural (Weissel y Cardillo, 1999).

Por último, pero no menos importante, la utilización de una etnografía arqueológica nos permite resaltar y utilizar las narrativas contemporáneas en torno a nuestra área de estudio para una aproximación discursiva de la realidad. Esta herramienta utiliza los recursos de la etnografía clásica: las entrevistas, las encuestas y la convivencia en instancias cotidianas con las personas de la comunidad local. Creo que la etnografía arqueológica trabaja con una parte fundamental del contexto arqueológico con el cuál trabajamos: las personas. Según Colin Renfrew y Paul Bhan (2004), es fundamental comprender el contexto de un hallazgo para construir nuestro conocimiento arqueológico. El contexto consiste, según estos autores, en el nivel inmediato (tanto otros materiales como el sedimento), su situación (posición vertical y horizontal) y su asociación a otros hallazgos (Renfrew y Bhan, 2004). Si bien nada dicen respecto a las personas, creo que incluir a individuos del presente dentro del contexto de descubrimiento de los hallazgos (sean prehistóricos o no) nos permite una apertura novedosa a nuevas interpretaciones respecto a lo que es el registro arqueológico. Es por esto que considero a las personas como parte del “contexto ampliado” (S. Barbich, comunicación personal, 2020) del registro arqueológico, sean estas profesionales de la arqueología o parte de la comunidad. La etnografía arqueológica enfatiza el rol de los actores locales para el entendimiento del significado contemporáneo de la cultura material y de sus relaciones (Gonzaléz-Ruibal, 2003; Harrison y Breithoff, 2017).  En palabras de Yanis Hamilakis (2011):

(archaeological ethnography) is reflexively attuned to the multi-temporal and durational qualities of material objects and their embeddedness within networks of social relations. Like the archaeology of the contemporary world, it shows a concern for the ways in which archaeology is itself co-productive of the pasts and presents it studies (Hamilakis, 2011, p. 405).

La arqueología etnográfica no es un método o una subdisciplina, sino un espacio transcultural compartido en el cual coexisten e interactúan personas y comunidades de diversos orígenes y antecedentes: arqueólogos, antropólogos, académicos de otras áreas y artistas (Hamilakis, 2011). Este campo brinda la posibilidad de un trabajo colaborativo a partir del diálogo con las personas y las comunidades, con sus discursos y realidades materiales, temporales y espaciales.

Diversificando: escalas e interpretaciones

Si los arqueólogos tuviésemos que elegir dos palabras que delimitaran nuestra disciplina probablemente estas serían: tiempo y espacio. Ambos conceptos son fundamentales a la hora de delinear una investigación, ya que definen la metodología a seguir en la misma. El tiempo y el espacio se nos presentan entonces como conceptos inherentes a la arqueología, no obstante, hay otras disciplinas que también utilizan dichas variables para sus investigaciones. La particularidad de la arqueología, en relación con el uso de estos conceptos, es que tanto tiempo y espacio son instrumentos que se utilizan en relación con la especie humana, sujeto de estudio de nuestra disciplina. Todos los estudios arqueológicos tienen como punto de partida al ser humano, traten estos de diferentes períodos o distintos territorios. Si bien el trabajo arqueológico ha sido históricamente pensado como antropocéntrico, creo que, si posamos la mirada solamente sobre nuestra especie como centro, nos perderemos la posibilidad de comprender que el ser humano es un actante más dentro de las relaciones que se constituyen con el entorno construido, con el paisaje, con el clima, con la flora y fauna. Estudiar el Antropoceno desde la arqueología nos permite modificar el eje de nuestro trabajo, pudiendo centrarnos en las consecuencias de la acción humana en el entorno o del entorno en las sociedades. Este enfoque bilateral es útil para conocer las relaciones a través de las materialidades implicadas en el proceso.

Las diferentes escalas que utilizamos nos permiten un cruce diverso de datos, dependientes justamente de la extensión y tamaño de las variables utilizadas. Escalas temporales amplias simplificarán la comparación entre períodos a partir de variables con poca resolución (grano grueso), pero que cualitativamente permitan intercambios con variedad de casos ya que el potencial explicativo facilitará las generalizaciones. De este modo, si tomamos un período de diez mil años podremos comparar, por ejemplo, las formas de ocupación del espacio que sean lo suficientemente contrastantes entre sí para tener diferencias visibles, esto permitirá construir hipótesis por períodos, pero no podremos considerar las diferencias hacía dentro de cada uno. En cambio, si decidimos estudiar el material lítico de un estrato determinado de un sitio arqueológico tendremos acceso a una mayor profundidad de detalles (grano fino) dentro del conjunto, pero nos sería complejo compararlo con períodos de tiempo muy extensos. En lo espacial esta lógica se replica;      si estudiamos un solo sitio arqueológico conoceremos en profundidad el registro material del mismo, y podremos ver los patrones hacía dentro pero no tendremos una visión que permita una generalización a nivel regional.  Estas escalas (temporales y espaciales) son plausibles de mezclarse y conseguir determinados tipos de datos para nuestras investigaciones: una escala espacial amplia con una escala temporal pequeña facilitaría el estudio de cronologías más sincrónicas. En cambio, si buscamos como eje la diacronía sería más factible utilizar una escala espacial pequeña y una temporal con mucha profundidad. Si pensamos estas opciones en relación con el estudio del Antropoceno podríamos subvertir la idea globalizante que poseen los estudios actualmente, puntualizando en lugares concretos (con altos niveles de detalle), donde las consecuencias fueron diferentes si las comparamos con otros territorios. Esto complementaría a aquellos estudios de escalas espaciales más amplias, ya que serviría para poner en perspectiva aquellas generalizaciones latentes.

Otra posibilidad que nos brinda la arqueología es que sus escalas, en comparación con las geológicas, son más pequeñas, justamente porque se trabaja con sociedades humanas, y no solamente con procesos propios de la formación terrestre. Por ejemplo, el Cenozoico, una de las eras geológicas más “cortas”, tiene una duración de sesenta y cinco millones de años; el Holoceno (donde la mayoría de los arqueólogos desarrollamos nuestras investigaciones) posee doce mil años de antigüedad y el período Inca, ciento cincuenta años, por mencionar solo algunos. Es necesario entonces una heurística que nos permita conjugar, o por lo menos advertir, estas cronologías tan disímiles. El diálogo entre la geología, la arqueología y la antropología puede proponer nuevos modos de acercamiento a dicho fenómeno. Las escalas arqueológicas nos permiten contemplar un vínculo entre temporalidad y humanidad en el cual la geología no repara. Si entendemos el paso del tiempo como procesos no lineales que pueden ser producidos discursivamente de maneras diferenciales entre distintos grupos humanos, tendremos una nueva puerta de acceso a la discusión respecto al comienzo del Antropoceno (para una interesante discusión al respecto ver Zarankin y Salerno, 2014). Los científicos no hemos podido ponernos de acuerdo y se han manejado múltiples hipótesis: ¿qué pasaría si le preguntamos a quienes viven sus consecuencias cotidianamente? ¿qué narrativas serán producidas en el sur global y cuáles otras desde los centros de poder del Norte? ¿qué dirán quienes habitan en el desierto y qué quienes viven en las grandes metrópolis? Yendo inclusive un poco más allá ¿cómo se puede percibir este comienzo a partir de los comportamientos de plantas y animales? Es sabido que muchas especies faunísticas son particularmente sensibles a los cambios ambientales, aunque estos sean muy pequeños y casi imperceptibles para nosotros y nuestros instrumentos de medición. Estas visiones holísticas deberán ser promovidas desde los círculos científicos para lograr consensuar preguntas (y respuestas) que incluyan escalas variables no sólo en lo temporal y espacial, sino también aquellas que van más allá de lo humano.

Un ejemplo concreto del uso de las herramientas arqueológicas para el estudio del Antropoceno lo brinda el trabajo de López y colaboradores (2018). A partir de un interés puramente arqueológico por conocer los procesos de formación de los sitios prehispánicos de la localidad de San Vicente, Provincia de Buenos Aires, los autores evalúan el impacto generado por el material plástico en tales yacimientos. Esto les permitió identificar estratigráficamente el Antropoceno para luego estudiar la cadena de producción, consumo y descarte del material plástico, este análisis se realizó con un enfoque tecnológico, a partir de las características formales del material, como si fueran restos líticos o cerámicos (López et al., 2018); según los autores

El Antropoceno (…) puede distinguirse estratigráficamente a partir de ciertos rasgos que pueden ser utilizados para su caracterización y delimitación. Los depósitos recientes poseen una cantidad de nuevos materiales que están presentes como una señal geológica persistente en el largo plazo (López et al., 2018, p. 1)

La presencia del plástico en los estratos es producto del deterioro de diversos objetos que se han meteorizado por los procesos post-depositacionales. Estos materiales han pasado a formar parte de las matrices sedimentarias de los sitios arqueológicos, alterando su composición de base.

Además de advertir sobre los efectos del Antropoceno en el registro arqueológico, este estudio pone de manifiesto la necesidad de investigaciones locales que nos provean de datos para determinar cuándo comienza a percibirse la traza sedimentaria de este nuevo hito geológico. En una definición cronológica de grano fino, posible de realizar en contextos históricos contemporáneos, determinar el comienzo y el contexto de aparición de estos nuevos materiales nos permite corroborar (o no) las diferencias existentes entre contextos locales y globales. Es aquí donde cobra relevancia una arqueología del Antropoceno en diferentes escalas y territorios, justamente para brindar una cartografía no homogeneizante, donde lo que pasa en los centros de poder se aplica indistintamente a la periferia global.

Creo sumamente importante potenciar el trabajo transdisciplinar, el Antropoceno como concepto ha venido a derribar algunas de las barreras entre las diversas ciencias. Esto permite la asociación entre ellas, aún entre algunas cuyas epistemologías parecían irreconciliables (por ejemplo, entre ciencias “duras” y ciencias “blandas”). ¿Cómo repercute esto arqueológicamente? Usualmente en nuestra disciplina cuando se hace referencia a un trabajo de este estilo se remarca la influencia de otras ciencias asociadas a un saber no humanístico. En general, pensar en interdisciplina en arqueología es abordar una problemática desde una técnica/saber que proviene de conocimientos de las ciencias exactas. Ejemplo de estos son los estudios de polen, de suelos, de diatomeas, trabajos donde la aplicación de una técnica específica dota de interdisciplinariedad a la arqueología. En pocas ocasiones suele hacerse dicha referencia en relación con otras ciencias sociales o humanas como la filosofía, la sociología y la antropología. Con esto no quiero enunciar que no existan referencias a tales disciplinas en trabajos sobre arqueología, sino que estos no son catalogados de inter, trans o multidisciplinares aunque el conocimiento utilizado en ellos provenga de estas áreas. Si la arqueología desea abordar el estudio del Antropoceno, debemos consustanciarnos con la idea de que nuestro saber puntual, por sí solo, no alcanza para hacerlo. No obstante, y como ya recalqué líneas atrás, nuestra metodología y conceptos, utilizando también saberes de otras ciencias, pueden aportar una mirada novedosa que sirva de puente entre las disciplinas exactas y sociales.

“Enredando” el registro arqueológico a los hyperobjetos

Líneas atrás me referí a la arqueología como la ciencia de la materialidad, desde este punto de vista el registro arqueológico es uno de los conceptos fundamentales de nuestra disciplina. A partir de este realizamos nuestras interpretaciones, transformando los hallazgos en datos que sirvan para nuestro propósito. Epistemológicamente, una definición clásica de lo que es la arqueología, no puede prescindir de dicho concepto y lo que acarrea. Según Renfrew y Bahn (2004), el registro arqueológico se clasifica a partir de tres componentes: estructuras, ecofactos y artefactos. Los ecofactos son restos orgánicos, o del medio ambiente, no modificados por el hombre pero que nos brindan información arqueológica (estos pueden ser restos de polen, huesos de animales, restos de vegetales, etc.). Las estructuras son elementos construidos por la gente (que puede ser desde huellas de poste hasta estructuras de habitación y monumentos) mediante el uso de diversos materiales con la característica que no son movibles. Finalmente, los artefactos son todos los objetos muebles hechos o modificados por la gente, cosas que pueden transportarse como instrumentos de roca, vasijas de cerámica o monedas de metal. Cuando los objetos son usados por los seres humanos, se transforma completamente su significado, aun cuando dicho uso es accidental. En esta línea, el concepto de ecofacto es un intento de asignar una significación similar a objetos que aparentemente no han sido transformados por la labor humana (Hudson, 2014). No obstante, es el concepto de “human control” el que dota a los artefactos de un significado especial (Hudson, 2014). Paralelamente, los artefactos han sido analizados como campo de disputa respecto a la memoria, en el sentido temporal del término, como un objeto que puede estudiarse para conocer el pasado a partir de sus asociaciones históricas. ¿Qué pasaría si tensáramos un poco alguna de estas definiciones?  El concepto de hyperobjeto de Timothy Morton (2021) puede ser útil al momento de discutir algunas ideas respecto a los artefactos y el registro arqueológico. Dicho autor plantea que el Antropoceno ha sido el escenario de producción de un nuevo tipo de artefacto que tiene como principal característica que está masivamente distribuido temporal y espacialmente (Morton, 2021). Estos artefactos desafían los límites conceptuales del tiempo y el espacio, así como los sentidos que ponemos en juego los humanos en percibirlos. Algunos de estos hyperobjetos pueden ser difíciles de ver, pero esto no significa que no existan (Morton, 2021). Los hyperobjetos reúnen las siguientes características: a) son viscosos, se “adhieren” fácilmente a quién sea o lo que sea que tocan, esta adherencia es tanto física como conceptual; b) son muy duraderos y persistentes, habitan diversos espacios y diferentes momentos temporales; c) no tienen un lugar determinado de existencia, siempre están fuera de lugar, son transdimensionales; d) son interobjetivos porque están formados por la interacción de más de una entidad (Morton, 2021). Ejemplos de hyperobjetos son: el plutonio, la espuma de poliestireno, el plástico, el calentamiento global, el petróleo, el smog, los agroquímicos, la contaminación auditiva, los tecnofósiles y el litio, entre tantas otras entidades transcontemporáneas.

Si bien el concepto de hyperobjeto podría ser tomado arqueológicamente como una categoría separada de aquellas de artefacto y ecofacto, es útil para repensar dichas definiciones y comprender que este puede ser ambas a la vez. Son artefactos porque son “producidos” por la humanidad, a la vez que pertenecen al medioambiente (si pensamos en este no solo como un espacio natural sino como parte de una construcción /destrucción antrópica realizada bajo el orden capitalista y extractivista actual) como los ecofactos, y nos brindan información sobre el pasado/presente/futuro. Esta producción puede ser directa (los plásticos) o indirecta (la capa de ozono), pero la presencia humana es innegable en todos y cada uno de los hyperobjetos.

Para analizar el Antropoceno desde su materialidad es sumamente necesario estudiar sus artefactos por excelencia, estos son los hyperobjetos. Esta materialidad refiere no solo a la fisicalidad de los objetos sino fundamentalmente a los vínculos que establecen, ya que las cosas son las relaciones que establecen (Ingold, 2011). Los hyperobjetos interactúan con otros artefactos y seres (humanos y no humanos) y poseen la particularidad de estar mediados por una inusual combinación de peligro y persistencia, generando consecuencias e imponiendo ciertos límites y realidades a sus “interlocutores”. La red de relaciones que generan posee una escala global ya que su extensión y masividad los hace desafiar la idea de habitar en los términos cotidianos que conocemos. Esto a su vez vincula diferentes rincones del planeta, personas y artefactos cuya existencia va más allá de la humana, generando sórdidos enlaces que recaen de forma desigual sobre los diferentes territorios del mundo. La contaminación de una planta industrial en el sur del planeta, perteneciente a un holding multinacional con dirección postal en Ginebra, Suiza, que reparte dividendos monetarios a sus inversionistas del primer mundo es tan solo un ejemplo del modo en que se conecta un magnate europeo con el habitante de una favela. El estudio material de los hyperobjetos, en tanto artefactos contemporáneos y abyectos, nos permite abordar escalas locales y relacionarlas con escalas regionales y globales. Al mismo tiempo, la fiscalidad nos acerca a ellos a partir de técnicas arqueológicas como la excavación, la recolección superficial y la prospección.  Si bien algunos hyperobjetos escapan a nuestra percepción somática, podemos estudiarlos indirectamente a través de sus consecuencias tangibles. Ciertamente, el glifosato no puede ser “excavado”, pero el cruce explicativo entre la información que nos brinda la tierra expuesta a dicho químico, los restos animales y vegetales en ese contexto y los análisis médicos de las poblaciones locales se nos presenta como una opción real de estudio. Aquí se nos presenta la problemática concreta de abordar el estudio de los hyperobjetos a partir de su materialidad, siendo la arqueología la disciplina por excelencia de este tipo de estudios. Como remarcamos, estos entes objetuales muchas veces exceden la tangibilidad real de la cosa en sí, dependiendo más del sujeto que lo percibe que de su sustancia física constitutiva. Pensar a la materialidad como un entramado de relaciones entre seres, excede lo meramente tangible y da paso a una constitución práctica de las entidades que se conectan entre sí. Los hyperobjetos se constituyen como tal al existir quién los percibe de tal modo, quién transita sus consecuencias y se ve interpelado por su potencia literal y metafórica. Estas entidades (nosotros incluidos) no interactúan, ya que esto implicaría una existencia apriorística y una definición anterior a la relación en sí. Los (hyper)objetos, los humanos y los seres “intractuan”, dotándose de sentido mutuo en el momento en que se vinculan, no antes (Barad, 2007). La arqueología, con sus métodos, puede abordar las consecuencias materiales (físicas) de esta relación a partir de lo producido en el mundo tangible. No obstante, aquella parte no física de estas relaciones también puede ser estudiada a través de los distintos modos en que nos enredamos simbólicamente con aquellos otros seres y objetos, tanto en el pasado como en el presente. La envergadura de la disciplina arqueológica permite ahondar en el mundo físico y en el simbólico, siendo que estas dos esferas se encuentran inevitablemente ligadas una con otra.  Si bien existen diferencias conceptuales y filosóficas entre un artefacto y un hyperobjeto, creo que el mayor desafío que nos presenta este último es cómo poder lidiar con una entidad cuya realidad y consecuencias son terroríficas y claramente negativas para la especie humana. Los arqueólogos estamos acostumbrados a tratar con objetos “honestos”; aunque en ocasiones no podemos atribuirles una función determinada sabemos que estos no son “malos” per se.  El trabajar con los hyperobjetos nos exigirá un compromiso con nuestra sociedad, debiendo sí o sí  politizar nuestras opiniones para optar por una profundización del modelo sociocultural actual o por un cambio a futuro, del cual seremos parte. En esta misma línea, deberemos hacer frente ontológicamente al concepto de materialidad, desprovisto de connotaciones negativas. La idea de entanglement propuesto por Hodder (2012), y utilizado ampliamente en nuestra disciplina, deberá revisarse, no porque debamos discutir la función activa de los artefactos en conectar seres humanos (y no humanos) y cosas, sino porque estas relaciones pueden resultar perjudiciales para nosotros y el mundo.

El Antropoceno “sedimentado”

La arqueología también puede aportar al debate a partir del rol de la estratigrafía en dicha ciencia. Nuestra disciplina viene hace tiempo considerando al ser humano como agente tafonómico dentro del contexto de formación de los sitios arqueológicos, en esto la arqueología tiene una ventaja en relación con la geología ya que esta última ha adoptado tal criterio con el surgimiento del concepto de Antropoceno. La geología toma a los depósitos estratigráficos como punto de partida para su objeto de estudio básico, a partir del cual se pretende comprender la agencia humana que lo generó. La arqueología, en cambio, se preocupa por el estudio de la estratigrafía en tanto contexto en el cual se ubican los artefactos con los cuales se va a inferir respecto a las sociedades del pasado (Peloggia et al., 2017). Al mismo tiempo se busca ubicar a los restos materiales del pasado en una secuencia de tiempo relativa (Harris, 2014). Esta diferencia no es menor ya que para la primera el depósito es el objeto de estudio en sí mismo y para la segunda el depósito es un medio para estudiar algo más (Peloggia et al., 2017). Otra discrepancia es que la geología parte estratigráficamente de un paradigma unidimensional, donde lo importante es la ubicación vertical de los estratos, que es la que determinará la cronología de los mismos (Ley de superposición). La arqueología, a partir de la creación de la matriz de Harris en la década del 70, propone un cambio de paradigma al contemplar no sólo el eje vertical sino también el eje horizontal, a partir del cual pueden verse relaciones no solo temporales sino también espaciales (Harris, 2014).  Con el advenimiento del Antropoceno la geología ha comenzado a ocuparse post-facto de las relaciones entre la gente, el mundo vivo y el mundo material. A partir de esto, el registro material se convierte, para la geología, no sólo en un marcador cronológico sino también en un repositorio de memoria cultural. La arqueología puede brindarle a la geología una visión similar pero ya madura por sus años de existencia, allanando ciertos caminos para las reflexiones multicausales a partir de diferentes materialidades y sus relaciones. El estudio de la estratificación arqueológica puede ser sumamente útil en el reconocimiento concreto del Antropoceno como era, tomando en cuenta las diversidades de registros en diferentes territorios. Esta particularidad de la arqueología permitiría diferenciar el comienzo y desarrollo del Antropoceno en diferentes lugares del planeta, dotando al concepto de una multitemporalidad más cercana a una definición de período que de era geológica. Como aclara Edward Harris (2014):

The Harris Matrix is the only way to see time on an archaeological site and therein resides its central value to archaeology. Every site has a unique stratigraphic sequence and that is a major part of its value to the understanding of past events, as encapsulated in anthropogenic stratification (Harris, 2014, p.107).

Si bien a nivel analítico el reconocimiento de variados comienzos y desarrollos del Antropoceno no significaría un cambio sustancial en el concepto, a nivel político y filosófico las implicancias de reconocer la variedad redundarían en reflexiones situadas que escapen a la homogeneización que el concepto propone.

Peloggia y colaboradores (2014) han desarrollado un trabajo en donde se intersectan las herramientas arqueológicas con el conocimiento sobre el Antropoceno. A partir de la discusión acerca de los depósitos tecnogénicos que producen nuevos paisajes a partir de la modificación de geoformas previamente existentes, los autores destacan la fuerza “destructora/modificadora” de la humanidad y proponen la creación de un mapa geomorfológico de los cambios producidos contemporáneamente por la sociedad. En la ciudad de Presidente Prudente, estado de San Pablo, reconocen la modificación del área urbana a través del desecho de tecnofósiles (computadoras, celulares, tablets), por un lado, y de la implementación del concreto, por otro (Peloggia et al., 2014). El uso de técnicas arqueológicas de muestreo estratigráfico en dos distritos diferentes de la ciudad permitió clasificar el tipo de paisajes tecnogénicos presentes corroborando que la humanidad debe ser considerada como un agente geológico concreto

The landscapes produced or modified by humans are not only just visual images, but they have material basis that has been created directly or indirectly through human activity (…) These features are specifically geological in that they refer to new layers of aggraded ground that have been created (Peloggia et al., 2014, p. 77).

Hasta aquí hemos abordado a la estratigrafía literalmente, es decir, la ubicación tangible de las secuencias del suelo tanto antrópicas como naturales. Si bien suele ser la mirada más conspicua en la disciplina arqueológica podemos ampliar el concepto y pensar en una estratigrafía metafórica a partir de la arqueología contemporánea. Si bien pueden existir rastros materiales sub-superficiales de procesos históricos contemporáneos o recientes, también debemos tener en cuenta que ciertos sucesos y procesos (por su proximidad a la actualidad) se sedimentan social, política y discursivamente sin dejar restos materiales estratificados. Aunque puedan no percibirse materialidades de dichos procesos, las consecuencias de estos en la vida cotidiana de las comunidades y territorios son patentes en aquellos discursos silenciados. Discursos que son “enterrados” y se “estratifican” en relación con otras situaciones que son visibilizadas, aunque siempre con intereses respecto a lo que se cuenta y lo que no. El estudio de Axel Weissel (2021), sobre la arqueología de Vaca Muerta, Provincia de Neuquen, reflexiona sobre las intervenciones antrópicas, tanto materiales como discursivas, que produjeron un paisaje altamente antropocénico. El autor define varios tiempos (no cronologías) que fueron modificando el territorio, estas lógicas de habitar al paisaje produjeron consecuencias que influyeron a los discursos generados para estos espacios. El tiempo de los abuelos mapuche, el tiempo del petróleo y el tiempo del “desierto” son algunos de los momentos que afloran en la estratigrafía (literal y discursiva) de Vaca Muerta, una sedimentación de la violencia (Weissel, 2021) que continúa hasta el presente. Esta realidad material que produce despojos sociales puede ser abordada desde la tangibilidad de los objetos (y sujetos) a partir de metodologías de excavación y prospección, propias de la arqueología. No obstante, también debe analizarse a partir de los relatos conformados, silenciados y enterrados que la arqueología puede visibilizar a través de una estratigrafía discursiva-material.

REFLEXIONES FINALES

El Antropoceno, al presentarse como un concepto abierto que se encuentra en constante mutación, nos permite resignificarlo y discutirlo desde diversas perspectivas. Esta característica reconoce la posibilidad de engendrar nuevos modos de conceptualizar las particularidades contemporáneas asociadas a él. Este ha sido el objetivo de este trabajo, partiendo desde la arqueología como herramienta de análisis.

El rol de la arqueología en el estudio del Antropoceno ha sido delimitado por los análisis de casos del pasado, estos han buscado contribuir al entendimiento de las relaciones entre la gente y el entorno como forma de visibilizar las diferentes respuestas adaptativas a los entornos cambiantes de miles de años atrás. Si bien no desmerezco estos estudios, creo que el papel de la arqueología puede (y debe) ser mucho más amplio y sustancial. Quizás hemos subestimado el valor metodológico de las técnicas arqueológicas para el estudio de las capas compuestas por tecnofósiles y materiales contemporáneos. La excavación, prospección y recolección superficial que realizamos para el estudio del pasado pueden ser útiles si las complementamos con otras disciplinas que focalicen en las consecuencias actuales del Antropoceno.

Una arqueología contemporánea que profundice en etnografías de las sociedades actuales puede contemplar el cruce de estas informaciones con los diferentes materiales que componen la arqueósfera de la modernidad. En relación con la práctica de este tipo de arqueología es que rescato el concepto de Capitaloceno, ya que a través de él podremos dar cuenta de las inequidades contemporáneas a partir de una historización del pasado reciente (y no tan reciente). El estudio de la modernidad, como objeto de estudio arqueológico, permite acercarnos a las problemáticas contemporáneas de dos modos: el material, a través de los objetos que se ponen en juego en el mundo de hoy y el inmaterial, a partir de las relaciones que esos objetos establecen entre sí y con otros seres (tanto humanos como no humanos), que sí tienen consecuencias materiales en la cotidianeidad. Además, se nos hace plausible abordar los relatos o discursos relacionados, permitiendo que podamos estudiar también aspectos simbólicos de los sucesos en los cuales queremos intervenir.

Incorporar los hyperobjetos a la conceptualización de registro arqueológico nos demanda un compromiso ético que, en ocasiones, creemos que no necesitamos tenerlo si estudiamos el pasado. Si bien toda práctica arqueológica debería tener una dimensión moral, el objeto del pasado, por su lejanía temporal y por la aún      aséptica arqueología contemporánea, puede (y suele) ser aislado de sus connotaciones negativas o positivas e incorporado a nuestras investigaciones tan solo a partir de sus características físicas. Cuando ese pasado elusivo se transforma en un presente activo donde pueden palparse las consecuencias concretas de ciertos objetos, y a la cual no podemos ignorar por su potencia y cercanía, el deber arqueológico eleva su necesidad de comprometerse políticamente. Acercarnos a las materialidades incómodas del colonialismo y del capitalismo nos permitirán visualizar nuevas relaciones con los objetos, hasta ahora dejadas de lado por otras disciplinas.

La arqueología tiene una predisposición innata para tender puentes entre disciplinas y lograr tener un papel importante en los diálogos epistemológicos cruzados. Esta característica propia de nuestra disciplina depende de nosotros para lograr conectar e integrar las humanidades y las ciencias sociales, así como la vida y ciencias naturales con conocimientos indígenas y locales. La arqueología nos brinda la posibilidad de un enfoque a menor escala que el propuesto por las ciencias naturales, el mismo se muestra atractivo porque se acopla con reflexiones situadas desde territorios dejados de lado por las generalizaciones del norte, como el sur global. Al mismo tiempo, y en consonancia con lo anterior, creo firmemente que la arqueología propuesta no busca desterrar la idea del Antropoceno en el norte sino destacar que en nuestros territorios este se transforma en un Capitaloceno voraz, a nivel material y afectivo.

Recapitulando, la arqueología conceptualizada como ciencia de la materialidad abre nuevas posibilidades de trabajo, algunas que he explorado en este trabajo pero que no obturan otras visiones posibles. Creo que lo más interesante de este tipo de arqueología, lo brinda el objetivo de profundizar en el estudio de las desigualdades contemporáneas que nos compromete      como sociedad y que en el caso del Antropoceno (o Capitaloceno) nos permite una mirada crítica al concepto y sus consecuencias.

Por otro lado, las herramientas concretas de la metodología arqueológica se presentan como instrumentos que pueden aportar a una visión situada y local de estos estudios. Al ser la visión temporal y territorial de la arqueología una que incorpora a las sociedades humanas, permite un doble juego entre paisaje y sociedad, que pocas ciencias posibilitan estudiar. Los trabajos de López et al. (2018) Peloggia, Silva et al. (2014) y Peloggia, Arias et al. (2017) evidencian la importancia de la utilización de escalas pequeñas para abordar problemáticas asociadas al cambio climático y a la modificación antrópica del territorio, mostrando que no se pueden realizar aseveraciones totalizantes respecto a cómo el Antropoceno ha influido sub-superficialmente en nuestros espacios cotidianos. Asimismo, el trabajo de Weissel (2021) retoma, a partir de conceptualizaciones novedosas del tiempo, la idea sobre que lo ocurrido en el pasado (que puede tener materialidades asociadas) puede ser estudiado a través de los discursos generados por diversos actores en el presente. Así, la estratigrafía metafórica también es una vía de entrada posible al estudio del Antropoceno y sus discursos asociados.

La pregunta que resta que nos hagamos es ¿Queremos que la arqueología sea más que una ciencia del pasado? ¿Estamos dispuestos a correr los riesgos que esto implica? y finalmente ¿Será el Antropoceno un nuevo objeto de estudio de nuestra disciplina?

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