Durante el siglo XIX, con las guerras de independencia, la formación de las nuevas naciones, la expansión del comercio británico en Sudamérica y los cambios producidos en las costumbres de servicio y consumo de alimentos, las lozas ganaron gran popularidad y difusión en este subcontinente, reemplazando las cerámicas de tradición española y, en algunos contextos urbanos, a las cerámicas de producción local (Andrade Lima, 1995; Bagaloni y Martí, 2021; Brooks et al., 2019; Puebla et al., 2005), llegando incluso hasta lugares alejados de los grandes centros urbanos, como los sitios de la Puna de Jujuy (Argentina). La producción y circulación de estas lozas se intensificaron en la segunda mitad del siglo XIX, con la expansión de productos industrializados, dejando de ser bienes de lujo, masificándose e impactando en las prácticas de consumo (Chiavazza et al., 2017).
Sin embargo, es poco lo que sabemos sobre la circulación y consumo de este tipo de productos en espacios rurales alejados de los grandes centros urbanos y comerciales de la temprana República. El objetivo de este trabajo es identificar la variabilidad de lozas presentes en dos sitios de la Puna de Jujuy que crecieron en torno a la minería del oro en época colonial y republicana, Antiguyoc y Ajedrez (Departamento Rinconada, Provincia de Jujuy, Argentina), tanto en su cronología, como en sus formas, con el fin de abordar sus posibles usos y redes de distribución. Por otro lado, en el marco de los estudios regionales de materiales cerámicos que venimos llevando adelante en los últimos años, también esperamos contribuir a entender los cambios en las prácticas de consumo a las que se vincularon estos recipientes novedosos. Estos objetivos se enmarcan en otros más amplios que consisten en el estudio del devenir histórico del lugar, de la vida cotidiana de las personas que lo habitaron y de las actividades que llevaron a cabo.
La minería del oro adquirió cierta importancia en nuestra área de estudio y hacia fines del período colonial tuvo un momento de auge. Esto significó el surgimiento de asentamientos de diferentes dimensiones, que movilizaron a población indígena y europea (ver por ej. Angiorama, Giusta et al., 2018; Angiorama, Pérez Pieroni et al., 2018). En el siglo XIX, las guerras de independencia convirtieron a la región puneña de Jujuy en parte de la frontera internacional con Bolivia, separándola del resto de las “tierras altas”, también con predominancia de población indígena (Gil Montero, 2002). Si bien la circulación de ganado y otros bienes sufrió una merma con respecto a la época colonial, tras las guerras de independencia el área continuó siendo parte de los circuitos mercantiles hacia los principales centros mineros en Bolivia y de un área de frontera dinámica (Conti, 2011).
Durante los siglos XIX y XX se produce un progresivo despoblamiento de los asentamientos mineros puneños (Gil Montero, 2002; Giusta, 2019). Sin embargo, la presencia de fragmentos de loza en muchos sitios vinculados a la minería colonial estaría indicando que estos espacios continuaron en uso tras este abandono gradual de la población.
Antiguyoc y Ajedrez se localizan en la vertiente occidental de la sierra de Carahuasi, al suroeste de la laguna de Pozuelos, en la Puna de Jujuy, a una distancia entre ellos de 5 km en línea recta (Figura 1). Constituyeron parte de los asientos que crecieron en torno a la minería del oro y que, a pesar de su pequeña escala, reunieron a una población significativa desde el siglo XVII. Ajedrez aparece mencionado en las fuentes desde momentos muy tempranos de la colonia (s. XVII) hasta momentos republicanos (fines del siglo XIX) (Angiorama, Giusta et al., 2018). En la segunda mitad del siglo XVIII se desarrolló en Antiguyoc un emprendimiento minero-ganadero que, en el año 1777, adquirió estatus de Viceparroquia dependiente del Curato de Rinconada y que incluía a Ajedrez en su área (Angiorama, Giusta et al., 2018; Gil Montero, 2004). El análisis de las fuentes documentales realizado por Giusta (2019) revela que habitaba en Antiguyoc y sus alrededores, una población importante para el ámbito de la Puna, constituida mayoritariamente por indígenas y, en segundo lugar, mestizos, que sufrió una disminución hacia fines del período colonial.
El sitio arqueológico que hemos denominado Antiguyoc 1 está constituido por un conjunto de construcciones de piedras ubicadas en un área de 360 m por 180 m, que constan en un núcleo central agrupado en el que destacan una iglesia con su torre de campanario, un patio posterior delimitado por muros altos en “L” y un espacio despejado al frente, a modo de “plaza”. Al alejarse de la iglesia, las construcciones se encuentran más distanciadas, y a 200 m al noroeste de la misma se ubica un cementerio del siglo XX. Tanto la iglesia como el cementerio son espacios en los que se han registrado reocupaciones y reutilizaciones de variada longitud e intensidad en momentos recientes (Angiorama, Giusta et al., 2018; Pérez Pieroni y Giusta, 2021).
Las demás estructuras habrían correspondido a viviendas; fueron construidas en piedra, con hastiales para techado a dos aguas, y se localizan generalmente en torno a patios, conformando 21 conjuntos arquitectónicos. Algunos de estos conjuntos también presentan hornos en los patios, y en las proximidades del sitio se registran estructuras de grandes dimensiones que probablemente correspondan a corrales (Figura 2) (Angiorama, Giusta et al., 2018; Giusta, 2019).
En las proximidades de Antiguyoc hemos identificado otro sitio, denominado Quebrada del Maray 4, que habría correspondido a una hacienda ganadera vinculada a este primer poblado, asociada a otras explotaciones mineras del oro de pequeña escala, que corresponde con la descripción que hacen las fuentes escritas de la hacienda de Fernando Dávalos en el último cuarto del siglo XVIII. Las características arquitectónicas, la baja densidad de materiales en su superficie, sumadas a la ausencia de fragmentos de lozas, permiten suponer que este asentamiento fue abandonado luego de la muerte de Dávalos y que sus pobladores pudieron haberse trasladado a Antiguyoc a trabajar en las explotaciones mineras (Giusta, 2019).
Ajedrez es un poblado constituido por una serie de estructuras edificadas en una quebrada angosta con abundantes recintos que ocupan las estrechas terrazas que se extienden de forma discontinua junto al río, a lo largo de un tramo de 3,6 km de largo, con una concentración más elevada de estructuras en las tres terrazas centrales. En total, presenta mayor cantidad de estructuras techadas (n=194) que Antiguyoc (n=53) (Angiorama, Giusta et al., 2018). La arquitectura es mayormente en piedra, aunque también se observan estructuras edificadas en adobe o en adobe y piedra. Al igual que en Antiguyoc, las estructuras se encuentran agrupadas en conjuntos arquitectónicos y habrían correspondido en su mayoría a viviendas (Figura 2) (Angiorama, Giusta et al., 2018).
En estos sitios, la arquitectura se asocia a evidencias de minería del oro, tales como trincheras, socavones, piques, pozos, desmontes y refugios (Angiorama, Giusta et al., 2018).
El material analizado en el presente trabajo consiste en fragmentos de loza procedentes de recolecciones superficiales sistemáticas realizadas en Antiguyoc y Ajedrez1, en las que, además, se recolectaron metales, vidrios, huesos de fauna, escorias, etc., junto con el relevamiento de la arquitectura (Angiorama, Giusta et al., 2018). Otros autores han destacado el valor del estudio de este tipo de materiales en recolecciones superficiales en sitios rurales de época republicana, como fuente de información independiente del análisis de materiales estratigráficos (Bagaloni y Martí, 2021). Por otro lado, el estudio de materiales cerámicos de superficie ha resultado valioso en el abordaje de otros sitios prehispánicos tardíos y coloniales de nuestra área de estudio (Angiorama, Pérez Pieroni, et al., 2018; Pérez Pieroni, 2015).
Los materiales fueron recogidos en sucesivas campañas. En las primeras, donde solo se visitó Antiguyoc para un primer reconocimiento, las unidades de procedencia abarcaban grandes sectores del sitio y se recolectaron únicamente materiales diagnósticos. Sin embargo, la mayor parte del material analizado procede de las últimas campañas realizadas, en donde se relevó completamente Antiguyoc, definiendo grupos de estructuras asociadas, denominadas Conjuntos Arquitectónicos (en adelante CA). Se registraron detalladamente las características arquitectónicas de todas las estructuras (Angiorama, Giusta et al., 2018; Giusta, 2021) y donde se recolectaron todos los materiales de superficie, tanto al interior como en el exterior de los recintos. En Ajedrez, se realizó el recorrido de toda la extensión del asentamiento y se recolectaron todos los materiales cerámicos hallados en superficie en el interior y exterior de los recintos. Para la recolección, se tomaron como unidades de procedencia cada una de las estructuras correspondientes a los CA para ambos asentamientos abordados.
En Antiguyoc se recolectaron 1.034 fragmentos cerámicos, de los cuales 89 corresponden a lozas, cuatro a porcelana y uno a gres, mientras que el resto pertenece a cerámicas rojas, que habrían sido producidas regionalmente en continuidad con tradiciones tecnológicas de momentos prehispánicos y que fueron analizadas en contribuciones previas (Angiorama, Giusta et al., 2018; Pérez Pieroni y Giusta, 2021). En Ajedrez, se recolectaron 213 fragmentos, de los cuales ocho pertenecen a recipientes de loza y dos a contenedores de gres, mientras que los restantes se clasificaron como cerámicas rojas. Su análisis aún está en proceso, aunque algunos resultados parciales se incluyen en Angiorama, Giusta et al. (2018). En la tabla 1 se sintetizan los materiales recolectados para cada CA identificado.
Dadas las características de producción industrial de estos materiales cerámicos, y para abordar los objetivos delineados en la Introducción, debimos adaptar la metodología que venimos utilizando en el análisis de cerámica prehispánica y colonial de la Puna de Jujuy (Pérez Pieroni, 2015, 2018). Para ello, incorporamos algunos atributos de nuestra metodología y otros tomados de la bibliografía específica del análisis de lozas, en particular los aspectos delineados por Brooks (2005).
En primer lugar, se clasificaron los materiales cerámicos, separando lozas, porcelana, gres y cerámicas rojas, en base a los colores y texturas de las pastas con lupa de mano y lupa binocular, los acabados y colores de superficies (Pérez Pieroni 2018). Los atributos analizados sobre las lozas tomados de nuestra metodología previa (Pérez Pieroni, 2015, 2018; Pérez Pieroni y Giusta, 2021; entre otros) incluyeron la porción del recipiente representada por el fragmento (bordes, bases, asas y fragmentos de cuerpo), la forma a la que pudo corresponder (en caso de ser posible su identificación) siguiendo en primera instancia la clasificación de Balfet et al. (1992) y luego las formas identificadas por los autores citados en los párrafos siguientes; el espesor en mm y los colores presentes en las superficies. También se registraron los atributos de bordes, tales como la forma, la dirección y el diámetro si es posible su reconstrucción en base al arco conservado, empleando una plantilla de círculos concéntricos; de las bases, como su morfología, unión al cuerpo y cálculo del diámetro; y de las asas, incluyendo su sección, posición y tipo de inserción.
Siguiendo a Brooks (2005), además registramos el “tipo” (ware), que se refiere al material del que está hecho el recipiente y, en particular para las lozas, las características o tinte de su esmalte (lozas creamware, pearlware o whiteware), los motivos de decoración presentes, sus colores, y la cronología en que fue fabricado, establecida teniendo en cuenta los tipos decorativos en comparación a la bibliografía y catálogos online disponibles (Brooks, 2005; Miller, 1991; Puebla y Chiavazza, 2019; Samford y Miller, 2015; Schávelzon, 2018; Stelle, 2001). En los casos en los que fue posible, también se registraron marcas del fabricante (Puebla y Chiavazza, 2019). Finalmente, se tuvo en cuenta la presencia de alteraciones producidas por procesos posdepositacionales (cambios de coloración, fracturas frescas, evidencias de rodamiento, etc.), para contribuir a entender la formación del registro analizado. Las observaciones se realizaron tanto a ojo desnudo como con ayuda de una lupa de mano (20X) y una lupa binocular Motic DM 39C (20 a 40X).
Por otro lado, en base a la muestra, hemos calculado el número mínimo de recipientes, teniendo en cuenta el tipo (ware), los diferentes diseños decorativos identificados y las reconstrucciones morfológicas a partir de bordes y bases (Brooks, 2005). Dado el estado fragmentario de la muestra y su procedencia de recolecciones superficiales, no fue posible el remontado para asistir en el conteo del número mínimo de recipientes. A estos criterios, sumamos la consideración de las unidades de procedencia del material recolectado en el cálculo del número mínimo. Debido al escaso rodamiento de los materiales recuperados y a la densidad de estructuras presentes en el sitio, consideramos que los fragmentos fueron escasamente transportados y que no hay fragmentos de un mismo recipiente en lugares distantes del asentamiento. Por otro lado, debe tenerse en cuenta que en el caso de los recipientes sin decoración, es probable que el número mínimo de recipientes esté subrepresentado (Brooks, 2005).
Del total de 89 fragmentos de loza analizados en Antiguyoc, pudimos distinguir que 17 habrían correspondido a lozas pearlware y 56 a whiteware, mientras que los 16 restantes, mayormente de tamaños pequeños y donde no hay acumulaciones de esmalte para evaluar su tinte, no pudieron ser asignados a ninguna de estas categorías y fueron clasificados como indeterminados. En tanto que para Ajedrez, dos corresponden a lozas pearlware, tres a whiteware y tres no pudieron ser asignados a ningún tipo.
En cuanto a la porción del recipiente representada por los fragmentos analizados, 31 corresponden a bordes (27 de Antiguyoc y 4 de Ajedrez), ocho a bases (todas de Antiguyoc), dos son fragmentos de asas (también de Antiguyoc) y los 56 restantes son de cuerpo (cuatro de Ajedrez y 52 de Antiguyoc).
Por otro lado, para Antiguyoc pudimos identificar un número mínimo de 40 recipientes, de los cuales 26 corresponden a piezas abiertas o no restringidas y 14 a indeterminadas. En ningún caso reconocimos piezas cerradas o restringidas. De las piezas abiertas, pudimos identificar un mínimo de 10 platos, tres tazas, dos cuencos y algunas bases que pueden corresponder a tazas tipo mug o posiblemente a albarelos, con un mínimo de cuatro unidades. Para el resto de recipientes abiertos no pudo determinarse la forma específica.
Se pudo calcular el diámetro para tres platos, que se ubican entre los 25 y 30 cm -que entran dentro de las categorías plato de mesa y fuente elaboradas por Miller (1991) en base a las listas de alfareros británicos de los siglos XVIII y XIX- , y para cuatro bordes que pueden corresponder a cuencos o tazas, que se ubican entre 5 y 12 cm. Las bases de las tazas tipo mug o albarelo tienen entre 6 y 10 cm de diámetro. Las reconstrucciones morfológicas pueden observarse en la Figura 3. En un solo caso, también hallamos un borde que corresponde a una de las bases, que parece haber pertenecido más al primer tipo de forma, jarros o tazas tipo mug. En ningún caso se hallaron asas de estos jarros.
Las únicas dos asas identificadas habrían correspondido a tazas, presentan secciones subcirculares y una de ellas está adherida al cuerpo del recipiente en posición vertical. Miller (1991) señala que las asas en las tazas se popularizan en la segunda mitad del siglo XIX, mientras que las de la primera mitad son mayormente sin asas.
Para el caso de Ajedrez, el número mínimo de piezas identificadas es de ocho, de las cuales cinco serían abiertas y tres indeterminadas. También pudimos determinar un plato, una taza y un caso de posible fuente. En ninguno de los casos pudimos estimar el diámetro original de la pieza. En la tabla 2 se sintetiza la información del número mínimo de recipientes por morfología para los sitios abordados.
En las muestras de lozas recuperadas en ambos sitios llama la atención que muchas de las piezas reconocidas están representadas por un único fragmento o a lo sumo dos. Ello puede deberse tanto a que las mismas consisten en fragmentos recolectados superficialmente, pudiendo conservarse otros enterrados o ser recolectados por visitantes ocasionales. También puede deberse a la alta conservación y bajo descarte de este tipo de piezas por sus usuarios originales. Ninguna de estas hipótesis es excluyente. La única excepción la constituyen 26 fragmentos que habrían pertenecido a un mismo plato whiteware, hallados en el espacio abierto a modo de plaza frente a la Iglesia (varios de ellos se ilustran más adelante en la Figura 6B).
En cuanto a los tratamientos del color en las superficies, en la Tabla 3 se muestra una primera división de los fragmentos analizados teniendo en cuenta los colores registrados. Quitando los fragmentos del mismo plato mencionados en el párrafo anterior, que presentan decoración de anillos concéntricos en gris y dorado sobre blanco (n=18), las decoraciones más comunes son aquellas que incorporan el azul sobre blanco y otros colores únicos sobre blanco (loza bicolor), que incluyen bordó, verde, negro, marrón y violeta. Otros tres fragmentos de loza bicolor corresponden a azul sobre celeste, negro sobre azul y gris azulado sobre gris. En cuanto a la loza tricolor, se registraron colores verdes, bordo, negro, azul, rosado y violeta en distintas combinaciones. El resto de fragmentos analizados (n=38) presentan superficies blancas donde no se observan motivos.
En base a la comparación con la bibliografía citada en la metodología, pudimos asignar varios de estos fragmentos a los tipos decorativos definidos por sus autores (46 de Antiguyoc y 4 de Ajedrez). En la Tabla 4 se detallan los tipos identificados, la cantidad de fragmentos por sitio y la fecha de producción según la bibliografía consultada, aunque estimamos que estos tipos pudieron haber llegado bastante después de su fecha inicial de producción y probablemente siguieron en uso después de haber dejado de circular en otras zonas urbanas.
Dejando de lado el tipo Dorado (Gilt), en el que incluimos 18 fragmentos que presentan esta decoración de los 26 correspondientes al plato hallado en el espacio frente a la Iglesia, observamos que la mayor parte de los tipos están representados por uno o dos fragmentos, exceptuando los pintados o impresos en distintos colores, que son algo más abundantes, con 4 a 6 fragmentos por categoría. Es probable que la mayoría hayan correspondido a un único recipiente, no identificándose hasta ahora conjuntos de recipientes del mismo tipo que puedan corresponder a juegos. Al igual que para el cálculo del número mínimo de recipientes, esto puede deberse a que la muestra es sólo de superficie, pero también consideramos que es una característica del registro de estos sitios.
En las Figuras 4 y 5 pueden observarse algunos ejemplos de fragmentos decorados de Antiguyoc y Ajedrez respectivamente.
En dos fragmentos pudimos identificar sellos del fabricante. Un caso, es un sello hecho por estampado en un fragmento plano con ambas superficies blancas, probablemente correspondiente a una base, con forma de estrella o asterisco junto con una pequeña marca de tinta negra (Figura 6A). De acuerdo al relevamiento realizado por Puebla y Chiavazza (2019), el sello estampado pertenece a la casa Minton (de Staffordshire) y tiene una fecha del año 1842. El otro corresponde a parte de una palabra impresa en verde en una base, de la cual se alcanza a leer “ntina” (Figura 6B) y que probablemente corresponda a un sello de Industria Argentina, con una fecha estimada a partir de inicios del siglo XX (Dorfman, 1970; Schávelzon, 2018) y más probablemente desde las décadas de 1930 y 1940, que es cuando se establecen un gran número de fábricas de loza en nuestro país (Scocco, 2011).
Finalmente, la mayoría de los fragmentos presentan buen estado de conservación. Se relevaron evidencias de alteraciones posdepositacionales en solo 10 fragmentos, cuatro de los cuales (todos de Antiguyoc) presentan fracturas frescas, probablemente por el pisoteo de personas o animales en momentos recientes, y otros seis (cinco de Antiguyoc y uno de Ajedrez) meteorización y cambio de color en las superficies.
Los fragmentos de loza analizados en este trabajo pertenecen a recipientes abiertos o indeterminados, probablemente vinculados al servicio de alimentos y bebidas, tales como platos y/o fuentes, tazas, posibles jarros o “mugs”, entre otros. El número en el total de fragmentos cerámicos del sitio es bajo y la gran mayoría corresponden a las cerámicas rojas de características tecnológicas similares a las prehispánicas que, como hemos señalado previamente (Pérez Pieroni y Giusta, 2021), seguramente continuaron siendo empleadas en la preparación, almacenamiento y servicio de alimentos y bebidas, tal como se han continuado usando hasta momentos recientes en muchos contextos domésticos altiplánicos (ver por ejemplo, Menacho, 2007; Nielsen, 2000).
Los recipientes identificados presentan una gran variedad de tipos decorativos (hemos identificado 14 detallados en la Tabla 4) y no se observan fragmentos que puedan haber pertenecido a un mismo juego. De acuerdo a la bibliografía citada en las secciones anteriores, estos habrían correspondido mayormente a lozas de origen inglés, con un único caso reconocido de loza de origen nacional. Al comparar los tipos identificados con la clasificación hecha por Miller (1991) para cerámicas inglesas, y los agrupamientos mayores en base a los valores económicos relativos realizados por Andrade Lima (1995), observamos que, en los sitios analizados, están presentes tanto los recipientes más económicos (lozas blancas sin decoración), como las de valores intermedios (con decoraciones simples, como borde decorado, esponjeados, bandeados, y más complejas como pintados e impresos). Las lozas que Miller (1991) identifica como más caras (con decoraciones moldeadas, tipo ironstone) no han sido reconocidas aún.
Las fechas de fabricación de los tipos identificados son mayormente de la primera mitad del siglo XIX, con algunas más escasas de la segunda mitad y otras de finales del siglo XVIII. Como mencionamos previamente, es probable que estos recipientes hayan llegado a la Puna en fechas posteriores a las establecidas en la literatura, dada su lejanía de los grandes puertos y centros urbanos del cono sur de América. Si bien Schávelzon (2018) ha señalado que muchos tipos de lozas pudieron ingresar a Buenos Aires en fechas próximas a su producción, otros autores han señalado que es probable que hayan transcurrido varias décadas desde la llegada de ciertos tipos de lozas hasta los mercados sudamericanos y más aún hacia los sectores alejados de los puertos y grandes centros urbanos (Bagaloni y Martí, 2021). Por otro lado, hasta la consolidación de las fronteras nacionales y el surgimiento del ferrocarril a comienzos del siglo XX, el tránsito por esta porción del Noroeste Argentino involucraba bienes procedentes no solo desde Buenos Aires, sino también desde los puertos ubicados en la costa pacífica, transportados hacia zonas altas mediante la arriería (Conti, 2011).
La diversidad de tipos decorativos identificados, sus distintos valores económicos relativos, y la amplia cronología de los mismos, puede ser parte de la larga ocupación de la zona así como de un uso prolongado y una alta conservación de los recipientes de loza. Por otro lado, el estado fragmentario de la muestra, su escaso porcentaje en relación a las cerámicas rojas y la identificación de piezas únicas a partir de los fragmentos analizados, también pueden ser indicativos de este uso prolongado y alta conservación, que resultarían en el descarte de piezas completamente inutilizables, sin involucrar el juego completo. Asimismo, el uso postulado para las cerámicas rojas para preparación, almacenamiento y servicio de alimentos y bebidas, posiblemente involucró un mayor traslado y exposición al fuego de este tipo de recipientes, lo que pudo incidir en una mayor fragmentación y descarte de los mismos. No sabemos si las personas que habitaron en Antiguyoc y Ajedrez pudieron acceder a juegos completos de lozas o a recipientes sueltos y que también a eso se deba la diversidad mostrada en una muestra pequeña. Se ha señalado para otros contextos sudamericanos, especialmente urbanos, que es frecuente hallar conjuntos con una gran variabilidad, a diferencia de contextos urbanos en Norteamérica u otras regiones del globo (Brooks et al., 2019).
No hemos registrado una distribución diferencial de los fragmentos a los que se pueden asignar fechas que nos permitan plantear diferencias cronológicas al interior de los sitios. De todas formas, esto se ve dificultado por la escasa cantidad de este tipo de fragmentos, particularmente en Ajedrez, y por tratarse de muestras superficiales. Si bien en Antiguyoc los fragmentos de loza se encuentran presentes en diferentes CA de todo el sitio, podemos ver una concentración algo mayor en los conjuntos que rodean a la iglesia (CA 3, 4, 8 y 9 y Plaza frente a Iglesia, ver Tabla 1). En Ajedrez los fragmentos son menos abundantes y aparecen solo en algunos conjuntos. En este último sitio solo el 3,8% de los fragmentos recolectados es de loza, mientras que en Antiguyoc el porcentaje de lozas sobre el total de fragmentos es de más del doble, de 8,5%.
Si bien se ha planteado un abandono progresivo de Antiguyoc tras las guerras de independencia (Giusta, 2019), la presencia de los fragmentos de loza con una cronología variada que abarca todo el siglo XIX y que se encuentran presentes en escasa cantidad en todo el sitio, permiten suponer que este asentamiento continuó siendo usado durante ese siglo, lo que se suma a las evidencias de uso hasta tiempos actuales. La baja frecuencia de este tipo de materiales y el escaso número de recipientes identificados, puede ser tanto el resultado de un valor elevado de los mismos y de la dificultad en su transporte, como de una población más reducida o de ocupación menos estable. Si sumamos, tal como mencionamos párrafos arriba, que las lozas representan solamente recipientes vinculados con el servicio de alimentos y bebidas, mientras que buena parte de las actividades cotidianas habrían seguido empleando cerámicas rojas de producción regional (Pérez Pieroni y Guista, 2021), tal situación también habría contribuido a la baja frecuencia de las mismas en el total de la muestra.
La relativa mayor concentración de fragmentos en los alrededores de la Iglesia, podría estar vinculada al uso de la misma y de los espacios adyacentes para distintas fechas del culto católico y/o en relación con el cementerio próximo (que data de la primer mitad del siglo XX), tal como se hace en la actualidad, o a una ocupación de estos espacios durante el siglo XIX (Giusta, 2019). Por otro lado, la menor presencia de lozas en Ajedrez, junto con una mayor proporción de fragmentos con engobes y pulidos, con tipos de pastas similares a los de momentos prehispánicos, pueden ser indicativos de una ocupación más antigua que la de Antiguyoc, tal como se sugiere en las fuentes (Angiorama, Giusta et al., 2018; Giusta 2019), y una reutilización menos intensa del sitio durante el siglo XIX.
Es posible que estos objetos de loza hayan formado parte de las redes de circulación de personas y objetos que tuvo lugar en la puna en momentos coloniales que, como mencionamos al comienzo, conectaban la puna con Buenos Aires y los puertos del Pacífico (Conti 2011) y que continuaron en momentos republicanos, aunque lentamente fueron desarticulándose con las nuevas fronteras, el ferrocarril y el progresivo despoblamiento del área (Angiorama, Pérez Pieroni et al, 2018; Conti, 2011).
Al igual que otros recipientes de servicio con vitrificados producidos fuera del área e introducidos probablemente en momentos coloniales, es sugerente que estos conjuntos cerámicos novedosos incorporados en la vida cotidiana no estén vinculados con la elaboración de alimentos y bebidas, aunque sí nos están mostrando los cambios que se fueron introduciendo en las sociedades indígenas locales en relación con las costumbres de comer (Pérez Pieroni y Giusta 2021). Estas esferas de la vida doméstica en un ambiente vinculado a la minería del oro nos dan un pequeño panorama de la complejidad de los cambios y continuidades que se fueron produciendo en la historia de las sociedades indígenas puneñas. Profundizar el análisis teniendo en cuenta contextos de excavación y otras materialidades seguramente contribuirá a ampliar este panorama.
Las investigaciones que permitieron realizar este artículo contaron con el apoyo de subsidios PICT (FONCyT), PIP (CONICET) y PIUNT (Universidad Nacional de Tucumán). Agradezco a los habitantes de la Puna en los distintos sectores en los que trabajamos y a los integrantes del equipo que han colaborado en diferentes instancias del trabajo de campo y laboratorio. A Fernando Villar por el intercambio de bibliografía y de opiniones sobre las lozas. A los/las evaluadores/as anónimos de este manuscrito por sus valiosos comentarios y sugerencias. Todo lo aquí vertido es, sin embargo, de mi responsabilidad.
1. En Quebrada del Maray 4 también se realizaron recolecciones superficiales, pero no se recuperaron fragmentos de loza.
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