Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana
Vol. 7, 2013. ISSN 2344-9918
Asociación de Arqueólogos Profesionales de la República Argentina
Artículos

EL USO DE FUENTES DOCUMENTALES Y ETNOGRÁFICAS PARA LA INTERPRETACIÓN DEL REGISTRO ARQUEOFAUNÍSTICO DE COIPO

USE OF DOCUMENTARY SOURCES AND ETHNOGRAPHIC RECORD FOR THE INTERPRETATION OF COYPU ARCHAEOFAUNAL

Paula D. Escosteguy
CONICET-Instituto de Arqueología
Cómo citar este artículo:
Escosteguy, P. D. (2012). El uso de fuentes documentales y etnográficas para la interpretación del registro arqueofaunístico de coipo. Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana, 7, 41–65. Buenos Aires
RESUMEN:

El hallazgo de restos óseos de roedores es habitual en conjuntos arqueofaunísticos de diversas regiones y con distintas cronologías. En la región pampeana, su presencia ha sido adjudicada tanto a factores naturales como a la acción antrópica. En general, su estudio e interpretación es realizado a partir de análisis arqueofaunísticos y también empleando datos obtenidos de estudios actualísticos. El objetivo de este trabajo es recabar información sobre el aprovechamiento de coipo (Myocastor coypus) a partir del análisis de distintas fuentes documentales -tanto históricas como etnográficas- que luego pueda ser implementada en la interpretación del registro arqueofaunístico de este roedor. Estas fuentes permiten ampliar el conocimiento de las diversas relaciones posibles entre las poblaciones humanas y las distintas especies de roedores. A partir de ellas se pudo constatar ciertas continuidades y rupturas -a través de los siglos- en algunas prácticas relacionadas con las modalidades de captura y procesamiento, el conocimiento requerido para la práctica cinegética y el entorno ambiental.

Palabras clave:
fuentes documentales, coipo, actividad antrópica
ABSTRACT:

Rodents’ bones are frequently discovered in archaeological sites from different regions and different chronologies. In the Pampean region, its presence was explained as a result of natural factors or as a consequence of human activities. In general, they are studied and interpreted developing archaeofaunal analysis and sometimes using data from actualistic studies. The aim of this paper is to gather information about the exploitation of coypu (Myocastor coypus) from the analysis of different documentary sources -both historic and ethnographic- which then can be implemented in the interpretation of the archaeofaunal record of this species. These documentary sources allow us to know about diverse relations between human groups and different rodent species. From these associations, some continuities and ruptures were found in relation to hunting and butchery, the knowledge required for hunting and the environment, during centuries.

Keywords:
documentary sources, coypu, human activity
RESUMO:

O descobrimento dos restos ósseos de roedores é habitual em conjuntos arqueológicos de diversas regiões com diferentes cronologias. Na Região Pampeana, sua presença tem sido abjudicada tanto a fatores naturais como na atividade humana. Em geral, seu estudo e interpretação estão realizados a partir de análises da arqueofauna e também empregando dados obtidos de estudos atuais. O objetivo deste trabalho é reunir informações sobre o uso do ratão do banhado (Myocastor coypus) a partir da análise de diferentes fontes documentais, tanto históricas como etnográficas, que então pode ser utilizados em interpretação da arqueofauna deste roedor. Estas fontes permitem ampliar o conhecimento das diferentes relações possíveis entre as populações humanas e as diferentes espécies de roedores. A partir delas pode-se constatar certa continuidade e roturas em algumas práticas relacionadas com as modalidades de captura e processamento, o conhecimento requerido para a prática cinegética e o entorno ambiental a través dos séculos.

Palavras-chave:
fontes documentais, ratão do banhado, atividade humana
Recibido: abril de 2013
Aceptado: noviembre de 2013

INTRODUCCIÓN

En la región pampeana argentina, se han registrado restos de roedores desde momentos tempranos, en sitios con cronologías del límite PleistocenoHoloceno (Quintana 2005; Salemme et al. 2012, entre otros). La interpretación de su presencia en los sitios arqueológicos se fundamentó en estudios faunísticos y tafonómicos, mientras que en algunos casos se incluyó información de cronistas y viajeros que recorrieron la región en momentos post-hispánicos (Acosta 2005; González 2005; Quintana 2005; Escosteguy 2011, entre otros).

El abordaje aquí planteado propone generar un cúmulo de datos sobre el aprovechamiento de coipo (comúnmente llamado nutria) a partir del análisis de fuentes documentales y etnográficas. La información obtenida será útil para la interpretación del registro arqueofaunístico de este roedor mediano-pequeño el cual fue ampliamente explotado por las poblaciones nativas de diversas zonas de Argentina, especialmente la Pampa bonaerense y la región Noreste. Para tal fin, se analizaron distintas clases de fuentes escritas de la actual provincia de Buenos Aires y otras provincias como Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes: crónicas de viajeros, diarios de padres misioneros, decretos gubernamentales, historias de vida y registros etnográficos de fines del siglo XX. Los datos obtenidos de estas fuentes documentales permiten también contrastar con aquellos procedentes de estudios actualísticos (etnoarqueológicos y experimentales) (Escosteguy y Vigna 2010; Escosteguy 2011).

Algunas consideraciones sobre las fuentes

Tanto las fuentes escritas como las orales fueron y continúan siendo empleadas en diversas disciplinas de las ciencias sociales. Su uso varía según su encuadre en cada corriente teórica, especialmente en aquellas donde prevalecen los estudios cualitativos versus los cuantitativos y viceversa. Sanz Hernández (1995) destaca que en las fuentes documentales escritas, es imprescindible distinguir entre documentos oficiales y aquellos documentos personales o expresivos (cartas, diarios, crónicas de viajes). En general, los documentos escritos constituyen un corpus de datos muy valioso y brindan información sobre el entorno natural y la oferta faunística en el pasado aunque siempre debe considerarse el contexto en que se generaron, por quién y dirigida a quién; es decir, la intencionalidad del autor (Irurtia 2007).

A partir del descubrimiento, conquista, colonización y evangelización se generó un cuerpo documental etnohistórico muy nutrido, que a lo largo del tiempo fue empleado de diversas maneras (Ottalagano 2009). Nacuzzi (19891990) propuso que estos documentos podían ser analizados críticamente por los arqueólogos y empleados en el estudio del pasado humano al momento de interpretar los materiales arqueológicos, tanto para buscar explicaciones de los registros arqueológicos tardíos, como para generar hipótesis y analogías para los registros más tempranos. Esta metodología de trabajo resulta interesante pues permite, en algunos casos, obtener descripciones de las actividades cinegéticas desarrolladas por los grupos nativos en momentos posteriores al contacto y dan cuenta de aspectos que no son observables en el registro material. No obstante, en su mayoría, estas fuentes carecen de información sistemática y controlada sobre las consecuencias materiales de conductas determinadas (Politis 2002). Otros problemas asociados al manejo de datos provenientes de estos documentos son: los desfasajes temporales entre lo que se vive y lo que se escribe; autores que relatan lo que otros vivieron; y otros que mezclan vivencias propias y ajenas. Además de ciertos errores e imprecisiones en la información aportada (Ottalagano 2009). Nacuzzi y Lucaioli (2011) también destacan que son documentos históricos escritos por viajeros, misioneros y funcionarios que aunque estaban en contacto con los nativos, eran ajenos a su manera de ver e interpretar el mundo.

En la sistematización de los documentos etnohistóricos producidos para las Tierras Bajas del río Paraná que realizó Ottalagano (2009), se reconocen cuatro momentos de producción. La primera etapa se corresponde con las expediciones descubridoras, que generó escaso material con descripciones someras acerca de los aborígenes (hasta 1536). En el segundo momento, se encuentran los escritos relacionados a la llegada del Adelantado Pedro de Mendoza al Río de la Plata. Este es un período en que algunos autores describen detalladamente a los grupos nativos mientras que otros sólo lo hacen circunstancialmente (desde 1536 hasta comienzos del siglo XVII). El tercer momento -entre el siglo XVII y mediados del siglo XVIII- se caracteriza por la producción de individuos vinculados al ámbito religioso, en especial a la Compañía de Jesús. Se genera un incremento cualicuantitativo en la información recogida por los cronistas, principalmente como consecuencia de su convivencia prologada con los aborígenes (Ottalagano 2009). En su mayoría, estos religiosos fueron grandes naturalistas que aportaron datos de la fauna y la flora, dejaron abundantes documentos escritos y plasmaron información geográfica en mapas (Aguilar 2005; Ottalagano 2009).

El cuarto momento -desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XIX- se define por una mayor sistematización del conocimiento además de la clasificación metódica de las observaciones de los cronistas (Ottalagano 2009). Comienzan en este período a diferenciarse los últimos viajeros y los primeros etnógrafos (Nacuzzi 2000; Ottalagano 2009). En suma, aunque las fuentes documentales tienen ciertas limitaciones en su aplicación para la comprensión del registro arqueológico, la información aportada permite postular hipótesis sobre la dinámica que originó un registro material determinado.

METODOLOGÍA

En este trabajo se utiliza una noción de “fuente” en sentido amplio que incluye todo lo publicado o impreso así como también la información no publicada previamente o aquella que no está destinada a publicarse (Nacuzzi 2010). Con el propósito de constatar la mención del uso del coipo o nutria por parte de las poblaciones nativas y criollas, se consultaron obras de los siglos XVI a XX, escritas por viajeros, cronistas, funcionarios, comerciantes y misioneros. Por otra parte, también se consideraron documentos escritos por investigadores de otras disciplinas, quienes de una manera u otra analizan aspectos relacionados con la comercialización y las relaciones sociales e interétnicas involucradas durante los siglos ya mencionados.

Para el siglo XVI, se analizó el escrito de Ulrico Schmidel ([1534/54] 1903) quien participó en la primera fundación de Buenos Aires. Este cronista brinda en sus relatos importantes datos económicos de los aborígenes del norte de la actual provincia de Buenos Aires. Para el siglo siguiente, se empleó la obra de Acarette du Biscay ([1657/59] 2001) quien relata su viaje al Río de la Plata y posteriormente a Perú. Las descripciones del siglo XVIII se obtuvieron de los relatos de los padres que se establecieron en reducciones bajo la Orden de la Compañía de Jesús tanto en la región chaqueña (Dobrizhoffer [1748/69] 1967; Paucke [1749/67] 2000) como en la provincia de Buenos Aires (Falkner [1744/46] 1974). Para el siglo XIX, se analizaron distintas clases de documentos escritos: por un lado el diario de viaje de William Mac Cann ([1847] 1969), un inglés que recorrió parte de la pampa argentina con una perspectiva más bien comercial, que describe el entorno natural y la explotación de los recursos animales por parte de los criollos. Por el otro, varios decretos gubernamentales del gobierno de Martín Rodríguez correspondientes a los años 1820-1822 (Archivo General de la Nación [AGN], Sala X, Legajo 12-2-3).

Los datos del siglo XX, se obtienen de documentos producto de historias de vida y de etnografías realizadas por antropólogos durante las décadas de 1970 y 1980. Para la década de 1970 se utiliza la historia de vida de un cazador santafesino nacido en las primeras décadas del siglo XX, la cual fue presentada en el 1º Congreso Argentino de Producción nutriera (Griva 1974). De la década de 1980 se analizan dos obras: la producción de Luis Amaya (1984) quien trabajó con cazadores correntinos, y el trabajo de Ana María Rosato (1988) quien realizó trabajos de campo en el Delta Bonaerense con cazadores y pescadores. Estas etnografías describen la actividad de la caza e incluyen los aspectos tecnológicos, económicos y sociales.

En todos estos documentos fueron señalados ciertos tópicos que se retoman en esta presentación: abundancia del recurso, aprovechamiento, modalidades de captura y procesamiento, vocabulario, género, transmisión del saber, conocimiento de la especie. Además se incluyen datos proporcionados por otros investigadores para contextualizar y establecer un hilo conductor entre las fuentes analizadas. Estos contextos de producción de las fuentes contribuyen a interpretar los relatos y a clarificar algunos fragmentos confusos (Nacuzzi y Lucaioli 2011). En primer lugar se debe hacer mención de los distintos momentos de producción y los diversos propósitos por los cuales estas experiencias quedaron documentadas. Así como Schmidel ([1534/54] 1903) relata su contacto con los distintos grupos nativos, sólo en dos ocasiones menciona escuetamente el aprovechamiento del coipo. De la obra de Acarette du Biscay ([1657/59] 2001) también se obtienen datos similares. En cambio, las obras generadas por los padres misioneros del siglo XVIII (Dobrizhoffer [1748/69] 1967; Falkner [1744/46] 1974; Paucke [1749/67] 2000), describen en mayor detalle las actividades económicas y extractivas realizadas por los aborígenes. Como sostiene Ottalagano (2009) la información que ellos aportan se incrementa cuali y cuantitativamente debido principalmente a su estancia prolongada entre los nativos. De sus obras se pudieron conocer los modos en que se capturaban las nutrias, las etapas del aprovechamiento de este recurso animal y las divisiones de tareas por género.

En el siglo siguiente las fuentes que aportan información sobre la explotación del coipo son el decreto de Martín Rodríguez (AGN, X, 12-2-3) y el diario de viaje de William Mac Cann ([1847] 1969). El primero hace referencia a la legislación vigente que regula la captura y comercialización del coipo, mientras que Mac Cann ([1847] 1969) además de esto, menciona la disponibilidad del recurso en la cuenca del río Salado y su importancia económica. Otros datos complementarios se obtienen, por un lado, del relato costumbrista que describe en detalle la actividad nutriera, y por el otro, de autores que analizan aspectos económicos, históricos o sociales que hacen referencia secundariamente al coipo o a los nutrieros (Craviotto 1969 en Russo 2000; Schmit y Rosal 1995; Fray Mocho 1997; Mayo y Latrubesse 1998; Virgili 2000; Galafassi 2004; Maffucci Moore 2007).

En el siglo XX se distinguen claramente dos momentos: en la primera mitad del siglo, los datos obtenidos son generales y provienen de estudios que apuntan a cuestiones históricas (Barofio et al. 1988; Chambouleyron 1993; Doeswijk 2005). En cambio, en la segunda parte del siglo, la información proviene de estudios que analizan en detalle la actividad depredadora y en algunos casos en particular la caza de nutrias (Griva 1974; Amaya 1984; Rosato 1988; González de Bonaveri et al. 1997).

EL COIPO: SU MENCIÓN EN DOCUMENTOS ESCRITOS (DESDE EL SIGLO XVI AL XX)

El análisis de los documentos históricos brindó información sobre el aprovechamiento del coipo a lo largo del tiempo: datos de tipo ambiental (especialmente sobre la disponibilidad de presas), económicos (prácticas de subsistencia) y sociales (distribución de tareas según el género, la edad y las relaciones de parentesco). Los documentos analizados se ordenan cronológicamente, introduciendo brevemente su contexto de producción.

En el siglo XVI -precisamente en 1534- el soldado alemán Ulrico Schmidel (o Schmidl) acompañó al adelantado Pedro de Mendoza en su viaje al Río de La Plata. A partir de sus descripciones se obtienen importantes datos de la subsistencia de los aborígenes asentados en las proximidades de la primera Buenos Aires; entre ellos, ofrece uno de los primeros registros del aprovechamiento del coipo ya que menciona la abundancia de mantos de cueros de nutria entre los indios querandíes. Asimismo, cuando remontan el río Paraná en busca de alimentos, destaca la cantidad de cueros sobados de nutria entre los corondás (Schmidel [1534/54] 1903). Mientras que en el siglo siguiente, uno de los tantos europeos que viajó a las Indias Occidentales fue Acarette du Biscay ([1657/59] 2001). El autor relata su viaje al Río de la Plata y posteriormente por tierra a Perú; destacando la gran abundancia de nutrias en los afluentes del Río de La Plata donde también observó el uso, por parte de los nativos, de sus pieles como abrigo (Acarette du Biscay [1657/59] 2001).

Durante el siglo XVIII, son más numerosas las descripciones de las poblaciones locales y su vida cotidiana, principalmente en los registros dejados por los padres jesuitas que se establecieron en las reducciones a mediados de ese siglo. En sus obras dan cuenta de las diversas facetas de las costumbres de estos grupos y de su entorno ecológico. Algunos misioneros también fueron importantes naturalistas que describieron e ilustraron en detalle la fauna y la flora de las diversas regiones que visitaban en sus misiones religiosas (para resumen de misioneros-naturalistas del Gran Chaco ver Aguilar 2005). En la región chaqueña austral se establecieron los padres Martín Dobrizhoffer ([1748/69] 1967) y Florian Paucke ([1749/67] 2000).

Dobrizhoffer ([1748/69] 1967) relata su experiencia misionera en las distintas reducciones del Gran Chaco donde convivió con indios mocovíes, abipones y guaraníes. En varias oportunidades menciona a la nutria, sus características físicas, conducta, distribución y abundancia. En cuanto a su distribución, el autor relata que es un roedor muy abundante en lagos, lagunas y ríos del territorio abipón y en especial alude a las ciudades de Santa Fe, Córdoba y Corrientes. No obstante, menciona su disminución hacia el norte, en los territorios de los mocovíes y los tobas: “Todos los esteros, lagos y arroyos están llenos de nutrias cuya carne les sirve de alimento y con cuya piel se proveen de capas para defenderse de los vientos frescos…” (Dobrizhoffer [1748/69] 1967, Tomo 3: 213). En otro fragmento describe el paisaje asociado a su explotación: “En un campo cubierto por selva poco tupida estaban muchos abipones con sus familias secando unas pieles de nutria que habían cazado en un lago cercano” (Dobrizhoffer [1748/69] 1967, Tomo 3:246-247).

Este jesuita se refiere también a las estrategias de captura que varían de acuerdo con ciertas condiciones medioambientales las cuales inciden en la distribución de este recurso: “Los Abipones salen generalmente a cazar nutrias cuando durante una sequía de largos años se secan casi por completo también los ríos y los lagos que entonces pueden vadearse de a pie. Ellos envían adelante sus galgos y en un solo día matan algunos cientos de nutrias” (Dobrizhoffer [1748/69] 1967, Tomo 1: 380). En cuanto a su aprovechamiento, menciona el consumo de su carne: “Los salvajes las aprovechan en diversas maneras. Ellos comen la carne de las nutrias (…)” (Dobrizhoffer [1748/69] 1967, Tomo I: 379). Pero también alude al uso de sus pieles y describe la modalidad en que se preparan los cueros, haciendo referencia en numerosas oportunidades a que los mismos son trabajados por las mujeres.

“Para defenderse del frío, los abipones se cubren con un manto hecho de piel de nutria. Este tipo de vestido, también cuadrado, es fabricado con diligencia y elegancia por las mujeres […]. El principal trabajo de los perros es traer esas pieles, una vez cazadas las nutrias. Las entregan a los naturales, quienes las sujetan al suelo con pequeñas estacas, para que no se arruguen. Una vez secas les pintan unos cuadros de color rojo, en forma de cubiletes. Las indias no saben macerar las pieles; pero se dedican a sobarlas y ablandarlas con las manos; luego las cosen con un hilo muy fino, para envidia de los curtidores. Lo hacen con tanta destreza, que las uniones no son visibles ni a los ojos más perspicaces.” (Dobrizhoffer [1748/69] 1967, Tomo II: 140).

La obra de Florian Paucke ([1749/67] 2000) -quien misionó en la provincia de Santa Fe- se destaca por sus láminas a color. Desde el punto de vista iconográfico, constituyen el primer conjunto de ilustraciones sobre las ciencias naturales reunidas por un naturalista para esta región del mundo (Aguilar 2005). En una de ellas, plasma lobos marinos, nutrias y carpinchos asociados a un cuerpo de agua, donde también ilustra una cacería de estos últimos (Paucke [1749/67] 2000: Lámina XXIII). Por otra parte, menciona a la nutria como una de las especies habitualmente capturadas y aprovechadas por los mocovíes.

Además, resultan interesantes sus descripciones de las vestimentas de los aborígenes (Paucke [1749/67] 2000). En ellas destaca que las mujeres usualmente se cubren con unas mantas de cueros de nutrias que ellas mismas preparan: “Esta manta se compone generalmente por dieciocho a veintidós cueritos y está pintada por afuera en un todo con figuras rojas. Las mismas indias son las pintoras, ellas no usan al efecto un pincel sino un palito, pero pintan por separado cada cuerito antes de reunirlos en una manta; ellas fijan con delgados clavitos de madera tales cueritos contra el suelo y luego hacen sobre ellos sus trabajos artísticos.” (Paucke [1749/67] 2000:152). Con respecto a su uso, el autor comenta: “Ellas toman esta manta por la mitad, pasan por medio de una correa de manera que quede doble, la atan en derredor del cuerpo sobre las caderas y la dejan doblar colgada sobre el cuerpo inferior; por arriba quedan completamente desnudas” (Paucke [1749/67] 2000:152). En relación con las cuestiones de género, comenta que las mujeres son las encargadas de remendar las mantas de su marido o las suyas propias, las cuales están confeccionadas en cueros de nutria pintados.

El médico Thomas Falkner misionó al sur del río Salado en la provincia de Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. Junto al Padre Cardiel fundaron las reducciones de Nuestra Señora del Pilar de los Serranos (también conocida como la reducción del Volcán) y Nuestra Señora de los Desamparados (Néspolo 2007). Al igual que los jesuitas del Gran Chaco, relata que se confeccionaban mantos y abrigos con distintas clases de pieles, entre ellas la de coipo. Estas pieles también se empleaban en la elaboración de toldos y tiendas. También describe el consumo de su carne y la destaca como agradable para ser ingerida (Falkner [1744/46] 1974; Outes 1898).

Tanto aquellas misiones ubicadas en la región chaqueña como las emplazadas en la provincia de Buenos Aires, promocionaron relaciones comerciales más frecuentes entre los grupos aborígenes reducidos y los distintos integrantes de la sociedad hispano-criolla y entre diversos grupos étnicos permitiéndoles obtener otros objetos de valor (Hernández Asensio 2003; Lucaioli y Nesis 2007). Estas reducciones fueron centros de intercambio y generaron nuevos circuitos de comercio que intentaron ser regulados por los padres misioneros controlando los objetos intercambiados, en especial impulsando la exclusión de las armas de fuego y las bebidas alcohólicas (Hernández Asensio 2003; Néspolo 2007). Sin embargo, en la frontera pampeana emergieron las primeras pulperías a mano de negociantes hispano-criollos que intentaron transgredir las prohibiciones de los jesuitas para obtener mayores beneficios económicos (Hernández Asensio 2003).

Con la creación del Virreinato del Río de la Plata y el puerto comercial de Buenos Aires hacia fines del siglo XVIII, la cuenca del río Salado (Buenos Aires) cobró mayor importancia para la región de la ruta al Potosí (Banzato 2005). Los intercambios entre hispano-criollos y aborígenes se realizaron en el marco de un equilibrio relativo que combinaba robos y saqueos en los espacios fronterizos. En ocasiones algunos grupos nativos utilizaban las contradicciones de las jurisdicciones para ofrecer sus productos en una zona mientras guerreaban en otra, incluso vendiendo botines de guerra. Esta situación se extendió hasta fines del periodo colonial (Palermo 2000).

Hacia 1770 se registraban pulperías instaladas en la línea de frontera de la provincia de Buenos Aires, en las que era habitual la comercialización de “productos del país”, dentro de los cuales se destacan los ponchos “pampas” de manufactura indígena y los cueros de nutrias. También las pulperías volantes, que recorrían en carretas el extenso territorio de frontera, en algunos casos intercambiaban productos por otros artículos locales como las pieles de coipo; en otros, compraban los productos a los chacareros o labradores locales a cambio de dinero que les permitiera cubrir diversos gastos (por ejemplo alquileres, sueldos). Este intercambio de productos era una práctica común en una sociedad no monetarizada (Mayo y Latrubesse 1998; Virgili 2000). Mayo y Latrubesse (1998) también dan cuenta de un documento del Juzgado del Crimen registrado en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires en donde se relata la requisa efectuada a una pulpería volante que en 1808 se encontraba al sur del río Salado cuando el pulpero se disponía a comercializar con un grupo de nutrieros. Para esta misma época, en áreas muy cercanas a la ciudad de Buenos Aires, se podía cazar nutrias; las mismas eran muy abundantes en el bañado de Quilmes, -precisamente en las costas del Riachuelo- donde se las capturaba con el fin de obtener y comercializar sus pieles (Craviotto 1969 citado en Russo 2000).

A principios del siglo XIX, fueron muy importantes las exportaciones de productos animales y vegetales realizadas desde las provincias del litoral. Los cueros vacunos constituyeron un gran volumen de lo comercializado, aunque también se exportaban a la Aduana porteña, cueros silvestres como los del coipo. En general se puede decir que durante el período colonial el comercio litoraleño se incrementó de forma considerable, sin embargo la influencia de las guerras de la independencia perjudicó el intercambio entre provincias “nutrieras” como Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. Esta situación se revirtió después de 1826 y continuó hasta mediados de siglo. Desde Santa Fe, la exportación hacia Buenos Aires de cueros de nutria fluctuó con un pico máximo en los años 1826-1827 cuando se mandaron 11.000 docenas de cueros para exportar por ultramar; estos cueros eran empleados en la confección de sombreros. Posteriormente a este auge, su negocio disminuye y oscila a lo largo de los años, situación que se ve influida por los cambios climáticos y por la caza indiscriminada; no obstante, su demanda se mantuvo, aumentando los precios (Schmit y Rosal 1995).

Un dato importante es que esta actividad comenzó a ser regulada por la gobernación de Buenos Aires a través de vedas de caza impuestas por el gobernador de aquel entonces, Martín Rodríguez. Un decreto suyo del 22 de noviembre de 1821 limitó la caza entre abril y julio, y dispuso que toda licencia para la caza de nutria debía expresar el tiempo y los lugares en que se realizaba y “(…) ha de preceder el informe a la Policía (…)” (AGN, X, 12-2-3). También estipuló que aquellas pieles de nutria conocidas como “de verano” adquiridas luego de la derogación de este decreto serían decomisadas; las mismas serían vendidas y su ganancia quedaría para el gobierno. Sin embargo, las prohibiciones que regían sobre el coipo no fueron tomadas en consideración por los cazadores, que continuaron incumpliendo las leyes (Chambouleyron 1993).

A mediados de este siglo, William Mac Cann ([1847] 1969) recorrió setecientas setenta y cinco leguas por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Este viajero da cuenta de la gran abundancia de nutrias en el río Salado (Buenos Aires) y destaca la importancia de la comercialización de sus cueros que eran exportados a Europa. A pesar de esto, su cacería, para ese momento, estaba prohibida por cuestiones políticas que obligaban a todos los nativos a participar de las milicias. Mientras que para la misma época, el Delta del Paraná era uno de los sectores con mayor producción de cueros de nutrias. Su explotación constituía una de sus principales actividades económicas (Galafassi 2004). A fines de este siglo, las pieles circulaban en extensas redes comerciales y de intercambio que involucraban tanto a poblaciones aborígenes como hispanas. En 1871 el coronel Manuel Obligado, Jefe de la Frontera Norte, resaltaba el hecho de que los indios reducidos del Nordeste santafesino comercializaban tanto con otros indios montaraces como con la comunidad criolla. A estos últimos (en algunos casos, autoridades locales y pulperos), les vendían las pieles de nutria, ciervo y tigre a cambio de pólvora, balas y aguardiente (Maffucci Moore 2007).

La captura del coipo también fue retratada en el relato costumbrista de Fray Mocho (José S. Álvarez) publicado originalmente en 1897 bajo el título de Un viaje al país de los matreros. El mismo, es producto de un viaje que había realizado el autor diez años antes recorriendo el litoral de nuestro país (Fray Mocho [1897] 1997). En él, menciona la caza de nutrias durante el día, con la ayuda de los perros los cuales las asustaban cuando se encontraban en los albardones tomando sol junto a sus crías. En cambio, de noche, otra modalidad de caza requería del empleo de un farol con reflector o con un manojo de pajas secas, por medio del cual los cazadores proyectaban luz encandilando a los animales y luego disparándoles con armas de fuego. Esta actividad de caza se realizaba principalmente durante el invierno.

En las primeras dos décadas del siglo XX, era muy común que aquellos trabajadores que migraban desde las grandes ciudades para la cosecha se quedaran en el campo una vez finalizada la misma. Para su subsistencia recurrían a diversas actividades: trabajan en la construcción de terraplenes ferroviarios, en las obras de drenaje o canalización o construían alambrados para las estancias. En ciertos casos, para poder alimentarse, cazaban animales de porte menor como peludos, vizcachas y perdices. Algunos de ellos también se dedicaban a capturar animales como el coipo y el zorro pero con el objetivo de vender sus pieles. El nutriero tenía un oficio especializado, ya que generalmente cazaba de noche y a escondidas del dueño de la estancia (Doeswijk 2005). Una de estas situaciones fue retratada por el fotógrafo norteamericano H. G. Olds en la década de 1930 (Figura 1) quien capturó la imagen de un cazador de nutrias en la provincia de Buenos Aires. En la misma se observa, junto a un cuerpo de agua, el rancho del nutriero construido de forma precaria y sobre la parte superior y en los alambrados se aprecian los cueros estaqueados de modo abierto secándose al sol.

Figura 1. Fotografía de un nutriero de la provincia de Buenos Aires tomada por H. G. Olds (ca. 1930).
Figura 1. Fotografía de un nutriero de la provincia de Buenos Aires tomada por H. G. Olds (ca. 1930)

Durante gran parte del siglo XX la venta de las pieles de coipo significó importantes retribuciones económicas. Entre 1896 y 1924 se exportaron 60 millones de cueros, de los cuales un total de 17 millones se vendieron en los primeros cinco años del siglo XX. No obstante, esta tendencia se vio contrarrestada a mediados de siglo, pues entre 1956 y 1960 sólo se exportaron 500.000 pieles (Barofio et al. 1988; Chambouleyron 1993). Mientras que hasta 1997 se exportaron, en promedio 5 millones de pieles anuales, en 1998 se cazaron oficialmente 8 millones de coipos -cuando una gran inundación se combinó con condiciones de mercado favorable- (Bó et al. 2006).

Otros tres registros escritos muy interesantes originados en la segunda mitad del siglo pasado son la historia de vida de un nutriero de Santa Fe (Griva 1974) y dos estudios etnográficos con cazadores de la cuenca del Paraná (Amaya 1984; Rosato 1988). Griva (1974) entrevistó a un cazador que nació en 1928 en una isla próxima a la localidad de San Javier. Amaya (1984) realizó sus trabajos etnográficos con cazadores de especies silvestres en islas y poblados costeros y de tierra firme de la provincia de Corrientes entre los años 1982 y 1983. Por otra parte, Rosato (1988) estudió las prácticas económicas desarrolladas en el Delta del Paraná en su margen bonaerense (San Pedro y San Nicolás). La importancia del análisis de estos tres registros es que en ellos también se pueden reconocer ciertos temas coincidentes con los obtenidos en las entrevistas realizadas como parte del estudio etnoarqueológico con nutrieros (Escosteguy 2011).

En cuanto al vocabulario, los tres autores reproducen algunos de los términos empleados por los cazadores. En el caso de Griva (1974) transcribe directamente la entrevista del nutriero incluyendo su terminología. Amaya (1984) es más elocuente y confecciona un glosario que incluye todos los vocablos habitualmente utilizados por los cazadores, donde los términos registrados son: acopiador, arranchada o ranchada, calar trampas, comedero, cuerear, descarnar, dormidero, fijar, linternear, mantear, matambre, subidero.

Con respecto al momento en que se inician en la actividad de caza, los tres autores coinciden en que suele ser temprano, cuando son niños o jóvenes adolescentes. El nutriero entrevistado por Griva (1974) comentó que aprendió a cazar a la edad de 15 años, imitando a su padre cazador y que realizaba esta actividad individualmente o con sus hermanos. Por otra parte, destacó que transmitió este conocimiento a sus hijos: “Tengo cuatro hijos, hay un muchacho de dieciséis años que ya caza aparte, yo le voy enseñando como se arma una trampa y le digo donde debe estar el bicho. A veces nos vamos los dos juntos a la isla (…)” (Entrevistado A. Ríos en Griva 1974:115).

Amaya (1984) también registra la transmisión del saber y menciona que el cazador comienza a conocer los secretos de la caza desde niño. En el caso particular del uso de la fija, señala que su aprendizaje se encuentra asociado a los juegos de los niños, y a la vez hace referencia a las diferencias de género que van a influir al momento de aprender a cazar: “Mientras sus hermanas […] cuidan de los menores, él [por el niño] está paleando la canoa o en algún “playadito”2 aprendiendo a “fijar”. Cuando llega su padre escucha atento las narraciones de su última “arranchada”. A los ocho años, no sabe leer ni escribir, y quizás no lo aprenda nunca pero ya empieza a recorrer las trampas que pone cerca de su casa; porque a los doce, ya se arrancha ocho o diez días, sólo, con el hermano mayor, o con algún compañero” (Amaya 1984:50). González de Bonaveri y colaboradoras (1997) documentaron a comienzos de la década de 1990, las modalidades de procesamiento de coipo luego de un evento de caza en Chascomús. Coincidiendo con lo registrado en las otras etnografías, las autoras registraron la participación de individuos jóvenes y niños realizando el procesamiento junto a los adultos (Figura 2).

Figura 2. Nutrieros adultos y un niño procesando coipos en Chascomús (Foto inédita tomada por María Isabel González, 1993)
Figura 2. Nutrieros adultos y un niño procesando coipos en Chascomús (Foto inédita tomada por María Isabel González, 1993)

En su análisis, Rosato (1988) también menciona las diferencias basadas en el género que inciden al momento de ser receptor del saber y del aprendizaje de la caza. Así, la mujer realiza todas las tareas en el ámbito doméstico y colabora ocasionalmente en la caza y la pesca, pero es excluida sistemáticamente de la ganadería. Con respecto a los hijos: “(...) los varones son incorporados entre los 13 y 15 años a las actividades que se realizan fuera del ámbito doméstico, acompañando al padre (…). La hija está así excluida de las actividades principales que se realizan fuera del hogar” (Rosato 1988:5).

El tópico del género se encuentra íntimamente relacionado con la identidad del cazador, principalmente porque el conocimiento de los secretos de la caza va a influir en la habilidad del cazador. Si un cazador se destaca como uno de los mejores, este reconocimiento no se basa en “…la cantidad de caza sino por la habilidad y conocimiento del terreno de caza…” (Amaya 1988:52). Esta caracterización, según el autor, puede influir en la actividad misma pues los cazadores reconocidos prefieren la caza individual antes que realizarla en compañía de otros camaradas, principalmente para no tener que dividir las ganancias obtenidas de la venta de los cueros.

En cuanto a las modalidades de captura, estos autores mencionan diversas estrategias y tecnologías. El nutriero entrevistado por Griva (1974) relata que, en ciertos casos, simplemente empleaban un garrotazo o cazaban las nutrias con perros y palos, de la siguiente forma: “…salíamos con los perros a la mañana temprano a los lagos playos donde había barro y ahí los perros las agarraban debajo de las matas. Los perros las mataban y nosotros se las quitábamos” (Entrevistado A. Ríos en Griva 1974:108). Otros modos incluyen el uso de trampas, armas de fuego, el linterneo y la caza por medio de fijas. Estas últimas son definidas por Amaya (1984) como un instrumento de pesca o caza, conformado por una fuerte caña con un extremo punzante: “A la nutria también se la puede “fijar”. Como la parte más delicada del cuero es “la panza”, hay que saber donde “se le pega el chuzazo” (Amaya 1984:58).

Respecto al conocimiento de la biología y la conducta del coipo, Griva (1974) sostiene que el conocimiento popular que circula entre los cazadores podría llegar a describir el comportamiento de las nutrias y de otras especies con bastante profundidad pudiendo equiparar a otros estudios eto-ecológicos: “La nutria en el invierno no busca la tierra, busca los esteros, […] hace muchos nidos, caminos y huellas entre los camalotes. Los nidos los hace acarreando camalotes, los junta y hace niditos altos, […]. En invierno come la verdolaga colorada, también mucho camalote, después la raíz de la totora” (Entrevistado A. Ríos en Griva 1974:112-113). Asimismo, Amaya (1984) destaca que todos sus informantes demostraron un gran conocimiento de la actividad de caza, de las especies faunísticas y de sus hábitos específicos: “Cuando “cala” las trampas su habilidad está centrada en la elección de “comederos”, “dormideros” o el “camino” de las nutrias” (Amaya 1984:53). De la entrevista que realizó Griva (1974), se destaca también el cuidado de crías de coipo como mascotas: “Cuando agarro una nutria preñada y le faltan tres o cuatro días para parir, la destripo enseguida y le saco los pichones, les ato el ombligo, los llevo a la ranchada y las crío con mamadera…” (Entrevistado A. Ríos en Griva 1974:114).

La actividad nutriera estudiada por Griva (1974), Amaya (1984) y Rosato (1988) está dirigida a la comercialización de los cueros. Los dos primeros autores registran el procesamiento del coipo evidenciando dos modalidades distintas de obtención del cuero. El nutriero entrevistado por Griva (1974) menciona que los cueros se abrían por el lomo y luego se los estaqueaban abiertos: “Hasta el año cuarenta, más o menos, se utilizaba el cuero del lomo, la panza no tenía importancia, pero ahora cambiaron de idea, trabajan la piel de la panza” (Entrevistado A. Ríos en Griva 1974:113). Amaya (1984:58) también registra la secuencia de obtención y preparación del cuero: comienza con el cortado de patas y manos, y continúa con el quiebre de los dientes. Luego, se realiza el cuereado: se quita el cuero de atrás hacia delante, con el pelo hacia adentro “a manera de bolsa”. Se cuerea a puño, y se utiliza el cuchillo para parte de la cola. El próximo paso es el matambreado, donde se quitan los músculos anchos de las paredes abdominales que quedan adheridos a la piel. Posteriormente, durante el descarnado se le quitan los restos de carne adherida al cuero. Las últimas dos etapas son el envarado, donde se coloca la piel con la felpa hacia adentro en un armazón, y el secado al sol durante tres o cuatro días. Esta secuencia de explotación se asemeja a los datos registrados por González de Bonaveri et al. (1997) en el evento de caza ya mencionado, con la particularidad que se cuerea con la presa colgada de las patas y durante el secado se cuelgan los cueros de las ramas de los talas (Celtis tala) (ver Figura 2 en González y Frère 2009:252).

En resumen, del análisis de las distintas fuentes mencionadas se pueden observar ciertas cuestiones que se mantienen a lo largo del tiempo como así también la variación de otras:

DISCUSIÓN

Las fuentes documentales ofrecieron datos sobre el aprovechamiento de coipo a lo largo de cinco siglos. De su análisis se obtuvo información tanto sobre aspectos relacionados con el registro material de la actividad, como otros datos vinculados a la esfera económica y social; sin embargo, existen ciertas diferencias en cuanto a los detalles y la clase de referencias que se obtienen en cada una de las mismas. A pesar de ello, su empleo en el estudio del pasado humano brinda información útil al momento de interpretar los materiales arqueológicos (Nacuzzi 1989-1990).

Los datos obtenidos de las fuentes aquí analizadas, registran el aprovechamiento del coipo por parte de comunidades nativas desde el siglo XVI (Schmidel [1534/54] 1903). Posteriormente, las sociedades aborígenes que habitaban la Pampa y la Patagonia comienzan a involucrarse en redes de intercambio con los hispanos criollos (Palermo 2000). Progresivamente el Río de la Plata se convierte en el centro de una serie de redes comerciales entre hispanos e indígenas que se fueron estructurando a lo largo de estos siglos. Durante el siglo XVII, la región norte del río Salado, que era la periferia del imperio colonial, se conformó en un “territorio de contacto” más que en una frontera fija e infranqueable. Este contacto estuvo principalmente motivado por las relaciones comerciales entre indígenas y españoles que intercambiaban ganado vacuno y caballar, y los cueros obtenidos de estos animales, por productos como tabaco, alcohol, cuchillos y harina (Frère 2000, 2004). Aunque la explotación del coipo se fue concentrando progresivamente en la obtención de las pieles para intercambio, aún no se encuentran referencias claras sobre el contexto social, histórico y económico concreto en que sus cueros se convirtieron en mercancías dentro del mercado europeo. Sin embargo, se propuso que pudo haber ocurrido en el período comprendido entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, pues para fechas posteriores a los inicios del siglo XIX, ya existen testimonios de su incorporación en el mercado internacional (Escosteguy y Salerno 2008-2009).

En cuanto a los aspectos sociales, desde el siglo XVIII se menciona la división de tareas en la captura y procesamiento del coipo. Sin embargo, se debe recordar que los relatos de los padres jesuitas poseen sesgos pues reflejan “… una particular percepción de las culturas indígenas y de un sistema de representaciones fundado en el mundo de creencias y convenciones de la sociedad europea occidental” (Vitar 2004:41). Esta visión androcéntrica influye en la escritura de las crónicas de Dobrizhoffer ([1748/69] 1967) y Paucke ([1749/67] 2000), quienes tenían naturalizados los principios de la vieja escolástica y la infravaloración de la mujer (Vitar 2004). Por otro lado, el establecimiento de las reducciones produjo numerosos cambios, como por ejemplo en los patrones de subsistencia, asentamiento y en las pautas matrimoniales (Carlón 2006). Como sostiene Vitar (2004), estos aportes sobre la presencia de las mujeres indígenas, deben reconocerse como el producto de un esquema patriarcal de valoración de la diferencia, de los roles y de las relaciones entre ambos sexos; por esta razón es necesario apreciar la información referida a una situación pre-reduccional y posteriormente a la vida en misión. Por lo tanto, aunque en los registros de Dobrizhoffer ([1748/69] 1967) y Paucke ([1749/67] 2000) se menciona a los hombres como los encargados de la actividad cinegética, en escasas oportunidades se hace referencia a la participación de las mujeres en la caza, lo cual contribuía con la visión negativa que los misioneros ya tenían de ellas. Entonces, el reparto de las labores según el sexo -caza para los hombres, recolección a cargo de las mujeres- no era taxativo (Vitar 2004). Es posible que la diferenciación de las tareas se profundizara con el establecimiento de las misiones y sus prescripciones.

Las diferencias en cuanto al género se registran a lo largo del tiempo, aunque sólo lo hacen explícitamente los documentos etnográficos de fines del siglo XX; en este sentido, los tres trabajos analizados (Griva 1974; Amaya 1984; Rosato 1988) destacan el ámbito masculino como exclusivo de la caza y la circunscripción de las mujeres al ámbito doméstico. De estas contribuciones, también sobresale el vocabulario específico, que coincide en muchos términos con aquellos registrados por la autora en las entrevistas a nutrieros (Escosteguy 2011). Otros aspectos como la trasmisión del conocimiento biológico y etológico del coipo y las situaciones de enseñanza-aprendizaje y el cuidado de sus crías como mascotas - también se reiteran en esos trabajos, para estos dos momentos (décadas de 1970-1980 y primeros años del siglo XXI).

En cuanto al uso de la tecnología, en muchas de las fuentes analizadas no se hace mención directa a la misma, mientras que los documentos más actuales muestran numerosas similitudes con los datos colectados durante el desarrollo de entrevistas, experimentaciones y en la participación en una partida de caza -realizadas en el marco de un estudio etnoarqueológico con cazadores de coipo- (para más detalle ver Escosteguy 2011). En cambio, en cuanto a la modalidad de obtener y procesar el cuero hay variaciones, pues tanto en los documentos de los padres misioneros como en la fotografía de Olds (Figura 1) y luego en la entrevista realizada por Griva (1974) se registra la piel estaqueada de modo extendido. Posiblemente a mediados del siglo XX comienza a realizarse el cuereado en forma de bolsa, desde los miembros posteriores hacia la cabeza, por una demanda del mercado donde se le otorga mayor valor a la piel del sector ventral. Respecto a la modalidad de captura, desde los registros del siglo XVIII hasta la actualidad continúa realizándose con ayuda de perros, especialmente en épocas de sequías. En momentos más recientes, el uso de las trampas-cepo es lo habitual, mientras que ocasionalmente se utilizan armas de fuego. Por otra parte, el garrote o cualquier elemento contundente, puede emplearse sólo para darle muerte al animal o conjuntamente con perros o trampas, tal como fue “experimentado” por la autora de este trabajo (Escosteguy 2011).

CONSIDERACIONES FINALES

El objetivo que guió este trabajo fue el generar un corpus de datos referente a la explotación del coipo, mediante el análisis de fuentes documentales y etnográficas. A partir de esta información, se pudieron establecer ciertas continuidades y quiebres a lo largo del tiempo, en algunos aspectos involucrados en esta actividad. Además, el análisis de las distintas fuentes, aportó información sobre las formas en que los nativos -en momentos posteriores a la ocupación europea- aprovechaban el coipo: su abundancia, captura, la obtención de su piel y el consumo de su carne. También de su análisis se estimó el momento en que estas pieles pasan a ser objeto de comercialización con comunidades criollas y luego a participar en el mercado internacional. El acceso al Decreto de Martín Rodríguez y las menciones de ciertas normas establecidas para regular la captura de coipo y la comercialización de sus cueros da cuenta de la importancia de este recurso en la economía a lo largo del tiempo.

Con respecto a la perspectiva diacrónica, los datos desprendidos de las fuentes permiten constatar el aprovechamiento del coipo en diferentes contextos socioeconómicos y probablemente con distintos fines desde el siglo XVI hasta la actualidad. Esta continuidad se interpreta a través de su mención en los documentos escritos y fotográficos de los siglos posteriores a la conquista española, sigue registrándose en conjuntos faunísticos de sitios históricos (ver Escosteguy et al. 2012), en los estudios etnográficos de fines del siglo XX y en los estudios etnoarqueológicos con nutrieros (Escosteguy 2011). Si se consideran los datos de sitios arqueológicos bonaerenses, su explotación se retrotrae miles de años antes (Escosteguy et al. 2012).

En cuanto a las estrategias de captura, desde el siglo XVIII hasta la actualidad se registra una continuidad en la caza con la ayuda de perros en condiciones de seca y en el uso de un elemento contundente (como un garrote) para darle muerte al animal. Este último sigue empleándose junto con las trampas-cepo de metal (Escosteguy y Salerno 2008-2009). Es decir, se destaca que para su captura no se requiere tecnología sofisticada. Esta información podría ser empleada en la interpretación de los conjuntos arqueofaunísticos de este roedor. Por ejemplo, puede esgrimirse para apoyar la hipótesis sobre el uso de un elemento contundente -un garrote o una roca- para darle muerte a las presas por parte de los grupos cazadores-recolectores que habitaron la Pampa bonaerense (Escosteguy et al. 2012).

El aprovechamiento de la piel de coipo también se registró en las fuentes desde el siglo XVI. En algunos de estos documentos, como aquellos de finales del siglo XX, se describe incluso el proceso de obtención del cuero. Sobre la preparación del mismo para su uso, se observaron diferencias entre los registros de los padres misioneros del siglo XVIII, la imagen de Olds de principios de siglo XX y los estudios etnográficos de fines del mismo siglo donde la piel se obtenía y se la secaba abierta; mientras que en documentos posteriores y en los estudios etnoarqueológicos con nutrieros (Escosteguy 2011) la misma se obtiene en forma de bolsa y luego se seca envarada. Esta información puede resultar provechosa al momento de analizar los restos arqueofaunísticos pues evidencia la variabilidad en el procesamiento de la presa y el aprovechamiento de alguno de sus productos como es la piel. Por otra parte, también podría ser útil al momento de interpretar las huellas de corte y fracturas en ciertos elementos óseos. En este sentido, los datos aquí recabados sostienen hipótesis previas derivadas del análisis de los daños registrados en restos de coipo provenientes de la Depresión del río Salado y de dos conjuntos del Noreste bonaerense. Las mismas proponen que en el pasado, probablemente la piel se extrajera con pasos muy similares a los registrados actualmente, desde los miembros posteriores hacia la cabeza (Escosteguy et al. 2012).

Las cuestiones de género en la actividad cinegética se plasman en los distintos momentos históricos, desde la descripción de los jesuitas en el siglo XVIII donde puede observarse el predominio de la masculinidad en la definición de esta práctica mientras que lo femenino sólo se encuentra participando como complemento en el ámbito doméstico. Sin embargo, tal cual fue registrado en diversos grupos étnicos, existe gran variabilidad en las relaciones de género involucradas en la actividad de caza (Escosteguy 2011). Por lo tanto, no puede sostenerse una separación tan abrupta entre ambos géneros durante momentos más tempranos, es decir, las mujeres así como los niños y jóvenes, podrían haber participado de la caza de coipos, porque se trata de una presa pequeña y no agresiva.

Por otra parte, se observa cierta continuidad en algunos conceptos registrados en los trabajos etnográficos de las décadas de 1970 y 1980 y en el estudios etnoarqueológico (Escosteguy 2011) tales como nutriero, arranchada, comedero, linternear, entre otros. Para los momentos previos el registro no es tan detallado, aunque al estar en íntima relación con la configuración de la identidad y del prestigio del buen cazador, se puede proponer que pudieron existir ciertas categorías similares a las aquí registradas.

En suma, la obtención de datos de fuentes documentales y etnográficas permite profundizar nuestra comprensión sobre ciertas acciones involucradas en la captura y consumo del coipo pudiendo resultar de suma utilidad para la interpretación de restos arqueofaunísticos. Mientras que además brindan la posibilidad de hipotetizar sobre ciertos aspectos intangibles (transmisión del conocimiento, relaciones de género y edad, etnocategorías) que el arqueólogo no siempre puede interpretar a partir del registro material. Así, las fuentes permitieron comprender esta actividad económica en la cual se ven íntimamente involucrados diversos aspectos sociales.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo ha sido realizado gracias al financiamiento del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas a través de becas de investigación. Se agradece a María Isabel González y María Magdalena Frère por las fotos tomadas durante los trabajos de campo. A Mónica Salemme y Virginia Salerno por la lectura de versiones previas. A Paula Granda por la traducción del resumen al portugués. A Carlos Ceruti por permitirme el acceso a la Biografía de un nutriero (Griva 1974). Finalmente, quiero agradecer a los dos evaluadores por sus comentarios y sugerencias. Se contó con el apoyo de los subsidios UBACyT F026 y 2001-2014 01/W134, y PICT 2010 1517.

NOTAS

1. El repositorio de esta imagen es la Sala 5 del Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. La misma se publicó originalmente en formato de postal.

2. Las comillas son empleadas en el original e indican las palabras que el autor transcribe literalmente del discurso de los cazadores.

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