El Fuerte General Paz funcionó como comandancia de la Frontera Oeste de Buenos Aires entre 1869 y 1876. Tuvo un rol muy activo en los episodios fronterizos de la época y funcionó como un enclave donde se desarrolló una compleja comunidad compuesta por una diversidad de actores sociales. Abordamos aquí el análisis de la distribución espacial de artefactos recuperados como parte de un programa de recolección superficial sistemática implementado en 2006, con el fin de obtener información empírica relevante acerca de la organización espacial del emplazamiento que complemente a la información de las fuentes históricas (mapa e informes militares contemporáneos) y la información obtenida a través de otras técnicas arqueológicas. Se seleccionaron categorías específicas de artefactos con valor diagnóstico funcional y cronológico (artefactos militares, de construcción y arquitectónicos, fragmentos de vidrios de distintos tipos) y en base a su distribución se identificaron posibles zonas de ubicación de edificios principales del fuerte, así como potenciales áreas de ocupación, actividad y descarte de basura. Asimismo, el conjunto artefactual corresponde en mayor medida con el período de funcionamiento del fuerte según las fuentes documentales, implicando que no hubo una ocupación posterior significativa del lugar tras el traslado de la comandancia a su nuevo emplazamiento.
Fort General Paz functioned as the headquarters of the Western Frontier of Buenos Aires between 1869 and 1876. It played an active role in contemporary frontier events, becoming a borderland enclave where a complex community made up of a diversity of social actors developed. We present in this paper an analysis of the spatial distribution of surface artifacts, recovered as part of a programme of systematic surface collection carried out at the site in 2006. This was implemented to obtain relevant empirical information about the layout and spatial organization of the fort in order to complement the available documentary sources (contemporary military map and reports), as well as the information recovered through other archaeological techniques (test excavations, geophysical survey). Categories of artifacts with diagnostic temporal and functional value were selected (e.g. military, construction and architecture-related artifacts; glass fragments of different color and types) and, based on their spatial distribution, we identified the possible location areas of some of the fort’s main buildings, potential activity areas and refuse dumps. Likewise, the analysis showed that the artifact assemblage largely corresponds to the historically reported time of existence of the fort, implying that there was not a significant occupation of the site after the frontier headquarters was moved to a new emplacement further west in the late 1870’s.
O Forte General Paz funcionou como comandancia da Fronteira Oeste de Buenos Aires entre 1869 e 1876. Teve um papel muito activo nos episodios fronteiriços da època e funcionou como um enclave onde se desenvolveu uma comunidade complexa composta por uma diversidade de actores sociais. Nos aproximamos aquí a análise da distribuição espacial de artefactos recuperados como a parte de um programa de recoleção sistemático superficial em 2006, como forma de obter informação empirica relevante a respeito da organização espacial da localização que complemente à informação das fontes históricas (mapas e informes militares contemporáneos) e a informaçao obtida através de outras tecnicas arqueológicas. Seleccionaram-se categorias específicas de artefactos com valor diagnóstico funcional e cronológico (artefactos militares, de construção e arquitetónicos, fragmentos de vidrio de diferentes tipos) e em base a sua distribuição, identificaram-se zonas possiveis de localizaçao dos edificios principais do forte, assim como áreas potenciais de ocupação, de atividade e descarte de lixo. Tambén, o conjunto artefactual corresponde-se em maior medida com o periodo da operação do forte de acordo com as fontes históricas, implicando que não teve nenhuma ocupação posterior significativa do lugar depois do traslado do comando a sua nova localização.
El Fuerte General Paz funcionó como comandancia de la Frontera Oeste de Buenos Aires entre 1869 y 1876, teniendo un rol muy activo en los episodios fronterizos de la época. A pesar de su relativamente corta existencia, este emplazamiento militar registra una historia intensa, funcionando como un enclave donde se desarrolló una compleja comunidad fronteriza compuesta por una diversidad de actores sociales.
A comienzos de 2005 comenzamos formalmente un proyecto de investigación de arqueología histórica en el sitio. El objetivo principal es contribuir a caracterizar la vida cotidiana en la frontera en la segunda mitad del siglo XIX, utilizando tanto los documentos escritos de la época como los objetos materiales recuperados arqueológicamente. Las investigaciones han apuntado en primera instancia a discernir la organización espacial del asentamiento, implementando diversas técnicas arqueológicas y geoeléctricas en combinación con el análisis de fuentes documentales.
Como parte de este proceso implementamos un plan de recolección superficial sistemática con el objeto de obtener evidencia de patrones de distribución y agrupamiento de artefactos que nos permitiera comenzar a inferir aspectos de la organización espacial del sitio, así como de su lapso de ocupación. El propósito incluía también disponer de un conjunto de datos empíricos que pudiera contrastarse con la información proporcionada por las fuentes documentales, que si bien es relativamente amplia y detallada presenta puntos contradictorios así como algunos vacíos. Seleccionando algunas clases de artefactos con valor diagnóstico (tanto funcional como temporal) y evaluando su distribución espacial en el área del sitio, obtuvimos información relevante para determinar la localización de algunos de los componentes arquitectónicos del fuerte así como de ciertas actividades desarrolladas en su ámbito. Esta información se complementa con la obtenida de los sondeos realizados hasta el momento y sirve a su vez para planificar futuras excavaciones.
El sitio arqueológico Fuerte General Paz se localiza en el partido de Carlos Casares (Prov. de Buenos Aires) a unos 24 km al suroeste de la localidad de Carlos Casares, estando su emplazamiento marcado por un monolito conmemorativo erigido en 1969 en ocasión del centenario del fuerte.1 El sector donde se ubica el monolito presenta la mayor elevación topográfica en la zona y el suelo es marcadamente arenoso. Podría haber constituido el centro del fuerte, donde se ubicaba el reducto central en forma de estrella. El terreno disminuye gradualmente en altura al alejarse de esta elevación, aunque no de forma pareja ya que pueden encontrarse algunas suaves lomadas alargadas alternando con partes más bajas. Estas lomadas, de unos 100 m de largo, se alinean de forma paralela en dirección norte-sur a ambos lados del montículo central y parecen ser mayormente de origen cultural, correspondiendo tal vez a la ubicación de conjuntos de edificios que componían el fuerte. Hacia el sur y el oeste el terreno es notoriamente más bajo, con presencia de lagunas permanentes y semipermanentes y áreas anegadizas.
La existencia del Fuerte General Paz está directamente relacionada con el proyecto de expansión de las fronteras internas del estado nacional argentino llevado a cabo durante el siglo XIX, que buscaba la ocupación de la extensa y rica región pampeana. El esquema operativo del proceso de expansión se desarrolló a partir del establecimiento de emplazamientos militares de campaña que conformaban cordones denominados “Líneas de Fronteras” (Gómez Romero 1999:20). Los fuertes, como el General Paz, eran asentamientos de gran tamaño e importancia y servían generalmente como sede de las comandancias de frontera. De ellos dependían administrativa, logística y militarmente los más numerosos y pequeños fortines que formaban la línea de avanzada. Los fuertes alojaban a guarniciones significativas, de uno o varios regimientos o batallones, así como a población civil (familias de soldados, vivanderos, pulperos, baqueanos, etc.) y grupos de “indios amigos”, que se asentaban en ellos o en sus inmediaciones. Estos fuertes constituían así verdaderos enclaves socioculturales en los que se desarrollaba una intensa dinámica social, caracterizada por variadas relaciones de poder, clase, rango, género y étnicas, que contribuían a definir el espacio sociogeográfico particular de la frontera.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX la Línea de Frontera fue avanzando gradualmente hacia el suroeste, incorporando más tierras al control efectivo del estado nacional. La creación del Fuerte General Paz se deriva directamente del avance de la línea que se efectúa hacia fines de la década de 1860. Bajo la dirección del Coronel de ingenieros Juan F. Czetz se traza una nueva línea, en la que la denominada Frontera Oeste abarcaba una longitud de unos 197 km en dirección noroestesureste, en el noroeste de la actual provincia de Buenos Aires (Sigwald Carioli 1981; Acedo 1991; Thill y Puigdomenech 2003). En septiembre de 1869 el Coronel Antonio López Osornio, jefe de la Frontera Oeste, inicia el adelanto de la línea defensiva desde el campamento de Loncagüé en cumplimiento de órdenes recibidas del Ministerio de Guerra, estableciendo su nueva comandancia en el “Médano de la Estaca”, futuro emplazamiento del Fuerte General Paz (Sigwald Carioli 1981). En noviembre del mismo año el Coronel Juan C. Boerr reemplaza al anterior comandante y continúa las tareas de fortificación de la línea fronteriza que incluyen la construcción del Fuerte General Paz y de varios fortines. La guarnición del fuerte varió a lo largo de los años pero consistía normalmente en un regimiento de caballería y un batallón de infantería, más destacamentos variables de baqueanos y Guardias Nacionales.2 Asimismo, las tribus de “indios amigos” de Coliqueo, Manuel Grande y Tripailaf mantenían contingentes en el Fuerte Paz, contribuyendo a la defensa de la cercana población de 9 de Julio (Ministerio de Guerra y Marina [MGM] 1870, 1871, 1872, 1873a, 1873b, 1874, 1875 1876).
El informe elevado por el Coronel Juan C. Boerr, nuevo comandante de la frontera Oeste, al Ministerio de Guerra y Marina en Marzo de 1870 (MGM 1870:119-352) da cuenta de la fundación del Fuerte General Paz, presentando una descripción relativamente exhaustiva del mismo y de los edificios que lo componían. Según este informe, el recinto principal del fuerte o ciudadela consistía en un cuadro de 150 metros de lado. Se describen también en cierto detalle las dimensiones y características de la comandancia, detall3 de división, mayoría del Regimiento 5° de Caballería, hospital, botica y comisaría de guerra. Según el informe (MGM 1870:178), todos estos edificios principales tenían piso de “material” (probablemente ladrillos o baldosas, aunque no se ofrecen detalles específicos en el informe) y estaban blanqueados con cal. La construcción era en general de adobe, necesitándose 140.000 bloques de adobe para construirlos. Para alojar a los oficiales y tropa se erigieron alrededor de 100 ranchos de caña tacuarilla y techos de paja, con capacidad para 6 individuos. Un número indeterminado de ranchos y carpas alojaba a las familias de los soldados. En el centro del fuerte se hallaba un reducto en forma de estrella de seis puntas de muros de tierra, equipado con cañones y un mangrullo de vigilancia. Todo el conjunto estaba circundado por un foso y un talud. El agua se obtenía de pozos calzados, cavados dentro del fuerte y de jagüeles ubicados cerca del mismo. Junto al fuerte se construyeron corrales para las caballadas y ganado, así como potreros para la siembra de alfalfa y maíz (ver más detalles de la construcción del fuerte en MGM 1870:178-179).
En el Anexo a la Memoria de Guerra y Marina de 1873 (MGM 1873b) se incluye un detallado plano del fuerte, elaborado por el Sargento Mayor Federico Melchert y el Sargento Primero Ramón Falcón (Figura 1). Este plano nos ofrece una invaluable descripción gráfica de la organización espacial que debió tener el fuerte en la parte inicial de su existencia. Sin embargo, el plano presenta discordancias con el informe arriba citado. Así, en el plano el fuerte mide unos 200 m de lado y no los 150 m que mencionara el comandante de la Frontera Oeste en su reporte y muestra un número menor de estructuras que las mencionadas en el informe. No sabemos si esto se debe a errores en alguna de las fuentes o a que el tamaño del fuerte y el número de edificios que lo componían realmente varió en el lapso de tres años. Como se discute más abajo esto último es posible dada la naturaleza de la mayoría de los edificios, aunque parece más difícil que el conjunto mismo haya sido agrandado en tan corto lapso. En consecuencia, si bien el plano constituye una ayuda importante para plantear las investigaciones en el sitio, formular hipótesis acerca del uso del espacio del fuerte e interpretar los hallazgos, su grado de exactitud (o el del informe del comandante) es algo que en definitva debe corroborarse arqueológicamente.
Por otro lado, la revisión de las Memorias de Guerra y Marina correspondientes al período de actividad del Fuerte General Paz, sugiere que a pesar de sus pocos años de existencia la organización espacial del fuerte estuvo lejos de permanecer inalterable. Las unidades que componían la guarnición cambiaron varias veces, así como el número de efectivos acantonados en el fuerte. Asimismo, como se desprende de los informes de los sucesivos comandantes de la Frontera Oeste, las estructuras de barro y paja que formaban la mayor parte de los edificios dentro del fuerte eran frecuentemente renovadas y se construían nuevos edificios de acuerdo a las necesidades de cada momento, a la vez que se fueron añadiendo construcciones específicas como cementerios, corrales, escuela y viviendas civiles en las cercanías. Un episodio clave en términos arquitectónicos y de organización espacial del fuerte está dado por los sucesos relacionados con la revolución de Bartolomé Mitre en 1874. A raíz de esto, las tropas de la Frontera Oeste, que permanecieron leales al gobierno, fueron movilizadas para contrarrestar el levantamiento, abandonando el fuerte y los fortines fronterizos. Al retornar varios meses después se realizaron en el Fuerte Paz tareas significativas de reconstrucción pues los antiguos edificios estaban o bien destruidos en su totalidad o muy deteriorados (MGM 1874:521-523, 1875:169, 1876:177-179). Todos estos trabajos pueden haber alterado significativamente el aspecto del fuerte o al menos la distribución interna de los edificios, aunque al parecer esto habría afectado en mayor medida a las construcciones de barro (que tienen menor resolución arqueológica) y tal vez no tanto a los edificios principales. En todo caso, es esperable que los hallazgos arqueológicos no se ajusten totalmente al plano de 1873 y que existan edificios en lugares que aparecen vacíos en el plano o bien que restos de varios edificios se encuentren superpuestos en otras partes del sitio.
La existencia del fuerte estuvo marcada por la participación de su guarnición en diversas acciones bélicas frente a incursiones indígenas, entre ellas la crucial batalla de San Carlos en 1872 y en las acciones relacionadas con el levantamiento de Mitre en 1874, así como por epidemias de viruela (1870) y cólera (1874) (MGM 1870, 1871, 1872, 1873a, 1873b, 1874, 1875, 1876, 1877, 1878; Sigwald Carioli 1981; Thill y Puigdomenech 2003; ver Leoni, Tamburini, Acedo y Scarafía 2006; Leoni, Aguilera, Giaccardi, Acedo, Scarafía y Tamburini 2006, para mayores detalles acerca de la historia del fuerte). En marzo de 1876 se comienza el adelantamiento general de la línea defensiva hacia el oeste por orden del ministro Adolfo Alsina. El Fuerte General Paz es reemplazado como sede de la comandancia de la Frontera Oeste, que se traslada a Laguna del Monte/Guaminí. Sin embargo, funcionaría por algún tiempo más como comandancia de la Línea Interior o Segunda Línea de la Frontera Oeste, con una guarnición disminuida de Guardias Nacionales e indios amigos, ante el traslado de las tropas de línea a la nueva frontera (MGM 1877, 1878). Asimismo, según la memoria oral de pobladores de la zona, un despacho o almacén de ramos generales que se ubicaba a unos 300 m al oeste del fuerte habría perdurado hasta bien entrado el siglo XX (Sigal 1972).
La investigación arqueológica desarrollada hasta el momento en el sitio responde a varios objetivos específicos que se planea abordar en distintas fases de un proyecto plurianual. En la primera etapa, desarrollada durante 2005 y 2006, las tareas estuvieron dirigidas fundamentalmente a identificar la ubicación espacial precisa del Fuerte General Paz y de sus diversos componentes. Para esto se implementaron diversas técnicas, que incluyen la investigación bibliográfica, cartográfica y aerofotográfica, el reconocimiento sobre el terreno y aéreo, y la prospección geofísica parcial a cargo del Equipo de Prospecciones Geoeléctricas de la Universidad Nacional de San Luis. Asimismo se realizaron recolecciones superficiales puntuales y excavaciones exploratorias que permitieron identificar restos de dos pisos de ladrillo, probablemente pertenecientes a algunos de los edificios principales del fuerte (Leoni, Tamburini, Acedo y Scarafía 2006). Más recientemente hemos implementado un plan de recolección superficial sistemática destinado a registrar la distribución espacial de los artefactos en el área del sitio buscando identificar tendencias o patrones significativos, con el fin de realizar inferencias acerca de la organización y uso del espacio, así como del lapso de ocupación del fuerte. Su implementación y resultados se describen a continuación.
Es una visión ampliamente aceptada hoy en día que el registro arqueológico de superficie puede ofrecer información valiosa acerca de las condiciones de un sitio y su potencial, su filiación temporal, los patrones artefactuales y la variabilidad espacial intrasitio, entre otros aspectos. De hecho, la recolección superficial se ha convertido en una técnica principal de obtención de datos en arqueología (Redman y Watson 1970; Binford 1972; Matthews 1996; Hester et al. 1997). Por otro lado, es bien sabido que la distribución de los materiales de superficie puede estar significativamente sesgada por diversos factores culturales y naturales, por lo que su interpretación directa y acrítica puede conducir a errores importantes (ver Dunnell 1988; Wandsnider y Ebert 1988). Sin embargo, las recolecciones superficiales, utilizadas con cuidado y evaluando el rol de los agentes de transformación postdepositacionales en las distribuciones detectadas constituyen una fuente importante de información. Complementadas con otras líneas de investigación, aportan datos significativos a la interpretación de un sitio, tal y como lo demuestran numerosos trabajos realizados en diversas partes del mundo (e.g. Redman y Watson 1970; Binford 1972; Flannery 1976; Matthews 1996; Pollock et al. 1996).
En el sitio Fuerte General Paz se registra la presencia de materiales en superficie, aunque la percepción que se obtiene varía notablemente dependiendo de la época en que se visite el sitio. En momentos en que el terreno está cubierto de rastrojos tras la cosecha o entre períodos de laboreo cuando crece vegetación natural, la visibilidad es baja. Esto cambia notablemente cuando el campo ha sido preparado para la siembra tras el paso del disco y el arado. En estos momentos la visibilidad aumenta al no haber vegetación mientras que la acción de los implementos agrícolas desplaza artefactos hacia la superficie. Por lo tanto este momento es el ideal para llevar a cabo una recolección superficial sistemática.
El principal agente perturbador del sitio es sin duda la actividad agrícola-ganadera actual.4 El laboreo del campo contribuye a remover los materiales arqueológicos y posiblemente desplazarlos horizontalmente, con la consiguiente alteración de los contextos arqueológicos originales. Sin embargo, esto no anula la potencialidad de los análisis de distribución de materiales en superficie en terrenos arados. Facundo Gómez Romero (1999; ver también Dunnell 1988) ha tratado este punto en detalle, haciendo una revisión exhaustiva de la bibliografía existente llegando a la conclusión que “(…) puede establecerse que generalmente, las alteraciones producidas por el arado no alcanzan proporciones muy significativas; y que por lo tanto, es posible extraer información relevante de los restos materiales depositados en campos cultivados” (Gómez Romero 1999:53). Es decir, a pesar del uso del arado, es probable encontrar agrupamientos espaciales de materiales significativos. Asimismo, vale aclarar que el Fuerte General Paz no es sólo un sitio superficial. Los sondeos exploratorios realizados hasta ahora nos muestran también que el efecto del arado es limitado y no alcanza a perturbar completamente la estratigrafía del sitio. Así, hemos encontrado evidencias de pisos de ladrillo a profundidades relativamente bajas (entre 15 cm y 55 cm de la superficie) así como concentraciones de material bien definidas a una profundidad de entre 20 cm y 40 cm de la superficie. Esto es significativo por dos razones: en primer lugar, nos indica que el sitio presenta un registro arqueológico complejo con componentes tanto superficiales como subsuperficiales, lo que permite complementar dialécticamente los datos obtenidos por medio de la recolección superficial y las excavaciones, y corregir potenciales sesgos en alguno de ellos; en segundo lugar, se refuerza la validez de realizar una recolección superficial sistemática dado que se acepta generalmente que cuando un sitio es poco profundo, como es nuestro caso, es razonable esperar una mayor correspondencia entre los depósitos superficiales y subsuperficiales y que los patrones artefactuales superficiales se relacionen significativamente con los contextos arqueológicos que se encuentran bajo tierra (Flannery 1976; Matthews 1996). Aunque, por supuesto, son las excavaciones las que en definitiva deben confirmar que las tendencias observadas en la superficie se corresponden con el registro subsuperficial.
El plan de recolección superficial sistemática giró en relación a varios objetivos básicos: 1) determinar la extensión de la distribución superficial de materiales para ayudar a inferir los límites del sitio; 2) obtener densidades absolutas de artefactos superficiales, en total y por categorías específicas, identificando potenciales variaciones intrasitio que pudieran ser relevantes en términos de la organización espacial del asentamiento; 3) determinar la presencia y distribución espacial de artefactos con valor diagnóstico cronológico con el fin de esclarecer si el lugar siguió ocupado tras el cese de su función militar (aspecto que no es posible determinar al presente en base al registro escrito) y 4) obtener información relevante en base a la cual diseñar una estrategia de excavación en área.
Para cumplimentar estos objetivos se diseñó un plan de recolección sistemática basado en el uso de transectas. Se buscó cubrir el mayor área posible, teniendo como centro el montículo donde se ubica el monolito conmemorativo y abarcando aquellas zonas donde se apreciaba la presencia de materiales en superficie. Las tareas de campo se llevaron a cabo en octubre y noviembre de 2006. El área de recolección tomó la forma de un polígono irregular, definida principalmente por la presencia de elementos físicos que impusieron límites arbitrarios al área de trabajo (Figura 2). Un alambrado ubicado al norte del monolito que corre en dirección noroeste-sureste marcó el límite del área de recolección hacia el norte y el este.5 La presencia de lagunas determinó los límites del área de recolección hacia el sur y el oeste. No debe descartarse que la presencia de materiales arqueológicos continúe por fuera de los límites del área investigada, tanto hacia el área hoy ocupada por las lagunas como en el campo vecino.
Evaluando razones de disponibilidad de tiempo (determinado básicamente por el calendario de producción agrícola) y recursos y ante la imposibilidad de recoger todos los artefactos presentes en la superficie del terreno, se buscó maximizar el área cubierta por la recolección y la obtención de información a través de la implementación de un muestreo sistemático o geométrico modificado (ver Redman 1979:150; Renfrew y Bahn 1991:66-67). Se plantearon ocho transectas paralelas ubicadas a 20 m entre sí, con unidades de recolección circulares (técnica dog leash) de 10 m de diámetro y una superficie de 78,5 m2, situadas cada 20 m. La longitud de las transectas es desigual dado que fue determinada por la presencia de límites físicos; así, la transecta ubicada más al oeste mide 420 m de largo mientras que la ubicada en el extremo este mide sólo 120 m de largo. Para evitar sesgos derivados de la ubicación regular de las unidades de recolección, las mismas se ubicaron de manera alternada. De esta manera se consiguió una cobertura que se juzgó representativa en relación al sector que habría constituido el núcleo del fuerte. En efecto, el área total cubierta por las transectas fue de 44.600 m2; las unidades de recolección superficial sumadas representan un área de 8.713 m2, que equivale a una significativa muestra de 19,5% del total del área prospectada. Si comparamos la superficie investigada con el área ocupada por la ciudadela del fuerte según las fuentes históricas (que habría oscilado entre 22.500 m2 si nos atenemos al informe de Boerr de 1870 y 40.000 m2 si el plano de Melchert de 1873 es correcto) la validez del procedimiento de muestreo implementado se ve reforzada, habiendo abarcado un área mayor a la que en cualquier caso ocupaba el núcleo del fuerte.
Se recogieron un total de 3.974 artefactos de diversos tipos y materias primas (2.755 fragmentos de vidrio, 359 óseos, 450 fragmentos de cerámica, 210 de metal, 183 fragmentos de ladrillos, 12 líticos y 5 indeterminados). En términos generales, este conjunto artefactual se caracteriza por su amplia variedad, algo esperable dada la cantidad y heterogeneidad de la población que habitó el fuerte. Los materiales incluyen artefactos netamente militares como botones y hebillas del ejército, municiones de avancarga esféricas y ojivales, vainas de fusil Remington, fragmentos de vainas de sable y bayonetas, así como materiales de tipo más generalizado tales como restos de gran variedad de vidrios (correspondientes a botellas y frascos de distintos colores), lozas (blanca y decorada), gres cerámico (tinteros), fustes de pipas de caolín, botones de pasta de vidrio, unas pocas lascas líticas pequeñas y restos de fauna, entre otros.
La distribución espacial de algunas clases de materiales y tipos de artefactos se juzgó significativa para evaluar la organización espacial del sitio y el lapso de su ocupación. Para graficarla se utilizó el programa SURFER 8 de Golden Software, que crea curvas de nivel que unen puntos de igual valor a través de procedimientos de interpolación. Para construir los mapas de distribución se seleccionó el algoritmo de "triangulación con interpolación lineal" que emplea la triangulación Delaunay óptima y funciona mejor que otros algoritmos cuando los datos están regularmente espaciados sobre el plano, como es nuestro caso. Este procedimiento se empleó para graficar y analizar la distribución de clases mayores de artefactos y de artefactos presentes en números significativos. Para graficar la disposición espacial de otros tipos de artefactos presentes en menor número (e.g. artefactos militares, materiales de construcción y arquitectura) se optó por señalar su ubicación directamente sobre la planimetría básica del sitio.
La distribución espacial general de todos los artefactos nos muestra algunos aspectos interesantes. En primer lugar, la disposicion de los artefactos sobre el terreno no es homogénea (Figura 3). Por el contrario, las áreas de mayor densidad se presentan en un arco en torno al monolito y el sector elevado central, coincidiendo posiblemente con los lugares donde habrían existido varios conjuntos de edificios que componían la ciudadela del fuerte. Hay algunas áreas notables por la mayor concentración de materiales entre unos 80 a 100 m al norte y noroeste del monolito, a unos 150 m al suroeste del monolito, así como a unos 50 m al sur del monolito. Asimismo, hay amplios sectores del sitio en los que la densidad de artefactos superficiales es muy baja o nula, principalmente en el área elevada central y su entorno inmediato. Este sería, si tomáramos como referencia el plano de Melchert, el lugar donde se ubicaba el reducto central, rodeado en parte por un área abierta pero también por algunos edificios. La baja densidad de artefactos superficiales en esta zona podría deberse a que pocas actividades que produjeran correlatos materiales significativos (e.g. instrucción militar, formaciones y paradas, etc.) se desarrollaban aquí y/o a que el área se mantenía relativamente limpia. Alternativamente, la naturaleza mucho más arenosa del suelo en esta zona tal vez podría contribuir a que los artefactos se desplacen verticalmente. Por otro lado, un sondeo exploratorio practicado a 12 m al sur del monolito (Sondeo 4) no brindó materiales subsuperficiales tampoco, aunque por supuesto, se requieren más excavaciones en esta zona para evaluar correctamente esta posibilidad. Otro punto a destacar es que la distribución de materiales en sentido norte-sur alcanza unos 300 m de extensión, lo que superaría ampliamente los límites de la ciudadela del fuerte e indicaría el descarte y/o desarrollo de actividades por fuera de estos límites. Por supuesto, estas distribuciones se toman como indicadoras de tendencias y no necesariamente reflejan exactamente el registro arqueológico bajo la superficie. El grado de concordancia entre ambos es algo que debe corroborarse a través de excavaciones.
Dos tipos de materiales tienden a mostrar un patrón de distribución espacial que se aparta marcadamente del patrón general discutido anteriormente. Se trata de los fragmentos de ladrillos y de los restos de fauna, y en ambos casos esta distribución diferencial podría ser significativa en términos de la organización espacial del asentamiento y de las actividades desarrolladas en él.
Los fragmentos de ladrillos muestran concentraciones muy claras al sur, oeste y noroeste del monolito, formando un arco de entre 50 a 60 m de radio con respecto al mismo (Figura 4). La presencia de ladrillos es indicativa del emplazamiento de los edificios principales del fuerte, ya que sólo ellos tenían pisos (y tal vez paredes) de este material. Sabemos por el informe del coronel Boerr (ver más arriba) que la comandancia, el detall de división y el hospital, entre otros edificios, tenían este tipo de piso, y el plano de Melchert nos muestra la ubicación de ellos. Más allá de las discrepancias en las medidas señaladas más arriba, la distribución superficial de los fragmentos de ladrillos podría coincidir a grandes rasgos con la ubicación de la comandancia y el detall al sur del reducto. La concentración de ladrillos hacia el oeste y sureste del monolito podría corresponderse con el conjunto de edificios sanitarios (hospital, botica, casa del médico) y la comisaría. Sin embargo, no hay mencionados en las fuentes edificios con pisos de ladrillo al noroeste del reducto, mientras que una concentración superficial significativa de fragmentos de ladrillos al noroeste del monolito indicaría lo contrario. Si nos atenemos al plano histórico, en esta zona había principalmente alojamientos de tropas y la mayoría de uno de los batallones que componían la guarnición.6 Tal vez esta última sí tenía piso de ladrillo, o bien los restos relevados corresponden a edificios construidos posteriormente a las fuentes consultadas o no reportados en las mismas. Cabe destacar que dos de los sondeos realizados hasta el momento (sondeos 2 y 3) en zonas coincidentes con las concentraciones de ladrillos superficiales al suroeste y noroeste del monolito permitieron identificar restos preservados de pisos de ladrillos, mientras que la prospección geoeléctrica efectuada en la misma zona también produjo evidencias de alteraciones culturales del subsuelo (ver Leoni, Tamburini, Acedo y Scarafía 2006; Leoni, Aguilera, Giaccardi, Acedo, Scarafía y Tamburini 2006).
Presentamos también la distribución espacial de otros artefactos que suelen estar relacionados, aunque no exclusivamente, con la arquitectura y construcción (Figura 5). Se recuperaron 28 clavos de distintos tipos, 3 fragmentos de bisagras, 4 fragmentos de cerrojos o pasadores de puerta y 3 candados. Los elementos que mejor se ajustan a la distribución de los ladrillos son los clavos, con un gran número de ellos ubicados al noroeste y suroeste del monolito. Dado que estos artefactos pueden también asociarse con actividades de carpintería diversa, su distribución espacial por sí misma no podría considerarse como indicador seguro de presencia de construcciones, pero en relación a otros artefactos más diagnósticos su distribución puede volverse más significativa. Los pasadores o cerrojos muestran una distribución espacial bastante acorde con la de los ladrillos y en cierta medida, también los fragmentos de bisagras.
Asimismo, se han recuperado numerosos fragmentos de vidrios planos de ventana. Su distribución espacial superficial es al menos en parte coincidente con la de los ladrillos, lo cual es esperable dado que sólo los edificios más importantes habrían poseído ventanas de vidrio (Figura 6). Así, encontramos concentraciones significativas a unos 50 m al sur y suroeste del monolito, zona de marcada presencia de fragmentos de ladrillos en superficie; y a unos 100 m al norte del monolito, muy próxima aunque no superponiéndose exactamente a otra concentración importante de ladrillos. Otras concentraciones de vidrios planos de ventana se hallan más al suroeste, a unos 150 m del monolito, un área donde no se registra presencia significativa de ladrillos superficiales aunque si de otros materiales (restos óseos, vidrios de variado tipo, cerámica, etc.) que nos hacen suponer que correspondería más bien a un área de descarte por fuera del recinto principal del fuerte, más que reflejar la presencia de edificios (ver discusión más abajo). En suma, la distribución de otros artefactos relacionados con la arquitectura parece concordar en gran medida con la distribución superficial de fragmentos de ladrillo indicando áreas donde habrían existido algunos de los edificios mayores del fuerte.
En el caso de los restos de fauna, presumiblemente corresponden en su mayoría a Bos taurus y Ovis aries y se concentran más marcadamente formando núcleos a 50-60 m al sur y 150-200 m al suroeste del área elevada central (Figura 7). Cabe destacar que a diferencia de otros materiales que por sus propias características pueden ser clasificados cronológicamente, no es posible determinar en primera instancia si todos los restos óseos hallados en superficie corresponden a la ocupación histórica del sitio o son producto de actividades posteriores. Si al menos la mayoría de estos ecofactos son contemporáneos con el resto de los materiales, podrían indicar la ubicación de áreas de consumo y descarte de comida bien localizadas o lugares donde se desarrollaban actividades relacionadas con el faenado y procesamiento de animales para alimentación de la guarnición. Estas actividades y/o descarte ocurrirían al menos en gran parte por fuera de los límites del cuadro de la ciudadela. Por supuesto, esto es algo que debe comprobarse con nuevas investigaciones y no implica que no existan otras áreas similares en otras partes del sitio. De hecho, en el Sondeo 4, realizado en un área elevada a 35 m al sureste del monolito, se encontró una concentración de materiales variados que contenía abundantes restos de fauna, así como fragmentos de carbón, semillas quemadas, fragmentos de vidrios, loza, metal y ladrillos, en lo que parece constituir un basural. Es de destacar que si bien la distribución espacial de artefactos superficiales sí refleja la existencia de este contexto (Figura 7) su existencia no podría deducirse solamente del mapa de distribución de los restos óseos superficiales.
Si bien no son los artefactos más abundantes, la recolección superficial produjo un número significativo y variado de artefactos puramente militares, vinculados con armas, equipamientos y uniformes. Esto es algo esperable dada la función principal que tuvo el sitio como comandancia de frontera y alojamiento de una numerosa guarnición. La distribución espacial de estos artefactos se presenta en la Figura 8.
Los artefactos recuperados incluyen 23 botones de uniforme metálicos con el escudo nacional grabado en el anverso, conocidos en la época como "botones de la Patria" (Figura 9, arriba). Son de diseño estandarizado aunque manufacturados por distintos fabricantes, ingleses en su mayoría, a juzgar por las inscripciones en el reverso.7 La mayoría (n=20) mide 22 mm de diámetro (uno que presenta un diseño de anverso ligeramente distinto mide 21,5 mm) y corresponderían a botones de chaquetas y dolmanes de uniformes tanto de parada como de uso diario, perdidos por sus propietarios en el transcurso de actividades cotidianas desarrolladas en el fuerte más que descartados intencionalmente. Dos botones de menor tamaño (15,5 mm y 12,1 mm respectivamente) también con escudo nacional en el anverso corresponderían a botones de mangas y/o quepis. Los botones están distribuidos por toda el área investigada aunque se concentran en mayor medida en la parte noroeste (donde se encontraron 14 especímenes) y suroeste (donde se recuperaron 5). Otros ítems de uniformes y equipamientos incluyen 2 piezas de hebillas de cinturón de encastre con la inscripción "República Argentina", halladas también en la parte noroeste del sitio y 9 hebillas de correajes de distintos tamaños, formas (rectangulares y ovales) y material, dispersas por toda el área del sitio. Cuatro fragmentos de vainas de bayoneta y/u otras armas blancas completan el inventario de piezas de equipamiento militar halladas.
En relación a las armas de fuego, se recuperaron 13 proyectiles de distintos tipos y una cápsula fulminante correspondiente a un arma de percusión o pistón (Figura 9, abajo). Los proyectiles hallados comprenden tres tipos principales correspondientes a distintos tipos de armas de fuego. Incluyen 4 proyectiles esféricos de plomo, correspondientes a fusiles o pistolas de avancarga de llave de chispa o percusión, de cañón de ánima lisa. No presentan signos de haber sido disparadas o masticadas (ver Sivilich 1996) por lo que su inclusión en el registro arqueológico se debería principalmente a pérdida no intencional. Las balas ojivales o cónicas pertenecen a armas de avancarga de percusión o fulminante y cañón rayado, representando un considerable avance tecnológico (por comportamiento aerodinámico, precisión y alcance) en relación a las anteriores. Cuatro de estas piezas presentan base hueca y anillos o ranuras característicos de las balas tipo Minié. No presentan marcas de estrías producidas al dispararse. Finalmente, tres vainas servidas de cartucho metálico de tipo Remington, marcan la incorporación de armas de retrocarga más modernas.
En su mayoría estos artefactos se ubican en la parte oeste del sitio, y más específicamente en el cuadrante noroeste. Si bien corresponden a fases distintas en la evolución tecnológica de las armas de fuego, su coexistencia en el ámbito del Fuerte General Paz no es sorprendente. El período de funcionamiento del fuerte coincide con un período de transición en el equipamiento del ejército argentino, marcando el paso de fusiles y carabinas de avancarga a las mucho más modernas y eficientes armas de retrocarga de la familia Remington Rolling Block. La presencia de armas más antiguas, representadas por los proyectiles de avancarga esféricos no es algo inusual, por otro lado, ya que es sabido que armas antiguas e incluso obsoletas permanecían en uso en la frontera por largo tiempo a falta de suministros y reemplazos (e.g. Landa et al. 2006). Asimismo, la variedad de unidades que sirvieron en el fuerte (regimientos de caballería y batallones de infantería de línea, guardias nacionales, indios amigos, civiles armados) equipadas de manera diversa, podría también ser responsable por la variedad de armas representadas en el sitio. La mayoría de estos proyectiles no muestran signos de haber sido disparados, por lo que su inclusión en el registro arqueológico obedecería a la pérdida o caída de las mismas en el transcurso de actividades desarrolladas dentro y fuera del fuerte. Por otro lado, la presencia de una cápsula fulminante detonada y tres vainas metálicas percutidas es evidencia de disparos de armas en el ámbito del fuerte, tal vez como parte de ejercicios de entrenamiento o de acciones de combate.
El patrón de distribución de estos artefactos, concentrados en el oeste y sobre todo noroeste del sitio podría ser indicativo de la ubicación de zonas de acantonamiento de las tropas, tal vez donde también realizaban ejercitaciones y entrenamiento frecuentes. El plano histórico de Melchert muestra que en el cuadrante noroeste de la ciudadela se alojaba en 1873 el Batallón 7 de Infantería de Línea. Estos alojamientos pueden haber variado a lo largo de los años al cambiar las unidades que componían la guarnición, aunque la mayor densidad de artefactos militares en esta zona podría indicar una ocupación continuada o más significativa a lo largo de la historia del fuerte. Por otro lado, al Este del cuadro de la ciudadela se encontraban, según el plano histórico, los acantonamientos de un regimiento de caballería. La distribución superficial de artefactos no parece corresponderse con esto, aunque podría ocurrir que quedaran por fuera del área prospectada, más allá del alambrado actual.
Se recuperaron un total de 2.755 fragmentos de vidrios de distintos tipos, contando la muestra con fragmentos diagnósticos representados por picos y bases, como así también paredes con grabados decorativos en relieve y marcas. Si bien el análisis de estos artefactos se encuentra aún en proceso (se buscará entre otras cosas obtener una estimación del número mínimo de envases de vidrio presentes) los avances en el estudio macroscópico de los vidrios nos permiten establecer una asignación cronológica relativa teniendo en cuenta los métodos de elaboración, la composición y elementos de factura diagnósticos.
Los diversos bienes de consumo que se almacenaban en contenedores de vidrios hacia el siglo XVIII eran muy variados pero, con el auge de la industrialización europea a mediados del siglo XIX y la importación de productos a nuestro país, la variedad y cantidad de recipientes y su consumo aumentó notablemente (McKearin y Wilson 1978; Gómez Romero y Bogazzi 1998; Pedrotta y Bagaloni 2005). Utilizando la información que nos presentan los documentos escritos, hemos optado por agrupar los materiales vítreos en cuatro colores principales: negro, verde oliva, blanco y otros. Esta clasificación, si bien arbitraria, sumado a los elementos diagnósticos de modos de producción, nos permite observar claramente la asignación temporal de los mismos, comprobando así que los vidrios recuperados en el sitio corresponden a un contexto temporal de mediados del siglo XIX.
El primer análisis se refiere al vidrio negro (Figura 10). Claramente se concentra en dos zonas principales, una a unos 100 m aproximadamente hacia el noroeste del monolito y otra hacia al suroeste, distante unos 200 m del monolito en dirección a los limites del sitio y próximo a la actual laguna. Es decir, la mayor distribución se halla alejada del sector elevado central, lo que nos permite suponer en primera instancia un descarte de estos artefactos lejos del área donde se ubicaba el reducto central y tal vez fuera de los límites de la ciudadela. El número mayor de bases recuperadas presenta un pontil mark o marca de varilla de soplado. Esta varilla se utilizaba para sostener la botella por su parte inferior con el material incandescente, mientras se confeccionaba la boca. Cuando se desprendía la varilla quedaba una marca o huella. Estas botellas se confeccionaron mayormente entre 1800 y 1840. Para reemplazar a esta varilla se comenzó a utilizar entre 1840 y 1860, un snap case o pinza de sostén, formado por dos lenguas que sostenían la botella mientras la boca era formada. Hacia 1860, el snap case era ya de uso común y las botellas utilitarias hechas luego de esta fecha no presentan pontil mark o marca varilla (Jones 1971; McKearin y Wilson 1978). De todos modos, al no ser descartadas inmediatamente las confeccionadas con el método anterior, es posible que su uso se diera en forma simultánea y pudieran hallarse aún en sitios con una asignación temporal posterior, como ha sido observado en otros asentamientos de frontera (e.g. Gómez Romero y Bogazzi 1998; Gómez Romero 1999; Pedrotta y Bagaloni 2005, 2006).
Figura 10. Distribución espacial de fragmentos de vidrios negros superficiales en el sitio Fuerte General Paz (intervalos expresados en términos de densidad de materiales por m2).
Respecto a la distribución espacial de los fragmentos de vidrio color verde oliva (Figura 11) observamos que la mayor concentración de fragmentos se ubica casi exclusivamente a unos 100 m al norte del monolito. Los recipientes de vidrio verde oliva en su mayoría contenían vinos de mayor calidad y no eran por lo general reutilizados tan frecuentemente como las botellas de vidrio negro de sección cuadrada de producción masiva. Se recuperaron numerosas bases tipo kick-up, las cuales por su morfología permitían decantar mejor el “vino de tipo fino”. Suponemos que el acceso y consumo de este tipo de bebidas estaba tal vez restringido a los oficiales de la guarnición y su distribución espacial discreta podría resultar entonces de la existencia de alojamientos de los mismos en las cercanías (ver Figura 1) aunque esto deberá confirmarse con futuras excavaciones. En cuanto a la distribución de fragmentos de vidrio blanco la mayor concentración se ubica a 150 m en dirección Suroeste del monolito y en menor densidad a 100 m al noroeste del monolito. Este tipo de vidrio era utilizado principalmente para el servicio de vajilla.
La categoría “otros vidrios” (Figura 12) incluye una mayor variabilidad de recipientes de vidrio, algunos de los cuales pueden ser clasificados tentativamente como frascos medicinales y de perfumería. Entre las botellas de uso medicinal, se identificaron picos de frascos de vidrio, tapas esmeriladas, fragmentos de frascos pequeños de color caramelo, opacos y ámbar, como así también fragmentos de vidrio color azul de uso frecuente en farmacia. También se recolectaron fragmentos de frascos de Agua de Florida y otros que debido a sus características, corresponden a envases de perfumería en color verde claro. La más alta concentración de estos vidrios se ubica a 150 m al Sur del monolito, en una zona donde, como ya se mencionó, se concentran distintos tipos de materiales, indicando tal vez un área general de descarte de basura.
En suma, si bien el conjunto de vidrios muestra una distribución espacial comparable a la de los artefactos en general, al considerarse según tipos específicos de vidrios identificamos claramente distribuciones diferenciales. Al menos en algunos casos, estas distribuciones diferenciales podrían tener implicancias socioculturales significativas, indicando tal vez áreas de uso y descarte relacionadas con actores sociales distintos.
La recolección superficial sistemática nos ha permitido obtener no sólo un corpus artefactual abundante y diverso, sino también información distribucional que muestra algunos patrones y tendencias potencialmente significativas en términos de la interpretación de la organización espacial del sitio, las actividades desarrolladas en él y la temporalidad de su ocupación.
La distribución espacial de los artefactos en el sitio no es homogénea, hallándose un claro vacío en lo que habría sido el área central elevada del fuerte, donde se ubicaba el sofisticado reducto en forma de estrella. En esta área no se habrían desarrollado actividades que dejaran un correlato material importante o bien se habría mantenido cuidadosamente limpia de desechos y basura. Las concentraciones principales de artefactos se localizan en áreas ubicadas a unos 100 m al Norte-Noroeste y 150-200 m al Suroeste del montículo central. Esto puede atribuirse a varios factores: 1) representan áreas de ocupación y actividad más intensa; 2) representan áreas de descarte o basural; 3) se deben en parte a la topografía del terreno que desciende suavemente en esas partes, reforzándose tal vez la acumulación de materiales por la acción combinada de la erosión y el laboreo agrícola.
Como conclusión preliminar, e independientemente de la acción de los procesos postdepositacionales, podemos plantear que la mayor densidad de artefactos en el cuadrante Noroeste podría ser el correlato de una ocupación más intensa y sostenida a lo largo del tiempo. Asimismo, la marcada concentración de materiales en el Suroeste del sitio podría indicar la presencia de un área de basural, probablemente fuera de los límites de la ciudadela del fuerte.
Pero como se señaló, no todos los tipos de artefactos muestran el mismo patrón de distribución espacial y esto posee una potencial utilidad para interpretar la dinámica de la ocupación y organización interna del sitio. Así por ejemplo, ladrillos, restos faunísticos, vidrios negros, vidrios verde oliva y otros vidrios, muestran distribuciones espaciales diferenciales, que pueden deberse al menos en parte a factores culturales, representando áreas de actividad, ocupación y construcción diferentes dentro del sitio. En particular, la distribución espacial de ladrillos y otros artefactos de construcción (clavos, bisagras, cerrojos, etc.) es indicativa de las áreas de emplazamiento de los edificios principales del fuerte, dispuestos al Sur, Oeste y Noroeste del montículo central. Es significativo que esto coincide en parte pero no completamente con lo que reportan las fuentes históricas, lo que demuestra que el registro histórico no alcanza por sí sólo para lograr una interpretación correcta de este sitio. Asimismo, el análisis de los materiales recuperados permite confirmar que la ocupación principal del sitio ocurrió en el período señalado en las fuentes históricas. Si hubo una ocupación posterior, ésta no fue importante en cuanto a intensidad, tratándose probablemente de actividades de corta duración, relacionadas sobre todo con tareas rurales.
Finalmente, el conjunto artefactual recuperado a través de la recolección superficial sistemática nos permite complementar otras líneas de investigación y evidencias arqueológicas e históricas. No menos importante, nos sirve también de base para planificar futuras excavaciones en área en el sitio, que serán las que, en definitiva, corroborarán o no los patrones detectados en la distribución superficial que aquí hemos presentado..
1. Coordenadas (WGS 84) del monolito: 35°45’08,7’’ S, 61°09’54,2’’ O.
2. Los Regimientos de Caballería 2º, 3º, 5º y los Batallones de Infantería 3º, 5º, 7º, 11º sirvieron alternativamente en el fuerte durante su existencia.
3. Dependencia que se ocupaba de las actividades contables y administrativas de cada unidad militar (e.g. confección de listas de revista, de guardia, personal enfermo, partes de novedades, estado de armamentos y materiales, etc.) (Thill y Puigdomenech 2003:765).
4. No es posible determinar desde cuándo el campo donde se encuentra el sitio ha sido trabajado sistemáticamente. Las inundaciones de los años noventa mantuvieron el sitio bajo agua por largo tiempo impidiendo el desarrollo de actividades productivas.
5. El campo vecino no se encontraba trabajado al momento de la recolección superficial, hallándose cubierto de vegetación natural. En reconocimientos que realizamos no pudimos apreciar presencia de materiales en superficie.
6. A fines comparativos, la fotografía 8 del Tomo II del Album Fotográfico de Encina, Moreno y Cia. (1883) del interior de la mayoría del Regimiento 3 de Caballería en Ñorquin, muestra que éste era un edificio con piso de baldosas.
7. Estas inscripciones incluyen nombres de fabricantes como “SW Silver & Co/ London/Clothiers”, “Smith & Wright/Birmingham” y marcas de calidad como “Extra Rich” y “Superior Quality”.
Agradecemos a la Dirección de Cultura de Carlos Casares. Al director del Museo y Archivo de 9 de Julio, Sr. Roberto Castro. A la propietaria del predio, Sra. Miriam Palumbo de Sarraude. Al Sr. Alberto Reinoso, Ing. Jorge Aramburu, Ing. Agr. Gerardo Consolani y Sr. Alberto Pol por su colaboración desinteresada en distintas fases de la investigación. Finalmente a los pobladores del partido de Carlos Casares y 9 de Julio por su apoyo al proyecto.
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